Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

TIEMPO DE HOSPITAL


Por Enrique Medina


Na40fo01.JPG (6689 bytes)


t.gif (862 bytes) --Me levanté temprano. A las cinco. Entre una cosa y otra se hicieron las siete cuando llegué al hospital. Al Rivadavia, voy. Ahí me anotaron para que me revisaran de la vista. Fui al Rivadavia porque me había mandado mi doctora de cabecera. De Pami. Me anotaron en mesa de entrada y ahí pasé para el fondo. Tuve que cruzar un parquecito y pasé a otro pabellón. Solamente había otra señora, más vieja que yo. Nos pusimos a charlar. De política. Eran las siete y media. La hora en que ellos empiezan a atender, me dijo la señora. Yo era la primera vez que iba allí. Siempre me hablaron bien del Rivadavia y del Fernández. Yo ya estaba cansada de estar sentada cuando empezó a llegar más y más gente. Venían de todos lados. De muy lejos. Al principio había poquita gente pero enseguida se empezó a llenar de gente. Venían de todos lados. Toda gente pobre, mal entrazada, gente pobre. Viejitos, jóvenes, chicos. Todos para hacerse atender de la vista. Yo ya había presentado mi papel. Y me senté a esperar en uno de esos bancos largos de madera marrón. La gente que llegaba pasaba por mesa de entrada y le daban un papel igual al mío. Yo estaba tranquila porque me habían dicho que me llamarían por el nombre, así que me quedé cómoda en el banco porque yo había llegado primera. No, en realidad estaba la otra señora antes. Yo estaba tranquila porque estaba segura y pensaba que me llamarían en cualquier momento. Pero no pasaba nada porque recién iban a atender a las ocho y media. Los chicos comían galletitas. Una mujer que venía de Lanús sacó un termo y se puso a tomar mate. Otra le daba la teta a un bebé. Hay un espacio grande y un ascensor grande y suben y bajan enfermos en camillas o en sillas. Cuando nos cansábamos de hablar nos entreteníamos viendo subir y bajar a los enfermos. Había cada uno. Yo pensaba ¿me tocará a mí lo mismo? Una está sentada y está mirando eso. Vino un viejito que acompañaba a una viejita con los ojos vendados. Dos o tres había con los ojos vendados. Nadie protestaba. La gente espera sin decir nada. Algunos tocan la puerta y preguntan y salió una enfermera y les decía que espere, o que el doctor ese no había venido. Parece que cada uno tiene su médico, parece. Un chico empezó a juntar las piernas y le decía a la madre que se hacía encima. Averiguaron dónde estaba el baño y fueron. Yo también tenía ganas pero me aguanté. Yo puedo aguantar. No me gusta ir a baños ajenos. Mi baño es humilde pero muy limpio. Y no me gustan los baños públicos. Va todo el mundo. Una se puede enfermar.

Cuando ya estábamos todos cansados de esperar se abrió la puerta y se veía un corredor largo con muchas salitas. Empezaron a llamar a la gente que se amontonaba adelante. Yo esperaba tranquila que me llamaran como me habían prometido. A todo esto se hicieron las nueve, las diez. La que estaba antes que yo ya la habían atendido al principio y ya estaría tomando mate en su casa viendo televisión. Me dio rabia y fui y me levanté y pregunté y me dijeron:

--Ya la vamos a llamar, abuela. Quédese sentada, que ya le va a tocar...

--Pero escúcheme, doctora, por favor, yo vine antes. Estuve segunda en el orden de llegada.

--Y, no sé... Yo no tengo todavía su planilla. Espere que ya la atendemos.

Volví a mi lugar y estaba ocupado por un chico. La madre lo sacó y pude volver a sentarme. Me dolían todos los huesos de estar sentada, pero entre estar sentada y estar parada preferí quedarme sentada. La gente era amable, pero yo estaba cansada de tanta espera. A lo último me cansé de esperar y ya eran las once y me metí en el corredor donde están todas las salitas y atienden. Y les dije:

--¡Por favor, ¿no me van a atender?! Yo estoy desde las siete acá. Todos se están yendo, todos los que vinieron mucho después de mí, y yo voy quedando. Estoy desde esta mañana. Son una persona de edad, ¿no sé si se dieron cuenta? Estoy casi sin comer, mire. Y necesito comer algo, me voy a descomponer...

--Perdone abuela, siéntese que ya la atendemos, perdone abuela.

Y me senté en un banco de ahí, del corredor. Pensé que si me veían ahí me iban a atender más rápido. Las doctoras, cada una, atendía a sus pacientes. Había mucha gente. No tenían tiempo para nada. Estaban muy ocupados. Todos muy amables. Y pasa una flaquita de guardapolvo blanco y le digo:

--Nena, no podés hacer que me atiendan, por favor...

--Ah, yo de acá no sé nada...

--Pero tengo que desmayarme para que me atiendan...

--Yo no sé nada.

--Si no sabés nada ¿qué hacés acá?

No me contestó y se fue con cara de bronca. Seguí sentada. Pasó media hora y me dormí. Alguien me zamarreó del hombro. Era la doctora que me pedía perdón y me llevaba a la cabinita y me revisó. La pobre estaba tan apurada y cansada que me atendió así nomás. Yo era la última. Ya se habían ido todos. No quedaba ni un paciente y apenas dos o tres médicos dando vueltas. Me miró con la linternita y me dio una receta. Eran gotas para lavarme los ojos. Me atendió en tres segundos:

--Vuelva dentro de un mes. Póngase esas gotas. Es para ver si necesita otros anteojos.

Salí y volví a la primera ventanilla a reclamar. Le dije a la chica:

--Mire. Cómo, si a las siete y media ya empiezan a atender y usted me dio la orden ¿por qué me atendieron última?

--Yo puse bien las planillas. Si las cambiaron, yo no sé nada, no tengo la culpa. Las habrán mezclado adentro...

Y me vine con una rabia. Pensaba que me lo perdía a Andino. El noticiario es bueno, pero me gusta él; es como Beliz. Los quiero como si fueran mis hijos. ¿Le dije que yo no tuve hijos?...


PRINCIPAL