Un vientito de Hurlingham
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Por Eduardo Fabregat Hay un dato de carácter social que sirve para pintar lo que provoca Divididos al salir a la arena: antes del show, en las inmediaciones de la entrada al gimnasio de Parque Sarmiento, la policía ponía especial celo en vigilar con gesto ceñudo a la multitud. Tres horas después, una cantidad menor de uniformados se limitaba a verificar con desgano que la gente circulara. Y es que hace falta un espíritu --y un físico-- de acero para tolerar la arrolladora marcha de la aplanadora del oeste y salir con ganas de buscarse problemas. Fiel a su costumbre, el trío presentó Gol de mujer con la musculatura intacta, y a través de más de treinta temas terminó demoliendo a la audiencia. Y desde arriba resultaba impactante ver cómo el pogo iba in crescendo, y así "Paraguay" superaba a "Zombie", y "Cielito lindo" a "El 38", hasta llegar a "Crua-Chan" y el popurrí de Sumo, últimos cartuchos de una noche que afuera era puro frío y llovizna, y adentro fiesta, salto, baile, calor y bandera y cántico de tribuna. Muy pocas veces se le pudo discutir a Divididos su eficacia en vivo. Y si a eso se le agrega el notable nivel de su último disco, queda claro que en la parada del sábado los ex Sumo tenían todos los boletos a ganador. Por eso se dieron el lujo de abrir con "Vientito de Tucumán", y si la intención era utilizar la bella vidala que rescata un poema de Yupanqui para testear el ánimo del público, éste respondió cantando a voz en cuello como si siempre hubiera corrido folklore por sus venas. Inmediatamente, la ferocidad de "Rasputín" definió la otra cara de la velada. Más allá de su potente armadura rockera, Divididos es en realidad un grupo difícil de clasificar. A primera vista es clara la admiración de Mollo por Jimi Hendrix, pero en su toque hay giros que le dan otra personalidad y lo identifican como uno de los mejores guitarristas del medio. En Arnedo, en cambio, no hay identificación posible. Tras el susto de la pancreatitis --si algo tiene que ver--, el Cóndor parece haber ganado aún más profundidad en su acercamiento al instrumento, y así se pasea por líneas de bajo impredecibles, que van de la base al acorde y la línea melódica. La avasallante precisión de Araujo hace el resto, y hay un juego entre los tres que les permite zafar del mero rótulo rockero. Cierto es que allí se han bien ganado su fama, pero Divididos ofrece curiosos cortes rítmicos y es a la vez una agrupación de folklore que, más allá del tono casi siempre humorístico de sus canciones, sabe muy bien lo que hace. Quedó demostrado en el intermezzo que unió "Andalavártelo", "Clavador de querubín" y "Niño hereje", zapateo de Omar Mollo incluido. El público está más allá de las precisiones estilísticas, y se entrega a lo que la banda ofrece. Pero tiene su corazoncito, y por eso celebró esas piezas de batalla que desataron el pogo, y dos títulos especialmente queribles. Uno fue el demorado rescate de "Qué ves", aquel megahit de La era de la boludez que se convirtió en un problema, y que en el Parque encontró una lozana versión apoyada en una charanguista y un batallón de bombistas. El otro fue "Luca", al que Mollo anunció reconociendo que "nos llevó diez años...", y que no sólo sirvió para demostrar la potencia vocal del cantante, sino también para generar el inevitable cantito dedicado a Luca, que lo mira desde el cielo. Tiene razón el guitarrista: a Divididos le llevó diez años atreverse a hacer explícito su homenaje, pero el recuerdo llega en tiempo, cuando enlazar al trío de Hurlingham con su antecedente más célebre suena a poca cosa. Divididos tiene suficiente entidad para sostenerse sin necesidad de presentar
currículum o apelar al maquillaje. Por eso sigue sorprendiendo cuando desde el escenario
llega semejante bola de energía, y a pesar de mirar una y otra vez se arriba siempre a la
conclusión de que son sólo tres tipos. Por eso puede armar una lista extensa en la que
no hay baches, y viejas glorias como "La mosca porteña" o "Haciendo cosas
raras" aparecen en pie de igualdad con "Cosas de Baboon". Por eso, como el
vientito de Tucumán, puede venir y alejarse, pero encontrar siempre un rumbo para seguir.
Destino del caminar. |