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Sombrero atigrado y sobretodo. Esa mujer pierde su mirada azul entre caras y cuerpos de mil formas. Dice que por "curiosidad" se sumó al folklore de rezos y plegarias reunido en torno de San Cayetano cada siete de agosto en Liniers. Pero el millón de personas que la cercan distan de aquella postura. Si bien, de acuerdo a las estadísticas del año pasado, el 80 por ciento de los peregrinos tiene trabajo, la gente se reunió ayer ante el santo para agradecer lo ganado y pedir por familiares faltos de empleo. La fila para tocar a Cayetano se extendió a lo largo de 35 cuadras, cinco más que el promedio habitual. Como la mujer del sombrero, entre los penitentes se colaron profesionales y gente de clase media alta. Las clásicas donaciones hechas al ingreso del santuario este año superaron los 50 toneladas y el destino elegido fue los inundados del Litoral. "Los santos saben dejar buena plata y el que más deja es San Cayetano." La especulación de un feriante es parte del bricollage trashumante armado por el buen santo cada año. A un flanco de la estación de Liniers cada peregrino era bombardeado con volantes de "efectivo en 24 horas" o el más atinado voceo de "una espiga por un peso". Entre los cazadores de clientes, la gente intentaba abrirse camino por la calle Cuzco hacia la iglesia. Un pibe estirado en puntas de pie pedía "¿eh, tenés moneda vos?", sin saber que detrás una mujer frenaba el changuito cirujeando latas de gaseosa vacías. Más atrás, justo frente a la iglesia, en un palco armado para la ocasión santa, una voz se peleaba por entonar algún canto insistiendo en pedir "paz para la tierra y luz entre las sombras, iglesia peregrina de Dios". El arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio terminaba de oficiar la misa. --¿Don, a cuánto la vela? --Un pesito doña. --¿Me daría media? El viejo Ramón cuenta el caso como síntoma de la "malaria". Hace doce años su carromato se instala a pocos metros de Cuzco. El santero cuela el carro entre la cola de gente que busca tocar al santo. Porque cada año en Liniers hay dos filas: una para ver al santo a un metro de distancia y otra --empieza a formar un mes antes-- para acariciar el cristal que refugia la imagen. A un costado de la cola larga, don Ramón grita seductoras ofertas de estampas, velas y rosarios. Pero más que los textos bíblicos sus lecturas son "el diccionario filosófico de Voltaire y La razón pura de Kant", como bien explica. Ese hombre hace cuatro años tiene su economía gastada: "Antiguamente --se deshace en explicaciones--, vendía un día como hoy 5000 dólares, de cuatro años a esta parte hago con suerte 250 pesos". Reconocido agnóstico, el viejo desespera ante tanta devoción. En la "cola larga" está Lidia Meyer, después de 15 horas de espera le restan sólo 100 metros para entrar en la iglesia, andanza que en códigos peregrinos puede costarle dos horas más de paciencia religiosa. Pero otra mujer, Marta, consiguió alcanzar el ingreso. En mayo obtuvo título de correctora literaria. De chica moría de risa cuando "mamá rezaba y rezaba ante un santo". Tenía seis años y las respuestas maternas no lograban quitarle una mueca de interrogación de la boca. "Y ahora estoy yo acá", se admira. Está desempleada. Intentó buscar trabajo pero las hemorragias de un fibroma la obligaron a pasar temporadas largas en cama. Cree estar sana y por esa curación agradece al santo. Tiene 55 años, está dentro de la iglesia y despacio echa una mirada satisfecha al cristal que guarece a Cayetano. Un solazo pesado anticipaba afuera el mediodía. Frente al palco una marea de hombres se obstinaba en mantener espigas en alto. Una muralla de vallas despega la turba religiosa del palco donde cada 45 minutos se suceden a lo largo del día celebraciones religiosas. Unos 200 sacerdotes fueron convocados para atender a la multitud. Desde abajo Gabriel levanta una estatua del santo y cuelga el brazo en el hombro de su novia. "Si tuviera trabajo no estaría acá", dice sin vueltas. Tiene 23 años tuvo un contrato de seis meses en Femeba y cuando venció el tiempo quedó en la calle. Norma Aguiar está a punto de entrar en la iglesia. Unos cinco scouts de los 3000 que se acercaron a prestar brazos para la fecha, le permitían el paso. La mujer llegó a las 7 de la tarde del miércoles. Esperó en pie toda la noche como cada 6 desde hace tres años. Tiene un hijo con parálisis cerebral que ahora, después de la tercera operación, logra caminar un poco. Las cuatro carpas sanitarias, dos de Naciones Unidas y otras tantas de la Cruz Roja, atienden por los laterales a quienes quedaron en camino. Según el titular del operativo de Naciones Unidas, Héctor Romay, históricamente la mayoría de los pacientes cae por agotamiento. En medio de la caótica marcha humana, la voz del viejo Ramón vuelve a ganar espacio. Sigue en su puesto de venta. Esta vez no vocea ofertas de colores paganos. Por las suyas opta cambiar preguntas que no entiende por otra: "¿me quieren decir dónde coloco a ese Dios, yo?
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