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CIENTOS DE MILES FRENTE A SAN CAYETANO
La esperanza hace cola

Este año las treinta cuadras usuales de la cola para tocar al santo subieron a 35. Los fieles --que rondaron el millón-- soportaron la espera con paciencia. Según los datos recopilados el año pasado por el servicio social de la iglesia, el 80 por ciento tiene trabajo, y va para agradecer.

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La cola principal, para llegar al santo, empezó a formarse un mes atrás.
Pero existe una segunda cola, la de los que solo llegan a cien metros de la imagen.

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La gente compra espigas, velas, imágenes del santo: los vendedores acosan con ofrecimientos.
Otros aprovechan la ocasión, y los previsibles desempleados, para ofrecer "efectivo en 24 horas".


t.gif (67 bytes)  Sombrero atigrado y sobretodo. Esa mujer pierde su mirada azul entre caras y cuerpos de mil formas. Dice que por "curiosidad" se sumó al folklore de rezos y plegarias reunido en torno de San Cayetano cada siete de agosto en Liniers. Pero el millón de personas que la cercan distan de aquella postura. Si bien, de acuerdo a las estadísticas del año pasado, el 80 por ciento de los peregrinos tiene trabajo, la gente se reunió ayer ante el santo para agradecer lo ganado y pedir por familiares faltos de empleo. La fila para tocar a Cayetano se extendió a lo largo de 35 cuadras, cinco más que el promedio habitual. Como la mujer del sombrero, entre los penitentes se colaron profesionales y gente de clase media alta. Las clásicas donaciones hechas al ingreso del santuario este año superaron los 50 toneladas y el destino elegido fue los inundados del Litoral.

"Los santos saben dejar buena plata y el que más deja es San Cayetano." La especulación de un feriante es parte del bricollage trashumante armado por el buen santo cada año. A un flanco de la estación de Liniers cada peregrino era bombardeado con volantes de "efectivo en 24 horas" o el más atinado voceo de "una espiga por un peso". Entre los cazadores de clientes, la gente intentaba abrirse camino por la calle Cuzco hacia la iglesia. Un pibe estirado en puntas de pie pedía "¿eh, tenés moneda vos?", sin saber que detrás una mujer frenaba el changuito cirujeando latas de gaseosa vacías. Más atrás, justo frente a la iglesia, en un palco armado para la ocasión santa, una voz se peleaba por entonar algún canto insistiendo en pedir "paz para la tierra y luz entre las sombras, iglesia peregrina de Dios". El arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio terminaba de oficiar la misa.

--¿Don, a cuánto la vela?

--Un pesito doña.

--¿Me daría media?

El viejo Ramón cuenta el caso como síntoma de la "malaria". Hace doce años su carromato se instala a pocos metros de Cuzco. El santero cuela el carro entre la cola de gente que busca tocar al santo. Porque cada año en Liniers hay dos filas: una para ver al santo a un metro de distancia y otra --empieza a formar un mes antes-- para acariciar el cristal que refugia la imagen. A un costado de la cola larga, don Ramón grita seductoras ofertas de estampas, velas y rosarios. Pero más que los textos bíblicos sus lecturas son "el diccionario filosófico de Voltaire y La razón pura de Kant", como bien explica. Ese hombre hace cuatro años tiene su economía gastada: "Antiguamente --se deshace en explicaciones--, vendía un día como hoy 5000 dólares, de cuatro años a esta parte hago con suerte 250 pesos". Reconocido agnóstico, el viejo desespera ante tanta devoción. En la "cola larga" está Lidia Meyer, después de 15 horas de espera le restan sólo 100 metros para entrar en la iglesia, andanza que en códigos peregrinos puede costarle dos horas más de paciencia religiosa.

Pero otra mujer, Marta, consiguió alcanzar el ingreso. En mayo obtuvo título de correctora literaria. De chica moría de risa cuando "mamá rezaba y rezaba ante un santo". Tenía seis años y las respuestas maternas no lograban quitarle una mueca de interrogación de la boca. "Y ahora estoy yo acá", se admira. Está desempleada. Intentó buscar trabajo pero las hemorragias de un fibroma la obligaron a pasar temporadas largas en cama. Cree estar sana y por esa curación agradece al santo. Tiene 55 años, está dentro de la iglesia y despacio echa una mirada satisfecha al cristal que guarece a Cayetano.

