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Un represor dice todo
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Por Maite Rico Desde Ciudad de Guatemala
Episodios como la desaparición de 440 aldeas indígenas a principios de los años 80 forman parte de las atrocidades de esta guerra nunca declarada. Quien rompió el fuego (y el código militar, por hablar sin autorización) fue Otto Noack, un joven coronel con una completa hoja de servicios: ocupó la jefatura del servicio de inteligencia (G-2), cumplió varias misiones en el extranjero, participó activamente en la negociación con la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y fue portavoz castrense. Su trayectoria sintetiza la evolución que está atravesando el ejército guatemalteco, y más concretamente su ala progresista, que contribuyó de manera decisiva a la firma de la paz, en diciembre de 1996. "El estuvo, como todos, muy imbuido de la filosofía contrainsurgente", cuenta un amigo cercano. "Al salir del país, escuchar otras visiones y saber de cosas que estaban sucediendo, le entró una crisis personal." En la entrevista radiofónica, reproducida días después por la prensa guatemalteca, Noack dijo cosas como éstas: "Nosotros nos excedimos; tenemos que reconocer que muchas de nuestras operaciones causaron efectos que hoy son lamentables, que no los vamos a poder resarcir. Por lo menos debemos tener el coraje de aceptarlo pública y abiertamente (...) y de saber que en algún momento tendremos que enfrentar procesos jurídicos". "No sólo soy yo, hay muchos oficiales que tienen esa convicción". "La URNG también se excedió en sus acciones. Muchos otros actores, nacionales y extranjeros, tendrán que entonar el mea culpa". Algunos ven en esta 'patada en el hormiguero' la expresión de una frustración de aquellos militares que desean cambios más rápidos. "Noack pertenece a un grupo más abierto y profesional, que está cansado de arrastrar el lastre de los recalcitrantes", comenta un funcionario internacional. "Ha hecho un cálculo político, cree que las cosas están maduras, y ha decidido abrir brecha cuatro meses antes de que la Comisión de Esclarecimiento Histórico, creada en los acuerdos de paz, presente el informe sobre el conflicto." El debate, desde luego, está servido. Con el arresto llegaron las reacciones. Para unos, Noack es un héroe. Para otros, los menos, un traidor. Las organizaciones de derechos humanos y la Iglesia le han expresado su apoyo. El propio coordinador de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, el alemán Christian Tomuschat, que ha criticado con insistencia la falta de cooperación de las fuerzas armadas, calificó a Noack de "valiente", provocando el enojo del gobierno guatemalteco. No han faltado quienes consideran la sanción a Noack como una "señal" de retroceso del ejército respecto al proceso de paz. "Ellos debieron haber iniciado desde hace tiempo un debate interno sobre el reconocimiento de los excesos", afirma Helen Mack, hermana de una antropóloga asesinada por los militares. "Pueden tener razón en lo que toca a las normas castrenses, pero es un problema de actitud: no están dispuestos a ceder en materia de derechos humanos". El presidente guatemalteco, Alvaro Arzú, rechaza esa interpretación: "No se está juzgando el fondo de lo que Noack dijo, sino el que haya prestado declaraciones. En cualquier Ejército del mundo existen ordenanzas y si alguien no quiere circunscribirse a ellas, simplemente que renuncie y que se dedique a hacer política, y ahí podrá declarar lo que quiera". La impresión general es que, con su indisciplina, Otto Noack ha abierto una ventana que ha estado cerrada demasiado tiempo.
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