RESURRECCIÓN
Por Antonio Dal Massetto |
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En el bar hay clima de festejo contenido.
Me parece que esta vez el fulano está bien liquidado dice uno. Como
cantó el poeta lunfardo: Está listo, sentenciaron las comadres, quedó como si
nunca hubiera sido.
Algún día tenía que llegarle la hora dice otro.
Pero sigue reinando la cautela, a tal punto que le pido al gallego Pereira que destape una
botella de champaña tratando de evitar que el corcho haga ruido.
Celebro la prudencia con que manejan la cosa nos dice don Eliseo el Asturiano
que esta noche nos honra con su visita, y creo que es una buena oportunidad para
contarles una experiencia de cuando salí de mi Caleao natal buscando un sitio donde
afincarse y fui a dar con mis huesos a un próspero oasis en el desierto. El jeque del
lugar era un fulano muy astuto y cada vez que surgían problemas, conatos de rebelión,
intentos de cambios, protestas populares, había tomado la costumbre de morirse.
¿Cómo que se moría, don Eliseo?
El jeque había sido educado desde su más tierna niñez en la India misteriosa y
milenaria y ahí había aprendido una cantidad de trucos con los faquires. Así que podía
tranquilamente paralizar la respiración, el corazón y hasta las ondas cerebrales. Pero
jamás se llegaba a la instancia de la pira funeraria porque el grupo de asesores que lo
rodeaba argumentaba que convenía darse un tiempo prudencial porque siempre es posible que
ocurra un milagro. Mientras tanto empezaban las zancadillas entre los candidatos que
aspiraban a sucederlo en el poder. Y era justamente ahí, en lo peor de la trifulca,
cuando el jeque abría un ojo, abría el otro, y declaraba que había sentido el llamado
clamoroso de su pueblo y regresaban para reestablecer la paz y la prosperidad en el oasis:
Así que acá estoy de nuevo para tomar las riendas de nuestra amada comunidad.
Alcáncenme mis babuchas de raso favoritas.
¿Cuántas fueron las veces que murió y resucitó, don Eliseo?
Mientras permanecí en el oasis fueron por lo menos unas seis veces. Siempre que el
jeque partía momentáneamente al más allá, sus fieles compilaban listas con los nombres
de los que habían llorado mucho, poquito y nada, o directamente se habían dedicado a
festejar. Una hábil manera de detectar a los enemigos, sus planes e inclusive sus flancos
débiles. Así que con cada regreso del jeque era común que unas cuantas cabezas rodaran
desde lo alto de las dunas bajo la luna ensangrentada del desierto. Yo solía ir a una
tienda a fumar en narguile y a tomar café y había hecho buenas migas con un grupito de
asistentes y con Mustafá, el propietario del lugar, gente afable, muy parecida a usted y
a su clientela, don Pereira.
Se agradece en nombre de todos dice el gallego Pereira halagado, mientras
sirve una vuelta de champaña.
No quiero prolongar la historia demasiado, así que les contaré sobre mis últimas
horas en la tienda de Mustafá antes de que me decidiera a partir del oasis. La situación
esta vez se había puesto bien pesada, divisiones entre los funcionarios del palacio,
comerciantes en rebelión, bandas enfrentadas en las calles y por supuesto una nueva
muerte del jeque y la pira funeraria preparada. Les aseguro que a esta altura había una
gran cantidad de gente que andaba con un fósforo impaciente en el bolsillo. La muerte del
fulano se prolongó más que de costumbre y finalmente alguien dijo: Señores,
¿cuál es la única garantía de que alguien se haya ido al cielo de verdad? La respuesta
es simple: tendremos la certeza de que ha dejado de pertenecer a los habitantes de este
valle de lágrimas cuando su cuerpo empiece a oler mal. Inmediatamente seconvocó
una junta de narigones notables, expertos oledores, para que se instalaran junto al cuerpo
del jeque y fueran pasando informes. Y fue justamente esa tarde de que les hablé, cuando
a la tienda de Mustafá llegó alguien corriendo con la noticia: Ahora sí que está
muerto de verdad, los expertos oledores acaban de confirmarlo, ya podemos dejar de llorar
porque no hay peligro de que vuelva.
Entonces por fin había sucedido, don Eliseo. Me imagino que se habrán puesto a
festejar.
No tan rápido. El clima era exactamente el mismo que reina acá hoy en este bar.
Mustafá, que era un hombre de larga experiencia, nos dijo: Miren muchachos, he
oído muchas cosas sobre la India misteriosa y milenaria y no me extrañaría nada que
hasta le hayan enseñado a producir el hedor característico. Así que yo voy a seguir
conservando mi botella de glicerina líquida para producir lágrimas falsas y si quieren
escuchar un buen consejo, hagan lo mismo. En ese momento me di cuenta de que
aquellos no eran buenos aires para los proyectos de mi vida futura, le pedí a Mustafá un
poquito de glicerina para que me durara por lo menos hasta la frontera, me uní a una
caravana donde hasta los camellos lloraban y me vine para estos lados.
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