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Panorama político
Esa codicia maligna
Por J. M. Pasquini Durán

t.gif (862 bytes) "A nadie le puede faltar pan y trabajo y deben proveerlos los que tienen la responsabilidadna06fo01.jpg (12608 bytes) del poder." Este fue, en esencia, uno de los mensajes del arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, a los miles de fieles que acudieron a San Cayetano. Dejó otro contra "la codicia insensata y perniciosa, porque la raíz de todos los males es el afán de riqueza". En la era del conocimiento, con biogenética y telemática, con inseminación artificial y clonaciones, en cualquier país que se precia de su modernidad y avances económicos, pedir pan y trabajo en el sermón central de un arzobispo debería sonar a villancico de Nochebuena cantado a destiempo. Pero no es así en la Argentina de estos días: el pan y el trabajo son la preocupación cotidiana de por lo menos un tercio de la población nacional.

Debería ser, en realidad, una preocupación de todos, porque con esa proporción de necesidades insatisfechas los problemas emergentes terminarán por afectar la vida de la mayoría, aun de los satisfechos. El auge delictivo, por ejemplo, no nació en un repollo ni todo -–aunque hay mucho-— está planificado por poliladrones. Tampoco la pobreza, que tantos llevan con la mayor dignidad que pueden, es el exclusivo caldo para pillos. Está comprobado en el mundo, sin embargo, que el desempleo masivo, continuado y sin expectativas, desespera y baja las defensas morales de los individuos, sobre todo en la temprana juventud. No hay más que ver las edades de los ladrones muertos por sus asaltados en los últimos tiempos: la mayoría tenía entre 18 y 22 años de edad.

Algo le está comiendo las entrañas al país donde mueren albañiles que cobran diez pesos por jornada, porque las empresas ahorran en seguridad del trabajo. Por supuesto que sería mejor pensar en la versión del presidente Carlos Menem, donde todo sucede para mejor, hasta las desgracias, si fuese cierto. La gente que sufre el otro país, prefiere olvidarlo por un rato con entretenimientos más alegres que esas historias oficiales. El jueves por la noche, el programa de Marcelo Tinelli triplicó la audiencia (según el rating medido por Ibope) o por lo menos la duplicó (Mercados y Tendencias) comparado con el que tuvo de figura central al Presidente.

La palabra oficial está devaluada, porque se niega a sí misma todo el tiempo. Menem aseguró que quiere que lo investiguen, pero a continuación afirmó que si lo hacen los investigadores serán comparables con las dictaduras del 55 y del 76 y mantiene su declaración de bienes bajo llave. El martes 21 de julio anunció que se retiraba de la competencia por la sucesión, pero en la calle sigue la distribución del cotillón que promueve la idea del tercer mandato. El Presidente y sus corifeos alaban la independencia de la Justicia, pero están dispuestos a todo para impedir que el Congreso examine un puñado de causas que recibieron el respaldo de los cinco jueces que son mencionados como la "mayoría automática" de la Corte Suprema.

"Después de un tiempo prudencial -–y un tiempo de más allá de diez años dejaría de ser prudencial-- es imposible decir que no ha habido suficiente tiempo para hacer las transformaciones necesarias." Parece aplicado a la coyuntura argentina, aunque habla el presidente de Panamá, Ernesto Pérez Balladares, que llamó a referendo para este fin de mes a fin de reformar la Constitución y conseguir la reelección. El va por la segunda de cinco años y por eso diez le parecen suficientes, aunque en 1995 decía que la reelección arriesgaría "todo lo que se ha logrado en la consolidación del sistema democrático". Ahora quiere seguir, dice, para consolidar "nuestra política de integración y apertura económica". Igual que la corriente del Niño, "la codicia insensata y perniciosa" está en todas partes.

No siempre las cosas resultan del paladar de los codiciosos. Después de las elecciones en tres estados mexicanos (Zacatecas, Aguas Calientes y Oaxaca) y de consultar con varios politólogos, el columnista Andrew Hurst de Reuters anotó esta conclusión: "Los partidos políticos observan seriamente, según se acercan las elecciones presidenciales del 2000, que las viejas lealtades de partido se están rompiendo y que un grupo de 'votantes flotantes' está listo para cambiar a gran velocidad sus fidelidades por un candidato carismático". A lo cual respondió el historiador mexicano Enrique Krauze, discípulo de Octavio Paz, "que temía que sus compatriotas pudieran sucumbir a los cantos de sirena de un demagogo político si se centraban demasiado en las personalidades y no consideraban los temas de política pública".

