La decision
Por Juan Gelman
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Por Enrique Medina
Ella ha salido del
ascensor con la fatiga del jugador de fútbol al término del partido. Eso ha sido. Ha
conocido al hombre de su vida y no puede con su propio asombro. ¿Cómo decirle a ese
hombre que de hoy en más deberá vivir con ella y para ella? No hay consejos ni
sugerencias. En la vidriera de una farmacia descubre su imagen. Es la misma de siempre.
Por fuera, claro. Por dentro es otra mujer. Lo sabe y se regocija. ¿Cómo quedará sin
anteojos? Prueba. Se ve mejor, pero nublada. Podría confundir un kiosco de diarios con un
colectivo. Vuelve a colocarse los anteojos. Se siente excitada, muy excitada. Y es feliz.
Piensa que para el próximo encuentro deberá arreglarse mejor, peinarse mejor. Ser
agradable. Bueno, siempre lo es, lo sabe. Arreglarse las uñas. ¿Le habrá mirado las
uñas, él? ¿Los hombres le miran las uñas a las mujeres? Ya lo sabrá, en su momento.
Su íntima amiga le dijo que a ella le gusta ver las manos de los hombres, que la excitan.
Y ella le contestó que le pasaba lo mismo. Y, riendo, las dos se preguntaron qué ven las
mujeres en las manos de los hombres. No coincidieron, pero sí se complementaron: la
promesa de la caricia. Podría dibujar las manos de él: finas y delicadas, largas como
cuello de cisne.
Llega a la casa. Besa a la madre y le pide que le haga un tecito mientras se ducha
rápido. Bajo el agua tibia se acaricia imaginando que sus manos con las de él, juega con
el agua y se estremece. Luego de secarse el pelo, frente al espejo ensaya nuevos peinados.
Se observa detenidamente. Juzga sus facciones con más optimismo que otras veces. No es
que se resigne, es que algo debe tener si él la ha mirado de esa forma y ha logrado que
el corazón le envuelva el cuerpo. Y estudia su cuerpo. Normal los senos, normal las
caderas, normal las piernas; es una flaca normal, decide. Claro que si quisiera verse sin
anteojos tendría que imaginarse, pero no se deprime. Hay infinidad de actrices con
anteojos. Además ella, aunque no llegue a ser una belleza para concurso, tiene lo que hay
que tener y además inteligencia. Sabe que esto es importante, se lo ha dicho la madre: la
necesidad física del hombre enseguida se agota, ese es el momento en el que las mujeres
se ponen a prueba. Y aunque el razonamiento le suene algo machista, algo de eso hay; no
sólo por parte del hombre, también por parte de la mujer ¿y qué? Ella comprende que
cuenta con recursos suficientes para cuando llegue ese momento. Pero hasta que llegue hay
que olvidarlo, despreocuparse. Y se prueba ropa interior. Poca variedad, deberá comprar
algo más moderno. Adopta poses que supone acordes con esa ropa. Se ríe. Pero le gusta.
¿Por qué no podría lograr ella que un hombre se ponga de cabeza ante sus encantos?
¿Qué tiene su amiga que ella no tenga? Se prueba los vestidos, ahora. Todos muy
recatados, muy limitados por su mente negativa, se reta. Tendrá que subir algo la falda.
Combinar con más color. Zapatos. Un desastre los zapatos. Zapatos cerrados de policía,
de invierno, de mujer mayor, le dice siempre su amiga, y tiene razón. El de taco alto
está chueco y olvidado. ¿Algo más? Sí, unas zapatillas que hace años dejó de usar
cuando abandonó la facultad. Le entran los recuerdos. Los compañeros de estudios, los
profesores, lo tímida que era, cómo se escondía en los libros por no saber enfrentar a
los muchachos. Una compañera le confesó que todos decían que era una buena chica pero
muy antipática y orgullosa, engreída. Soportó lo que la otra le decía sin mover una
pestaña, pero apenas se encerró en su cuarto sintió que el cuerpo, esa joya preciosa
para el elegido, se deshacía en asco, se transformaba en llanto desesperado cayendo entre
las piedras de una catarata rumbo al inagotable infierno de su corazón herido. El solo
recuerdo le produce una destemplanza que la obliga a sentarse en la cama. Vuelve a llorar
reavivando el recuerdo. Se sobrepone diciéndose linda. En el baño se enjuaga la cara y
se sonríe. Se autocomplace y estimula valorando todo lo que la vida le ha dado en
beneficio y lo que otros, menos y mucho menos privilegiados que ella, no tienen. Este
recurso siempre le ha dado resultado. También ahora. De tal forma que decide vestirse lo
más atractiva posible. Lo mismo hace con el cabello. Besa a su madre que la mira
intrigadísima y sale a la calle. Sube al colectivo y, sostenida del pasamanos, desconoce
que un señor la observa disimuladamente pensando que está medio colifata, simplemente
porque ella se sonríe sola, mirando la calle. Y es que ella se está imaginando la cara
que pondrá su íntima amiga cuando le diga que está enamorada de un hombre que es el
único que existe en el mundo y que, aunque él también es portador del HIV, lo mismo que
ella, sabe que se amarán el tiempo que les quede, que serán felices y que juntos
tendrán más fuerzas para luchar por una vida mejor.
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