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El presidente norteamericano Bill Clinton está viviendo un largo día "S": una relación sexual y una mancha de semen pueden definir su futuro como primer mandatario. Sobre el primer asunto, la ex pasante de la Casa Blanca, Monica Lewinsky, declaró ayer ante el Gran Jurado. A cambio de inmunidad, ofrecida por el fiscal del caso Ken Starr, Monica habría confirmado que sostuvo "una relación sexual de un cierto tipo", desde noviembre de 1995, por "una docena de veces" y durante un año y medio con Clinton; que ambos decidieron mantenerlo en secreto pero que el presidente nunca le dijo que mintiera sobre el asunto. Esto absolvería al mandatario de los cargos de incitación al perjurio (mentir bajo juramento), pero no del de perjurio, porque él mismo dijo en el caso de Paula Jones --ya cerrado-- que con Lewinsky no hubo relación alguna. Sobre la mancha de semen en un vestido presentado por Monica como prueba, el FBI está haciendo los estudios para determinar si pertenece a Clinton, quien declarará en 10 días. Monica Lewinsky entró al juzgado por la misma puerta que usan los integrantes del Gran Jurado y protegida de los medios: un dispositivo de seguridad mantuvo a la prensa alejada del edificio. No le permitieron entrar con sus abogados a la sala donde la esperaban los 23 integrantes de este tribunal. El interrogatorio duró casi nueve horas, incluyendo un descanso para el almuerzo pedido por la bien alimentada ex pasante. Durante todo ese tiempo, los periodistas armaron picnics y se mezclaron con turistas y curiosos que llegaban a las cercanías del edificio para construir la celebridad del hecho. Monica salió por la misma puerta, en un auto con los vidrios polarizados y sin hacer declaraciones. La Casa Blanca también intentó generar un clima de "aquí no ha pasado nada". El presidente Clinton asistió a un acto en el Jardín de las Rosas del palacio gubernamental para respaldar una legislación sobre el control de armas; más tarde, pronunció un discurso a un grupo de indígenas. Como no estaba previsto ningún contacto con la prensa, los periodistas le hacían preguntas a los gritos, y no precisamente sobre el control de armas. El presidente hizo de cuenta que no escuchaba bien y así evitó responder. Los voceros de la Casa Blanca se limitaron a comentar la "enorme agenda política" que tiene el presidente para la semana que viene. Sólo uno de ellos, Barry Toiv, se refirió al caso Lewinsky. "Esperamos que esto signifique que la investigación que dura ya cuatro años y costó 40 millones de dólares esté llegando a su fin", dijo el funcionario. La referencia es para el fiscal Starr, que se juega con Lewinsky la última posibilidad de llevarlo a juicio a Clinton. De clara tendencia republicana e investido de las atribuciones del fiscal independiente --figura creada por los demócratas luego del Watergate, que puede investigar cualquier caso sin importar el juzgado o lugar al que corresponda--, Starr inició sus investigaciones sobre Clinton en 1994. Primero fue el asunto inmobiliario denominado Whitewater, cuando el presidente era gobernador de Arkansas. Después, el supuesto caso de corrupción en el que la primera dama Hillary Clinton usó la agencia de viajes de la Casa Blanca para cuestiones personales. Las irregularidades en la financiación de las dos campañas de Clinton también aportaron lo suyo. Y, más tarde, el seguimiento de la denuncia de acoso sexual contra Clinton hecha por Paula Jones. Hace cinco meses, este último caso fue cerrado. Los demás aún no tienen pruebas firmes en las que sustentarse. Pero en el caso Paula Jones floreció un retoño de escándalo, el de Lewinsky. Tanto la ex pasante como el presidente negaron todo sobre su supuesta relación, pero Starr logró que Monica declarara nuevamente, y hasta presentara pruebas del romance, garantía de inmunidad mediante. Aunque Lewinsky haya reconocido que ella y Clinton mintieron al negar la relación, el presidente sólo estará incriminado seriamente si los técnicos del FBI, que están estudiando restos de material genético en el vestido que entregó Monica, comprueban que el semen pertenece al presidente; o si se comprueba que la voz cariñosa que se escucha en las cintas del contestador de Lewinsky coincide con la de Clinton. El entorno presidencial está estudiando qué debe hacer cuando declare el 17 de agosto próximo: admitir todo y pedir disculpas públicamente, confiando en su alto nivel de popularidad, o volver a negar la relación, lo cual supondría que Clinton sabe que las pruebas presentadas no lo incriminarán. Salvo que él mismo no recuerde lo que hizo en una noche de pasión.
Política y ética La repercusión política que puede tener el caso Lewinsky es mínima para el presidente norteamericano Bill Clinton. La posibilidad de que el Congreso quiera iniciar un proceso de destitución (impeachment) es remota. Si Lewinsky declaró que ella y Clinton mantuvieron relaciones sexuales, pero que el presidente no la instigó a mentir, el cargo de incitación al perjurio desaparecería; pero seguiría vigente el cargo de perjurio, porque Clinton afirmó que no mantuvo relaciones con la ex pasante. Hasta este punto, se trata de la palabra de Lewinsky contra la del mandatario; la primera no bastaría para iniciar un proceso judicial. Pero en caso de que las pruebas aportadas por Lewinsky incriminaran efectivamente a Clinton, es bastante improbable que la mayoría republicana en el Congreso norteamericano se decida por el impeachment. Y no sólo por el alto nivel de popularidad del presidente. Un proceso en contra de Clinton sentaría un mal precedente para la historia norteamericana: a partir de este momento, cualquier persona podrá acusar al presidente de cualquier cosa, y ese solo hecho bastará para que se inicien procesos judiciales. El presidente deberá preocuparse, antes que de gobernar, de atender a los millones de juicios en su contra. Eso es inaceptable, y más en un país donde la figura presidencial tiene un peso considerable. Por otro lado, el perjurio que habría cometido Clinton se refiere a asuntos privados. Y ésta no es condición suficiente como para voltear a un presidente. Si Clinton hubiera mentido sobre un asunto de interés público, la gravedad del delito sería mayor. Es cierto que, dentro de los valores norteamericanos, el perjurio y la instigación al perjurio son hechos reprobables. Pero también es cierto que el público estadounidense está harto de la frivolidad pública respecto de estos casos. A diferencia del caso de Gary Hart, un candidato a presidente que tuvo que renunciar por un escándalo sexual, las cuestiones personales ya no se juzgan. Cuando estas cuestiones puritanas retroceden, resaltan de los valores norteamericanos su moral cívica y su noción de ética. En Estados Unidos, por ejemplo, existe una ley que limita los aportes a las campañas presidenciales, para evitar una influencia desmedida de un grupo en un gobierno. Sería deseable que esto mismo existiera en Argentina, aunque aquí todavía hay formas de corrupción más gruesas que no se arreglan con una ley, sino atendiendo al tipo de moral que hizo posible su sanción. * Ex asesor del canciller Di Tella, doctor en Relaciones Internacionales.
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