Un solazo pesado anticipaba afuera el mediodía. Frente al palco una marea de hombres se obstinaba en mantener espigas en alto. Una muralla de vallas despega la turba religiosa del palco donde cada 45 minutos se suceden a lo largo del día celebraciones religiosas. Unos 200 sacerdotes fueron convocados para atender a la multitud. Desde abajo Gabriel levanta una estatua del santo y cuelga el brazo en el hombro de su novia. "Si tuviera trabajo no estaría acá", dice sin vueltas. Tiene 23 años tuvo un contrato de seis meses en Femeba y cuando venció el tiempo quedó en la calle. Norma Aguiar está a punto de entrar en la iglesia. Unos cinco scouts de los 3000 que se acercaron a prestar brazos para la fecha, le permitían el paso. La mujer llegó a las 7 de la tarde del miércoles. Esperó en pie toda la noche como cada 6 desde hace tres años. Tiene un hijo con parálisis cerebral que ahora, después de la tercera operación, logra caminar un poco. Las cuatro carpas sanitarias, dos de Naciones Unidas y otras tantas de la Cruz Roja, atienden por los laterales a quienes quedaron en camino. Según el titular del operativo de Naciones Unidas, Héctor Romay, históricamente la mayoría de los pacientes cae por agotamiento. En medio de la caótica marcha humana, la voz del viejo Ramón vuelve a ganar espacio. Sigue en su puesto de venta. Esta vez no vocea ofertas de colores paganos. Por las suyas opta cambiar preguntas que no entiende por otra: "¿me quieren decir dónde coloco a ese Dios, yo?

 

Desempleo y violencia

Tres fueron los ejes de los discursos pronunciados por miembros de la Iglesia ayer durante la celebración de San Cayetano: "la alarma" por el desempleo, la situación de violencia y los "engrupidos" que viven del trabajo de los demás. Desde el palco al aire libre habilitado para la ceremonia central, el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, Jorge Bergoglio, definió como la raíz de todos los males el afán al dinero y criticó "a quienes andan preocupados por el dinero que caen en la tentación de la codicia insensata y perniciosa".

Por detrás, el obispo auxiliar porteño, Raúl Rossi, hizo centro en la situación de violencia desatada en los últimos días. En ese marco, pidió en su homilía por "la inseguridad y los peligros que corremos en la calle y aun en nuestras casas ante la locura de algunos que usan la violencia y llegan a matar". El prelado otorgó carácter estructural a los miles de pedidos laborales que los peregrinos llevaron. En este sentido reclamó a los que tienen poder o capacidad económica que "se den cuenta de que deben encontrar caminos para que nadie quede al margen de la sociedad". Por su parte, el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, optó por dar números para describir con contundencia la situación que definió de "alarma" laboral: "Los altos índices tienen a prolongar la vigencia de la crisis, son 6.857.184 los excluidos del empleo en el país".


HISTORIAS DE RECLAMOS Y AGRADECIMIENTOS

Fotógrafo y heladero

Apenas pasaba la dictadura cuando a Eduardo Lizondo se le ocurrió pisar la iglesia de San Cayetano. Es fotógrafo y un día en pleno ajuste de personal en Editorial Abril quedó en la calle. Faltaban días para el siete de agosto. Se animó a hacerle una visita al santo y funcionó: "A los dos días me reincorporaron", cuenta ahora. Nunca más faltó a la cita. Cada 6 de agosto llega a la misma hora: "A eso de las 7 de la tarde me meto a hacer la cola y espero". Cuenta que lo hace así, igualito a la primera vez.

"Me rajaron por subversivo", vuelve a repensar su primer paso por la editorial desaparecida hace cuatro años. Eduardo metido en la cola del santo todavía defiende los reclamos y pelea contra su viejo dirigente Raimundo Ongaro. "Estábamos en la vereda de enfrente", aclara. Con el ajuste quedaron mil personas en la calle, y la reincorporación absorbió a unos cien. Entre ellos Eduardo. Además de trabajo, el santo le consiguió asegurar el puesto: "La comisión interna --dice-- se había desarmado y me ofrecieron ser delegado." En los años que siguieron metió manos en fotomecánica, pero con la venta de la editorial quedó otra vez en la calle. Ahora pasó de fotógrafo a heladero. Ayer dejó el puesto de venta en La Florida a cargo de su mujer. Ahora no busca trabajo. Está conforme pero sigue visitando al santo, así "para agradecer".


Un pedido por encargo

Restan sólo unos metros para que Zulema Martínez alcance al santo. Acaba de atravesar el último vallado custodiado por scouts. Este año por primera vez se decidió acercarse a la iglesia. "Fue cuando vi por televisión a la gente", repiensa con alguna emoción. La privatización de Aerolíneas dejó a su esposo desempleado. Por eso reclamará al santo del trabajo, un nuevo puesto para Simón pero además pide por un sobrino de cuatro años con cáncer.

"Dos minutos sentada y dos parada caminando." Así describe la mujer su rito iniciático en la primera noche de peregrina. Antes de dejar su casa armó el bolso de acuerdo con alguna receta mediática: cargó una mochila de montaña con bolsa de dormir, frazadas, dos termos, sillas desplegables y galletas. Ahora se ríe no sólo por el inservible equipaje sino porque el bulto multiplicó el cansacio de la marcha. Llegó a Liniers minutos antes de las 8 de la noche y armó territorio a 15 cuadras de la iglesia. Ahora su mochila pisa el atrio y de a poco se prepara para descargar el primer pedido: "Un trabajo para Simón que hace tres años está desocupado". Por detrás Miriam, su hija, se suma para recordar a Alem "mi primo de cuatro años que tiene cáncer". La lista todavía no termina, como otros de los miles que alcanzaron al santo, las mujeres incorporan pedidos de amigos. Ellas ayer recordaron a Gustavo, un amigo querido del barrio a quien hace un año le detectaron leucemia.

 

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