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Por Sandra Russo |
La decisión de tener un hijo para ella sola, incluso a costa de escándalos baratos --como forzar la pelea con la familia de su seminovio al decir públicamente que los Szafir "son todos feos"--, no es en sí misma cuestionable. El deseo de tener un hijo siempre es un poco compulsivo, aunque se tenga pareja, cuenta bancaria en común y los impuestos al día. Es la única relación para siempre, el único vínculo indestructible. Las parejas pueden pasar o romperse, pero los hijos quedan, y hay que estar necesariamente absorto en el deseo del hijo o en el amor por otro para provocar semejante giro de timón en la propia vida. Sin embargo, desde que ese deseo la tomó, la brasileña parece más alienada que feliz. Que haya anunciado que su manager Marlene Mattos será también la manager de Sasha --¿un modo sublimado o sub-limado de ser padre?-- deja constancia de un mareo que pronto mareará a la pobre beba. Ya hay listas muñequitas con su nombre, ropa de bebé con su nombre, perfumes y jabones para bebés con su nombre. Hay, en fin, un negocio con su nombre, y vendrán más tapas de revistas, Sasha y su primer paseo, Sasha vomitó la primera mamadera, Sasha cumple un mes; dos meses; tres meses; y así. A Sasha la espera una habitación de 80 metros cuadrados y madre sola, poderosa y ávida de hacer rendir hasta el amor. Y el amor no rinde, sólo sucede.
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