Cuando ya estábamos todos cansados de esperar se abrió la puerta y se veía un corredor largo con muchas salitas. Empezaron a llamar a la gente que se amontonaba adelante. Yo esperaba tranquila que me llamaran como me habían prometido. A todo esto se hicieron las nueve, las diez. La que estaba antes que yo ya la habían atendido al principio y ya estaría tomando mate en su casa viendo televisión. Me dio rabia y fui y me levanté y pregunté y me dijeron: --Ya la vamos a llamar, abuela. Quédese sentada, que ya le va a tocar... --Pero escúcheme, doctora, por favor, yo vine antes. Estuve segunda en el orden de llegada. --Y, no sé... Yo no tengo todavía su planilla. Espere que ya la atendemos. Volví a mi lugar y estaba ocupado por un chico. La madre lo sacó y pude volver a sentarme. Me dolían todos los huesos de estar sentada, pero entre estar sentada y estar parada preferí quedarme sentada. La gente era amable, pero yo estaba cansada de tanta espera. A lo último me cansé de esperar y ya eran las once y me metí en el corredor donde están todas las salitas y atienden. Y les dije: --¡Por favor, ¿no me van a atender?! Yo estoy desde las siete acá. Todos se están yendo, todos los que vinieron mucho después de mí, y yo voy quedando. Estoy desde esta mañana. Son una persona de edad, ¿no sé si se dieron cuenta? Estoy casi sin comer, mire. Y necesito comer algo, me voy a descomponer... --Perdone abuela, siéntese que ya la atendemos, perdone abuela. Y me senté en un banco de ahí, del corredor. Pensé que si me veían ahí me iban a atender más rápido. Las doctoras, cada una, atendía a sus pacientes. Había mucha gente. No tenían tiempo para nada. Estaban muy ocupados. Todos muy amables. Y pasa una flaquita de guardapolvo blanco y le digo: --Nena, no podés hacer que me atiendan, por favor... --Ah, yo de acá no sé nada... --Pero tengo que desmayarme para que me atiendan... --Yo no sé nada. --Si no sabés nada ¿qué hacés acá? No me contestó y se fue con cara de bronca. Seguí sentada. Pasó media hora y me dormí. Alguien me zamarreó del hombro. Era la doctora que me pedía perdón y me llevaba a la cabinita y me revisó. La pobre estaba tan apurada y cansada que me atendió así nomás. Yo era la última. Ya se habían ido todos. No quedaba ni un paciente y apenas dos o tres médicos dando vueltas. Me miró con la linternita y me dio una receta. Eran gotas para lavarme los ojos. Me atendió en tres segundos: --Vuelva dentro de un mes. Póngase esas gotas. Es para ver si necesita otros anteojos. Salí y volví a la primera ventanilla a reclamar. Le dije a la chica: --Mire. Cómo, si a las siete y media ya empiezan a atender y usted me dio la orden ¿por qué me atendieron última? --Yo puse bien las planillas. Si las cambiaron, yo no sé nada, no tengo la culpa. Las habrán mezclado adentro... Y me vine con una rabia. Pensaba que me lo perdía a Andino. El noticiario es bueno, pero me gusta él; es como Beliz. Los quiero como si fueran mis hijos. ¿Le dije que yo no tuve hijos?... |