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PANORAMA
ECONOMICO Sin violar la Convertibilidad, el Gobierno que se instale en 1999 podría devaluar el peso en un 50 por ciento, sin alterar por eso la paridad de 1 a 1 con el dólar. Le bastará reemplazar al dólar norteamericano por el canadiense, que viene depreciándose sin prisa pero sin pausa respecto de la moneda de su poderoso vecino del sur, que para el caso es el gran país del norte. Los economistas creen que dentro de un tiempo, o a lo sumo en el 2001, valdrá sólo 50 centavos. Y aunque todo esto no sea más que un chiste, tiene un contenido serio: los problemas económicos canadienses, que se expresan en la devaluación de su dólar, son bastante menos complicados que los argentinos, aunque su peso rehúse reconocerlo. Hay que admitir, sin embargo, que hoy mandan los números, y no los contenidos que ocultan. Hay ejemplos. El megaevento (así lo llaman) Buenos Aires no duerme habrá sido visitado, al clausurarse mañana, por un millón doscientas mil personas (diferentes o repetidas). La estadística de concurrentes fue siendo difundida, día a día, como un indicador absoluto de su éxito, sin necesidad de ninguna evaluación cualitativa. Qué valor artístico tuvo realmente lo ocurrido bajo el enorme tinglado del Centro Municipal de Exposiciones era y es lo de menos. El éxito político para Fernando de la Rúa consiste en la masiva convocatoria, coincidente con las vacaciones invernales y su descomunal demanda de ocio, combinada en esta ocasión con la gratuidad del acceso. Números triunfales también los aporta el cine, aunque en su caso haya que pagar siete pesos para entrar. Contando las salas de estreno, las de los shopping centers y los modernos complejos, más de medio millón de espectadores (también diferentes o repetidos) pasaron por taquilla durante el fin de semana pasado en la ciudad de Buenos Aires y su cordón. La comparación con los números de años anteriores ofrece una imagen clara de lo sucedido durante la Convertibilidad. La demanda explotó: los 169.800 espectadores de 1991 (también en el segundo fin de semana de las vacaciones de invierno) han llegado a ser 502.600 en 1998, tras recorrer una serie siempre ascendente. Pero en el mismo período se quintuplicó el número de salas. Demanda y oferta se fueron dando cuerda recíprocamente. Como en tantos otros rubros, sobran inversores externos resueltos a volcar capitales para explotar y expandir la demanda interna, aprovechando de paso las ventajas arancelarias para la importación de equipos, con su moderna tecnología incorporada. De esta manera, precisamente cuando los cines iban muriéndose casi anónimamente, el negocio dio una vuelta de campana y volvió a arrancar a la gente de la silla, el televisor y la video. Sin embargo, entre tanta pantalla y tanta familia haciendo cola, muchos amantes del cine habrán sentido que para ellos no había ninguna película, igual a como puede ocurrirles a tantos con el modelo económico. Al fin de cuentas, el generoso medio millón de entradas se repartió entre films como Godzilla, Mulan y otras producciones definidamente comerciales. Es aritméticamente posible que se haya visto mucho cine, y al mismo tiempo poco o nada de cine. Pero el mercado decide y pone los números. Los negocios van llevándose una proporción creciente de la información que llena las páginas. En dos de los tres diarios económicos que aparecen en Buenos Aires (El Cronista y BAE), la micro arrincona cada vez más a la macro, tal como se anticipaba a partir de la eclosión capitalista de esta década. La política económica subsiste en la medida en que condiciona a los negocios (casos como el peaje o los intereses de las tarjetas) o ajusta las cuentas fiscales a las metas negociadas con el Fondo. De grandes cuestiones como la política de ingresos, y por consiguiente la distribución de la riqueza, ya ni se habla. Este vacío tiende a ser ocupado por nuevos fetiches, como la llamada revolución digital y la era Internet, que difundirían el conocimiento y, de esta manera, igualarían las oportunidades. Según lo expone Neal Peirce, en las sociedades industriales (ya dejadas atrás) mandaba la escasez, ya que la disponibilidad de recursos naturales y de capital era limitada. Quienes perdían en la lucha por esos recursos escasos iban a parar a los suburbios pobres y los países atrasados. Pero ahora, con la globalización, todo empieza a cambiar. Lo que cuenta es el capital humano, que puede entrenarse y tomar el conocimiento fácilmente de las computadoras. Estas se nutren del sideral flujo de información que derrama Internet, convertida en un fabuloso factor de igualación social. Las computadoras destruirán todo monopolio del poder y de la riqueza. Las computadoras son subversivas. Esta visión contradice el espectáculo cotidiano de la creciente concentración, presente incluso en las páginas de negocios, dominadas todos los días por alguna gigantesca fusión. Pero las ideas, que vienen del mismo lugar de donde se importan las películas, llegan antes que la realidad, quizá para modificarla. Para las elecciones del año que viene alguien estará presentando la difusión tecnológica como el mayor instrumento de justicia social, en el mismo país donde no hace mucho Eduardo Duhalde recomendaba destruir los robots para evitar la desaparición de puestos de trabajo. Que el conocimiento sirva como arma en el mercado de trabajo o para lanzarse como empresario no parece garantizado por el momento en la Argentina. Como las empresas no investigan y muchos procesos industriales fueron cancelados por la importación, la demanda laboral rara vez pide conocimiento, aunque reclame certificados de estudio. Para emplearse en la explosión de los servicios no hace falta saber demasiado. Cualquier científico puede decir cuánto le cuesta sobrevivir en esta economía. ¿Qué pasaría si el Gobierno lanzase programas de difusión informática y conectara a toda la población a Internet? Lo único tranquilizador, en cualquier caso, es que ese momento no está cerca porque no hay plata para pagarlo.
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