Dos edificios casi barrocamente abrazados sobre sí mismos, como si se hubieran enroscado en cuerdas de escombros. Socorristas, gritos, gentío. Pedidos de auxilio de las víctimas bajo el peso de los escombros. Sirenas de ambulancias, retenes policiales, escenas conmovedoras de solidaridad y de tragedia o de egoísmo y terror ciego. Esas fueron las imágenes que la televisión irradió ayer a todo el mundo. Pero aquí resultaban familiares. Ese programa de terror ya fue pasado dos veces en Argentina. AMIA, Embajada, Kenia, Tanzania. Otro continente, una memoria herida, el mismo dolor.
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