El gobernador Eduardo Duhalde, que actúa como si el retiro de la candidatura de Menem fuera irreversible, ha decidido "correr por izquierda" a los competidores. Su discurso quiere alejarse del pensamiento único del oficialismo y cada día anota una nueva frase estridente a su repertorio. La última fue para rechazar que el mercado "hiperexplote" a los trabajadores. Con esas voces quiere atraer al electorado progresista, pero eso no les quita razón a sus denuncias. Para los más desamparados ofrece empleos en obras públicas y subsidios.

Con menos que eso, Domingo Bussi mantiene su caudal de votos en las encuestas tucumanas y cinco gobernadores aspiran a la reelección. El mayor problema de Duhalde para conseguir suficiente credibilidad pública es que tiene que explicar los nueve años pasados en la vereda del proyecto neoconservador del menemismo. Esto lo obliga a una frase que hace crujir el reciclado de su mensaje: este modelo es exitoso, asegura, pero ya está agotado, como si se tratara de la taquilla de un espectáculo. Confía, de todos modos, en darle letra a los aliados sindicales para que salgan, como hizo Gerardo Martínez de la UOCRA esta semana, a agitar el ambiente contra los abusos patronales. Por lo que se pudo ver con los albañiles marchando "en defensa de la vida", el aparato del sindicalismo burocrático conserva una cuota de eficacia a la hora de salir a la calle.

En la Alianza opositora escuchan con cierto desdén los veredictos del gobernador bonaerense y, por ahora, le temen más a las maniobras de Menem que a las chances de victoria del aspirante a la sucesión. No terminan de aceptar como definitiva la retirada del Presidente ni, mucho menos, que haya dejado de lado la intención de fracturar a la convergencia opositora, aunque esta posibilidad pudiera favorecer a Duhalde, si es que no le soplan la nominación en abril del año que viene. En el Frepaso las ganas de competir de Graciela Fernández Meijide se impusieron a las especulaciones tácticas sobre la fórmula por consenso, de manera que las internas serán no más en la fecha acordada.

Mientras tanto, el quinteto nacional avanza sobre dos andariveles al mismo tiempo. En uno, tratan de poner orden hacia adentro en las alianzas provinciales -–algunos aseguran que ya hay una decena "en caja"-- para designar candidatos locales. En la otra pedana, salen hacia afuera con la "Carta Abierta", que seguía retocándose hasta último minuto, bajo la presión de las opiniones internas y de quienes querían introducir temas parciales, como los hielos patagónicos, para que nada quede afuera.

Entre los temas que sacan chispas ocupa un ancho espacio el de las relaciones con los sindicatos y con el mundo del trabajo en general. La UCR ha sido por tradición un partido de clases medias y durante la administración alfonsinista intentó dos actitudes opuestas frente a los sindicatos: primero quisieron destruir a la burocracia peronista y luego cooptarla entregándole el Ministerio de Trabajo. En ambos casos, los resultados fueron más que magros, porque la dirigencia sindical actuó como ariete de la oposición peronista. Las izquierdas peronistas y socialistas del Frepaso, a su vez, han tenido visiones míticas del proletariado, porque era "la columna vertebral del Movimiento" o porque era la clase preferida de las vanguardias revolucionarias.

Hoy en día los sindicatos más movilizados son los estatales, pilar de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que se ve a sí misma como una representación más amplia que la de los gremios que la integran, abarcando a núcleos obreros de otras ramas económicas y a organizaciones no gubernamentales con motivaciones muy diversas. Por su mirada sobre la realidad, la CTA debería ser el brazo sindical de la Alianza, pero los que piensan en la coalición sobre la futura reforma del Estado tienden a imaginar conflictos frontales debido a lo que suponen será la rígida autodefensa de los puestos de trabajo en la administración pública.

De acuerdo con las opiniones de los que dicen conocer el paño, hay que agregar algunas divergencias sobre la capacidad de atender las demandas obreras desde el futuro gobierno y Estado. En terreno sindical, hay quienes siembran expectativas positivas en un gobierno de la Alianza, pero con una advertencia: "No será nuestro gobierno". El bando de los políticos opositores tiene su propia objeción: "El Estado es el centro administrativo del sistema y estará bajo la presión del establishment; no pueden esperar una política obrerista o un Estado sindical, sino una más equitativa distribución de los beneficios". Interpretaciones aparte, siempre causa de controversias, por ahora no hay un diálogo abierto, constante y fluido que comience a desbrozar el camino hacia un nuevo contrato económico-social para el futuro. Sigue latente, mientras tanto, una pregunta para las novedades del fin de siglo: ¿Podrá definirse una política socialdemócrata sin aliados en los gremios obreros? ¿Adónde termina el consenso con el establishment cuando la "codicia insensata y perniciosa" afrenta el bien común?

 

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