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Menemismo y pereza
Por Mario Wainfeld

La desmesurada ambición re-represidencial de Menem hacía fácil ser opositor, bastaba con defender las leyes vigentes. De un modo análogo, el fin de su largo ciclo gobernante obligará a un debate más minucioso de lo que --con imprecisión-- se ha bautizado menemismo.

La desmesura escenográfica del staff gobernante, la hiperpresencia de Kohans y Gostanianes han fomentado la pereza mental de críticos y opositores que han podido identificar como menemismo a --prácticamente-- todo lo ominoso que ocurre en la política, la sociedad o la economía nacionales. Son menemistas el ajuste salvaje, la incorporación a la economía globalizada, el nepotismo de los gobernantes, la abundancia de chantas en espacios de poder, la vocación por la re-reelección.

Todos esos vicios, carencias y llagas serían, apenas, simplificando, la consecuencia de la invasión de una horda de riojanos ignorantes y mesiánicos a un conjunto social progresista, tolerante y obsesionado por las desigualdades sociales.

La realidad, que sin duda ya se está viendo, es algo más ardua. El menemismo no es cuerpo exótico sino un emergente (no único, ni necesario pero sí posible y lógico) de la sociedad argentina. Buena parte de las reformas que acometió tienen que ver con tendencias irresistibles o, como poco, muy potentes. Parte de sus vicios y corrupciones son compartidos (y a veces fueron cogestionados) por los que ahora se le oponen.

El menemismo fue un brutal proceso de modernización y reconversión capitalista, realizado en forma acelerada corrupta y desaprensiva por una elite dirigencial de la que sólo se retirarán tras las elecciones del '99 un puñado de políticos. Esa reconversión no será modificada en gran medida por sus opositores más salientes sea porque la consideran valiosa sea porque creen suicida enfrentar a sus beneficiarios.

El menemismo fue también un, aún inexplorado, proceso de cambio cultural que combinó un materialismo cerril y desaprensivo con un cierto desparpajo en las costumbres, notoriamente estigmatizado con el slogan "Pizza con champagne". Con su continente mersa (obviamente más molesto para elites que para sectores populares), el menemismo trajo aparejado un desacartonamiento paralelo al que vivió la sociedad toda (por ejemplo el de tener un presidente divorciado que asumía su condición de tal sin hipocresía). El llamado "progresismo" adoptó para enfrentársele un curioso y limitado rol: puritano, crítico de costumbres personales, parroquial y ciertamente más aburrido que sus antagonistas.

¿Habrá menos nepotismo, menos chupamedias, menos centralización del poder en una figura cuando no haya menemismo? ¿Habrá menos capitalismo salvaje, menos ART, menos asimetrías insultantes de riqueza? Es posible que sí, ya que el hastío social condiciona e inspira a los gobernantes. En todo caso, si no los hay, habrá que aguzar el ingenio y no culpar de todo lo que ocurre a la fauna gobernante que ya empezó su cuenta regresiva y puja por encontrar una banca senatorial para escapar del diluvio.

 

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