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Por Susana Viau Diego Palleros, el coronel detenido en Sudáfrica por la venta ilegal de armas argentinas, volvió a poner en circulación el nombre del capitán de navío Horacio Pedro Estrada, sindicado como el hombre que supervisó, desde el Aeropuerto de Ezeiza, el embarque de fusiles y municiones vendidos a Ecuador. Este oficial apareció en el escándalo como socio del traficante francés Jean Bernard Lasnaud, que opera con los ex militares argentinos desde Miami. La reconstrucción de los pasos de Estrada indica que además de su participación en el GT3 (grupo de tareas de la ESMA), el marino estuvo destinado en Sudáfrica y posteriormente revistó como militante de la FEPAC, la estructura de cuadros que comandaba el actual secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan. En realidad, en abril de 1995, el capitán Estrada no actuaba en su calidad de oficial de marina sino de representante de Prodefensa, la empresa ecuatoriana que intermedió en el negocio de compra de 8 mil FAL y 75 toneladas de municiones. Antes de dedicarse al tráfico de armas, el marino había registrado una vasta actuación como represor. A principios de 1987, Estrada resultó juzgado y condenado por 21 casos de tortura por los que la cámara federal le dictó la prisión preventiva, una medida que fue interrumpida por la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. En su carrera, Estrada había gozado de un doble padrinazgo: el del ex almirante Emilio Massera y el del contraalmirante Rubén Jacinto Chamorro. Quizá por eso, hacia fines de los 70 fue destinado a la agregaduría naval de la embajada argentina en Sudáfrica, un área de descanso para gente de la Armada, tal como lo demuestra la estancia allí del propio Chamorro y del ex capitán Alfredo Astiz. Eran años en los que los almirantes gestionaban la compra de submarinos alemanes para reforzar su poderío. Estrada, cuentan los memoriosos, piloteoóla compra de los complementos sudafricanos para esos submarinos: cañones y torpedos. En esa época, la Junta planificaba un pacto militar con Sudáfrica y Brasil. Con el fin de la dictadura y las relaciones establecidas con las fábricas armamentistas sudafricanas, Estrada sacó partido personal de la experiencia. Claro que pasó a tener una militancia más formal y al terminar los ochenta, luego de la interna del PJ que consagró candidato a Carlos Menem, integró los equipos de "defensa" de la FEPAC, la sigla que designaba a la rimbombante Fundación de Estudios Para la Argentina en Crecimiento. La FEPAC, cuya sede se hallaba en la calle Rivadavia al 1300, era presidida por Alberto Kohan, el geólogo riojano que el menemismo llevó como uno de sus jefes de campaña. En el "team" de defensa, además de Horacio Estrada, planificaban el futuro nacional Jorge Radice --también oficial naval--, Carlos Cañón y el ex Guardia de Hierro y con posterioridad consejero nacional del PJ y subsecretario general de la Presidencia, Ricardo Romano. La relación entre Estrada y Radice (otro "guardián") era demasiado buena para atribuirla a la pertenencia a una misma fuerza: la considerable diferencia de grados entre ambos hacía pensar en cuestiones más sólidas que el orgullo naval. Es obvio que, en la división del trabajo, a Radice le habrían quedado los negocios de menor monta. Un par de meses atrás, el armamento sudafricano estuvo a punto de desatar un nuevo entredicho diplomático con Perú: el 6 de junio, 2700 lanzagranadas Milkor procedentes de Sudáfrica, que tenían como destino a Lima, quedaron retenidas en el aeropuerto de Ezeiza. La inteligencia militar peruana atribuyó el traspié a un oportuno aviso que su adversaria, la inteligencia ecuatoriana, habría dado a la Cancillería argentina. Fue el secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan, quien, en un inopinado gesto de buena voluntad que desagradó al ministro de Relaciones Exteriores Guido Di Tella, destrabó el conflicto y con la ayuda del juez federal de Lomas de Zamora, Carlos Ferreiro Pella, logró que las armas reemprendieran viaje a Lima. Al presidente Alberto Fujimori no le pasaron inadvertidas "las intensas gestiones" de Kohan y dejó constancia de su gratitud: dijo que el incidente estaba "totalmente superado gracias al apoyo de la Secretaría General de la Presidencia argentina".
Dos historias que son una Calilegua. Hace 21 años dos o tres mujeres empezaron a arrastrar sus pies en los 15 kilómetros que separan los dos poblados dependientes del Ingenio Ledesma. Entre medio, otro poblado, más cercano, más dependiente, dentro del corazón del mismo ingenio donde aún hoy los pocos obreros que quedan cobran mitad en bonos y mitad en efectivo. Los tres fueron testigos, un año antes, el 23 de julio de 1976, de un apagón que permitió arrancar de sus casas a más de doscientos hombres y algunas mujeres para que después, cuando se hiciera la luz, treinta compañeros, treinta obreros, profesionales y hasta el propio intendente se hundieran en la noche de la tortura, de la desaparición, de la impunidad. No volvieron nunca más. Mucho duró la noche, pero veintidós años después muchos volvimos a hacer el camino de Calilegua a Libertador General San Martín. La CTA al ritmo de los bombos, la Corriente Clasista Combativa, los organismos de derechos humanos, algunos dirigentes políticos, todos acompañando a los pobladores encabezados por Olga Aredez, las Madres y las Abuelas. Hoy ya los vecinos no miran la marcha desde detrás de las ventanas, ya están en las calles y juntos desembocamos en la plaza de Libertador General San Martín. Tribuna abierta. El Perro Santillán, Nando Acosta (ATE-CTA), un "HIJO" de Tucumán, una poetisa jujeña, yo y el poder decir que tenemos memoria, que no olvidamos y que queremos justicia. Junto a nosotros estaban los desocupados, los excluidos a los que el sistema pretende transformar en los nuevos desaparecidos de los noventa. Tilcara. Envar "Cacho" el Kadri: julio debe ser el mes de los grandes. Pero mirá vos, Cacho: un 1º de julio murió el Viejo, ese con el cual peleamos, nos reconciliamos y nos volvemos a pelear cada vez que podemos. Y no quiero hablar de Evita que fue un 26. Después, un 13 de julio del '93 se fue mi, tu, nuestro y hasta de los que nosotros no queremos, su, Germán. Otro fue el Cachito Taborda, poco antes que vos, ni siquiera fue en julio, fue ahora. Y a vos también se te ocurrió no estar más, con ese tu diario golpecito en la puerta. Pero no te lloro, porque te siento, porque los héroes coherentes no se mueren, aunque es verdad que se perdió un Cacho de historia. Pero uno se queda con la seguridad de que hoy, mañana y siempre vas a comer, junto a nuestro turco Germán, ese arroz a la persa que hace tu vieja y que vos sabías hacer tan bien. Alcanzarlos a ustedes, hacer que sigan viviendo es nuestra utopía, es la posibilidad de un país para todos. Un país donde Germán, vos, Taborda, Carpani, y los 30.000 desaparecidos brillen en los hospitales públicos, en la educación pública, sin necesidad de "carpas de la dignidad". Entonces, no vamos a extrañarlos, porque habremos cumplido con nuestra misión. * Diputada nacional por el Frepaso. |