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Por Hilda Cabrera
Entre un montaje sintético y un guión que combina comicidad y sorpresa, las interpretaciones de Casablanca, Salazar, Wolf y Xicarts logran la ecuación perfecta entre lo que dicen y aquello adicional que la palabra permite visualizar, haciendo de cada escena un colorido cuadro. Los actores apuntan a personalidades simbólicas (un viudo, su hija y dos candidatos), componiendo la única obra que los Marrapodi, sobrevivientes de todos los fracasos, adaptaron a través del tiempo a diferentes estilos y según convenía a sus intereses. La familia nunca pudo concretar una función. Algo descomunal se lo impedía: un incendio, un viento huracanado... Sin embargo, como dicen los personajes-relatores, fueron pioneros y originales en todos los géneros teatrales, incluida la creación de dramas al estilo del Juan Moreira, estrenado por el célebre José Podestá el 10 de abril de 1886 en Chivilcoy (se dice que los Marrapodi, después que un vendaval arrasara con la carpa en la que pensaban representar su obra, contaron un drama parecido en una pulpería). La gloria no era evidentemente el destino previsto para esta familia que atravesó trescientos años de historia teatral preparando versiones que nunca estrenaron: odas y loas, y comedias españolas para el lucimiento de una Mariquita del Pilar casta, soltera y devota. Zarzuelas y estampas nativas (que en esta puesta tienen en lo visual semejanza con los cuadros camperos de Florencio Molina Campos), sainetes, algún grotesco discepoliano, piezas de cuño realista y otras de la revista porteña. Develando cómicamente lo ficcional de toda esta historia, los Macocos imponen su juego a la manera de un diálogo reidero y cálido con el teatro que ellos, con voz engolada, denominan nacional. El contacto con ese pasado (la historia se interrumpe en 1972) acontece a través de los personajes-relatores, encargados de hilvanar esta crónica hecha de sucesos imaginarios y reales. Entre éstos, los que aluden al incendio, en 1792, de La Ranchería (la casa de comedias ubicada entre las actuales Perú y Alsina) y al destino del teatro Politeama, que, inaugurado en 1879 sobre el viejo circo Arena, fue demolido en 1956 y convertido en playa de estacionamiento.
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