La hora del zapping cultural
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Por Fernando D'Addario En la inmensidad de Buenos Aires no Duerme, luego de sortear el zapping cultural de malabaristas, pintores, músicos de ska, moldeadores de arcilla, punks, jubilados, familias enteras con chicos en brazos y generadores espontáneos de batucadas varias, ingresar a la sala de cine resulta poco menos que un remanso, haciendo abstracción de la calidad de los films que toquen en suerte. A las 19 se proyectaba ayer Il Ciclone, una comedia simplona dirigida por Leonardo Pieraccioni, que aun en su grotesco costumbrista, representaba un oasis de silencio en medio de la hiperactividad circundante. La sala estaba llena, como si se tratara de una obra maestra. Ese es uno de los fenómenos más importantes de la Muestra: que todo se vea con la ansiedad y el respeto que merecen las obras maestras. Y que haya público para todo, mezclando a conocedores, neófitos e incluso a los indiferentes, esa curiosa raza, aquí mayoritaria, que concurre al Predio Municipal de Exposiciones simplemente para ver el espectáculo de la gente. Gente que entiende que el espectáculo son los otros, los miembros de las tribus raras que pueblan el lugar. El ciclo Buenos Aires no Duerme, que hasta ayer convocó la friolera de 500 mil personas en cinco días consecutivos, podría definirse como el lugar en el que coexisten miles y miles de jóvenes dispuestos a producir y consumir su cultura, y miles y miles de otras personas entregadas a la contemplación activa. Sin embargo, los grupos de participación directa y pasiva interactúan: entre los primeros se encolumnan, inclusive, quienes concurren a los programas de radio que funcionan durante las 24 horas. Los jóvenes sienten que están haciendo radio, así como también, en los recitales de rock (el lunes actuaron Catupecu Machu y Cienfuegos, y ayer Juana La Loca y Los Robertones, entre otros) asumen que forman parte de un ritual colectivo que excede a quienes están, eventualmente, arriba del escenario. Pero también hay espacio para un circuito paralelo, más pequeño, que escapa a la urgencia de un shopping cultural en el que los jóvenes son su propia mercancía artística. En ese contexto, las salas de cine, de teatro, los ciclos de charlas interdisciplinarias dictadas por especialistas posibilitan otra mirada, una perspectiva distinta dentro de una oferta de actividades que privilegia el protagonismo del público. El espectáculo teatral Zulú (invitado especialmente dentro de una programación general que contempla la puesta en escena de 14 obras de teatro elegidas entre 97 postuladas) impactó a una concurrencia que no sabía con qué se iba a encontrar. La gente hizo una larga cola, esperó unos cuantos minutos ("no sé de qué se trata la obra, pero quiero ver teatro" fue el argumento, más que convincente, de una adolescente de no más de 15 años) y entró dispuesta a ser seducida. Y lo logró. Teatro negro, pero bien negro, con excelente performances a cargo de Mariana Rovito y Eleonora Boloff. Una muñeca-títere con peluca verde, anteojos fosforescentes, portaligas y zapatos rojos haciendo strip-tease, desarmándose, perdiendo y recuperando partes de su cuerpo hasta dejar visible su esqueleto, y una sombra que la pelea (la muerte que acecha, quizá) con un abrumador fondo percusivo. La gente se quedó --literalmente-- con la boca abierta. En el auditorio 1, Jorge Dubati brindaba una charla que pese al perfil académico ("Introducción al teatro occidental") devino en una exposición referida a la evolución de las estéticas que influyeron sobre el teatro. "Lo paradójico de la posmodernidad es que trae como novedad que lo nuevo ha muerto. Es la atemporización del arte. Es la conquista de la diversidad, la coexistencia de todas las poéticas. Sófocles y Silvia Süller", apuntó. En simultáneo, en el auditorio 1, Miguel Rep, Solano López y Patricia Brescia, entre otros humoristas gráficos e historietistas, proponían una discusión sobre el rol de la historieta en su defensa de los derechos humanos. Y el fanzine alusivo, que circulaba por todo el Centro, recordaba el derecho del día: al medio ambiente, que en la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires está especificado: "El ambiente es patrimonio común. Toda persona tiene derecho a gozar de un ambiente sano". Ambiente sano no es precisamente lo que falta en Buenos Aires no Duerme. EMOTIVO HOMENAJE A "RADIO BANGKOK" Quince años en dos temporadas
"Fueron dos temporadas y un poquito más, pero dentro mío, en mi cabeza, siento como
si hubiÉsemos estado al aire durante quince años, mínimo". Lalo Mir trazó esta
definición en uno de los momentos más reflexivos del "Homenaje a Radio
Bangkok", que resultó el lunes por la noche uno de los momentos más emotivos y
convocantes del espacio de radio de Buenos Aires No Duerme. Al homenaje, que se
desarrolló en el marco del programa nocturno "Eramos tan progres", de Carlos
Polimeni, se presentó el staff completo del mítico programa de los 80 de Rock and Pop:
junto a Lalo se sentaron en el estudio Bobby Flores, Douglas Vinci, el locutor Rafa
HernÁndez y los operadores Guillo García y Chino Chinén. La tribuna que incluye el
estudio y todos sus alrededores estaban amenazadoramente colmados de público: en el
programa anterior, Conrado Gaiguer entrevistó a Ricardo Mollo, de Divididos. García
contó cómo la química del programa fue gestándose espontáneamente, en una época en
que la experimentación era posible en una radio competitiva. "En principio, yo iba a
operar un programa de rankings, conducido por Lalo, con Bobby de columnista, pero
rápidamente... todo se disparó hacia la nada", evocó. Flores y Vinci, que
reprodujeron durante los bloques el estilo Bangkok, entre risotadas de la multitud,
dejaron claro que la transgresión cotidiana a los ritos de la radio surgía "del
cerebro de Lalo". En la hora y media en que se alternó el recuerdo --con bloques
grabados, tomados de la temporada 1988-- con la actualidad, quedó en claro porque este
programa es un mito. La gente pedía a gritos un retorno, que Mir no desalentó. "Si
un empresario está dispuesto a gastar --ironizó, o no--, nosotros estamos
dispuestos." |