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Duhalde reciclado
Por J. M. Pasquini Durán

t.gif (862 bytes) Lanzado a la campaña por la candidatura a presidente, el gobernador Eduardo Duhalde esbozó algunas definiciones que, en síntesis, fueron las siguientes:

"El actual modelo económico está agotado".

"La hiperexclusión (social) es tan mala como la hiperinflación (económica)".

"Hay que redistribuir la riqueza, por muy difícil que sea".

"El justicialismo tiene que ir en busca de consensos mayoritarios sobre temas importantes, por ejemplo, la pobreza".

Son poco más que consignas, con toda la relatividad típica de los discursos electoralistas, pero excitaron el debate político a partir del último fin de semana. Habría que decir, primero, que las cuatro frases podrían (¿deberían?) formar parte del discurso cotidiano de la Alianza opositora. Más aún: no sólo en el discurso, sino en sus compromisos con la Nación.

A los conservadores les molesta este tipo de análisis y lo atribuyen a que el gobernador es más peronista --quieren decir populista-- que Menem. No lo consideran un leal a la ortodoxia del "pensamiento único" de los neoliberales de la economía. Son injustos, porque el ahora "candidato lógico" fue un consecuente aliado del proyecto oficial durante los últimos nueve años. Por esta misma evidencia, a la izquierda del gobernador creen que ahora habla más por demagogia que por convicción.

El debate, sin embargo, debería responder ante todo si los enunciados son correctos. ¿O acaso porque los diga Duhalde son equivocados? Debería recordarse que la esposa del gobernador, Hilda, perdió el 26 de octubre con otro discurso diferente. Es decir, que ahora Duhalde, para ganar, enuncia lo que considera que es la opinión popular mayoritaria. Y en eso tiene razón.

Los conservadores hacen juego de palabras cuando aseguran que el pueblo no quiere tocar el modelo. Si esto significa la estabilidad antiinflacionaria o la pertenencia al mundo globalizado, es una cosa. Por eso Menem fue reelegido en 1995. Si, en cambio, quiere decir que hay que soportar el desempleo masivo, la exclusión a granel, la abusiva concentración de la riqueza en pocas manos y convertir al país en coto de caza del capitalismo salvaje, es otra bien diferente. Por esto, el oficialismo, incluido Duhalde, perdió las elecciones en octubre de 1997 y el proyecto reeleccionista se estrelló contra una oposición abrumadora.

No hay país capitalista desarrollado en el mundo que tenga una distribución de la riqueza tan injusta como la que sufre hoy la Argentina, donde el veinte por ciento más rico de la población se queda con casi tres cuartas partes de la torta. El 10 por ciento del producto bruto interno (PBI) equivale a la suma total de los capitales extranjeros invertidos en el Mercosur. Si los más ricos de la Argentina aceptaran transferir ese porcentaje al sector del trabajo, aún estarían quedándose con más del sesenta por ciento de las riquezas producidas por todos, pero el país disfrutaría de un cambio general impresionante. Así de poco y así de mucho.

Sea bienvenido el nuevo discurso de Duhalde, por lo que vale como diagnóstico. Ojalá el programa de la Alianza apunte en el mismo sentido como voluntad de cambio. Esto representaría la opinión de más del 80 por ciento de los votos, una base formidable para hacer realidad el rumbo hacia otro país posible. Que el discurso conservador vuelva a su tamaño normal y que los progresistas voten por los candidatos con las mejores garantías de honestidad y compromiso con sus palabras, pero que la mayoría del pueblo pueda gozar de las consecuencias por razones más prolongadas que el pasajero desahogo en las urnas de tanta bronca acumulada.

 

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