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Por Verónica Abdala "La literatura es una forma indirecta de quitarse la vida, y yo soy escritor. Pero siento, a su vez, que ya no tengo nada por decir, y, como soy únicamente literatura, si no escribo no existo." Es fácil reconocer el estilo y la filosofía de vida de Jorge Luis Borges en este parlamento del protagonista de Los últimos días, coproducción ítalo-franco-suiza, escrita y dirigida por el italiano Favio Carpi (Quarteto Basileus) que se emitirá hoy a las 22 por Space, por primera vez en la Argentina (repite el viernes 7 a la 1). Desde ese momento el conflicto y la paradoja quedan planteados: para René, el célebre hombre de letras que interpreta Claude Rich en el film, tanto la escritura como el vacío de palabras que lo acosa en la vejez parecen conducirlo por el mismo camino. La historia se centra en la relación que mantiene el escritor con su joven y hermosa compañera, Sibilla (Valeria Cavalli), a la que la madre de él rechaza. Sin embargo no es el argumento lo que seguramente llamará más la atención de los televidentes argentinos que esta noche vean el film, sino el hecho de que René, que recorre el mundo dictando conferencias de literatura acompañado por Sibilla, ama la música de Astor Piazzolla tanto como la de Stravisnki y Beethoven, y se autodefine como "un amante de los emblemas, los símbolos, las simetrías y la reducción del hombre a un puro enigma". Por donde se lo mire, con pequeñas licencias, es Jorge Luis Borges... pero hablando el francés, una lengua que no estaba entre sus preferidas. El escritor y poeta del film es un anciano ciego que, pese a haber ganado tantos reconocimientos internacionales como le fue posible ("colecciono medallas como otros coleccionan estampillas") no ha conseguido que le otorguen el Premio Nobel. En un juego permanente de paralelismos --Sibilla lee una biografía del auténtico Borges en un viaje en avión--, el personaje principal se casará, durante los que cree sus últimos días de vida, con la mujer que ama para que tras su muerte ésta herede sus derechos de autor, y repetirá en cada presentación pública el magnetismo que siente por los espejos ("son el objeto en el que los hombres confrontan su imagen con la ilusión de existir") y los laberintos ("el lugar en el que esa misma ilusión se desarticula"). René no le teme a la muerte sino que, por el contrario, la invoca, acaso porque, como él mismo argumenta en una conferencia, después de haberse dedicado a escribir durante toda su vida, se percata de que ya no tiene nada por decir. Los esforzados intentos de la joven Sibilla por comprender sus angustias no darán resultado: está demasiado interesada en agradar a los periodistas que escriben artículos sobre su laureado esposo y a los hombres que se cruzan por su camino como para vislumbrar las causas que lo llevan a pasearse por el mundo con dos pastillas de cianuro en el bolsillo. El, por su parte, se resignará a que ella viva sus aventuras y busque en otras camas la posibilidad de ser, experiencias que Borges no parece haber vivido..., aunque nadie podría poner las manos en el fuego al respecto. En la ficción, finalmente, el hombre que alcanzó la fama y el reconocimiento a
través de las palabras optará por un mutismo no exento de cierta apatía, intentando
convencer a quienes asisten a sus conferencias de que "hace falta toda una vida para
aprender a callar". Y planificará su propia muerte, con la misma puntillosidad con
que los escritores imaginan el final de sus personajes. El film, rodado en 1996 en
Venecia, Roma, Munich, Zurich, París, Calcuta y algunas ciudades de la India, y cuyo
costo total fue de 3.500.000 dólares, está dedicado a Héctor Alterio, con quien Carpi
filmó Cuarteto Basileus a fines de los años 70. |