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Hay un tango sin leyes de mercado

Lina Avellaneda presenta desde esta noche, en vivo, su CD "Ciudadana", que incluye canciones tangueadas de Andrés Calamaro y Charly García.

Lina dice que los tangueros ortodoxos no escuchan bien a Calamaro.
"¿Qué más tango de fin de siglo que 'En un hotel de mil estrellas'"?

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Por Fernando D'Addario

t.gif (67 bytes) La prosapia tanguera se le intuye en su origen orillero (nació a pocas cuadras del Riachuelo, en Sarandí) y en ciertos tics de indisimulable alma ciudadana. Por lo demás, Lina Avellaneda se resigna a un eterno rol de rara avis dentro de la música popular de Buenos Aires, como si materializara su espíritu inquieto en un alien que perturba al porteñismo tradicional. "Sigo en la lucha, aunque tengo que reconocer que hasta ahora la lucha me viene ganando..." admite en conversación con Página/12 la artista ahora radicada en Quilmes, que sobrevive dando clases, y cada tanto se da el gusto de molestar con su música. Esta noche, y todos los viernes de agosto, presenta en El Club del Vino el espectáculo Tango en marrón y plata, en el que propone un homenaje al río que tanto ha influido y acompañado el devenir cultural de estas tierras.

El itinerario artístico de Lina incluye una aproximación inicial a músicos de extracción folklórica (Raúl Barboza, Oscar Alem y Domingo Cura, entre otros), pero desde una mirada ciudadana. Cuatro discos después de su debut (Como la gente --1987--, Marrón y plata --1991--, Frágil --1994-- y el más reciente Ciudadana, en el que conviven temas propios y de otros autores, como Andrés Calamaro, Charly García, Jaime Roos y Eladia Blázquez), sus búsquedas musicales le han hecho ganar prestigio en un micromundo de músicos y melómanos ajenos a los estereotipos genéricos, aunque no haya conseguido igual suerte en un ámbito más masivo. Ella, que se define como "una mujer de 40 años que vive en un barrio y camina dos veces por semana por la avenida Corrientes", asume que su situación, ínfima respecto de lo que le pasa a tantos artistas de orientación popular, se debe a "la falta de políticas de difusión cultural". Su función es escribir canciones y cantarlas. "No soy una Quijote ni una carmelita descalza --explica--. Simplemente trato de demostrar que una puede hacer música sin prostituirse. Ojalá no estuviese tan al margen, pero ojalá también que nunca deje de estar al margen si para estar dentro deba aceptar las leyes del mercado".

Su repertorio (y fundamentalmente su política respecto de su repertorio) no apuesta al facilismo. "En mi versión de la ciudad hay muy poco lugar para la nostalgia", dice, y eso se refleja arriba del escenario, donde es imposible encontrarla versionando clásicos como "Volver". Y aunque muchos le piden, o más bien le aconsejan, que trate de incorporarse al establishment tanguero por las vías habituales ("me preguntan: Che, ¿por qué no empezás a cantar tangos como 'Malena', por ejemplo?") ella eligió, en su último disco, interpretar "En un hotel de mil estrellas", de Andrés Calamaro, que cuenta la historia de un tipo hambriento y drogado encerrado en un cajero automático. "¿Qué más tango de fin de siglo que ése?" se pregunta Lina, al mismo tiempo que desea que los tangueros tradicionales vieran su show. "Descubrirían que musicalmente hay un gran respeto por las líneas clásicas del tango, que es riquísima. Lo que pasa es que hay un chauvinismo tan grande... que parece que el tango fuese una especie de santuario. Y por otro lado, la globalización nos descoloca, porque al final una no sabe con qué idioma hablar: si con el fragmentario y escéptico de los jóvenes, o con el utópico de algún sesentista que se quedó, o bien con alguno que esté por inventarse." De estas alternativas, Lina prefiere la última: "la cultura musical argentina pasa por el momento del no pero sí. ¿Quién podría representar al país en el exterior? ¿Soledad? ¿El tango for export? ¿El pop híbrido y lavado? No, pero sí. Al menos debemos imponernos la obligación de soñar que hay otra cosa por hacerse".

 

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