Por María Ester Gilio
--¿Qué es la locura para ustedes? ¿Es una enfermedad?
Françoise Davoine: La locura no es una enfermedad, es una
búsqueda. Se busca saber lo que la historia oficial ha cortado de la verdadera historia.
El loco va a enseñar, con medios extravagantes, que él o sus antepasados han sido
testigos de esos hechos hoy ocultos. En la Edad Media se admitían dos aspectos de la
locura. Uno, médico, trataba de resolver con drogas, operación a la cabeza, sueño,
castigos y etcétera. Y otro, que atraía y apasionaba a los hombres, tiene que ver con lo
que la locura enseña. En el siglo XVI la locura se representaba en los escenarios. De esa
época es el Elogio de la locura, de Erasmo. Hoy la locura tiene todavía una
dimensión teatral. El loco muestra lo que no puede decir. Lo muestra exagerándolo y
busca desesperadamente a otro que reconozca la parte de verdad que hay en lo que muestra.
--¿Cómo hace el psicoanalista para contactarse con el paciente?
Jean Max Gaudilliere: Hay que plantear la pregunta al revés,
preguntarse qué medios tiene el paciente de entrar en contacto con el psicoanalista.
Porque el oficio de loco es el de entrar en contacto con alguien, no "los
demás" en general, "con alguien", al menos uno, para comenzar el trabajo
de poner la luz sobre la verdad, sobre la autenticidad. Esto es lo que busca el loco.
Entrar en contacto. Sobre todo con el psicoanalista, para que éste sea alcanzado por la
verdad que busca transmitir. Lo que él quiere es tocar al psicoanalista.
--Tocarlo ... ¿emocionarlo?
J.M.G.: Sí, emocionarlo, conmoverlo.
--¿Despertar su piedad?
J.M.G.: No, no, no, para nada. No quiere despertar su piedad,
conmiseración, indignación o cualquier otro sentimiento en ese estilo. Lo que el
paciente trata de hacer es tocar en el analista zonas sensibles, frágiles en la historia
del analista. Porque solamente tocando esas zonas él podrá hacer trabajar sus propios
traumatismos. Lo que él busca es comunicarse con alguien que haya tenido una historia
similar.
F.D.: En Estados Unidos conocimos a una argentina, Beatriz Poster,
directora de un hospital psiquiátrico en Austin, que hoy trabaja en Los Angeles. Ella es
una de las mujeres más dotadas en el tratamiento de la esquizofrenia. La primera vez que
nos vimos ella me dijo: "Françoise, ¿cómo trabajás con los pacientes psicóticos?
Yo le dije: "Beatriz, yo hago esto desde que era chica".
--¿Cómo desde que era chica?
F.D.: Sí, desde que era una niña. "Yo también", me
dijo ella. Así que ... los instrumentos están ya ahí, luego uno los mejora con el
propio análisis y con los estudios de las teorías analíticas. Lacan, Bion, los
anglosajones, etcétera.
--¿Es decir que usted siente que tenía, ya de niña, una especial
competencia?
--Sí, una competencia que nació del contacto con traumas. En mi caso
los traumas de mis padres. Yo nací durante la Segunda Guerra en una zona de fuerte
resistencia. Se combatía en las montañas. Mi madre fue tomada prisionera por los
alemanes cuando estaba embarazada de mí. Desde que nací oí hablar de la guerra. Cuando
crecí y resolví ser psicoanalista no sabía que estaba activo algo que me empujaba a esa
investigación. Lo curioso es que una de mis primeras preguntas frente a un paciente era:
¿Qué catástrofe ha atravesado su vida? Y fueron sus respuestas las que me obligaron a
mirar en mi propia historia. La mayor parte de los psicoanalistas que se interesaron en la
psicosis se formaron durante la guerra. Bion tenía 18 años en la guerra del '14 y fue
psiquiatra militar durante la del '40. Winnicott era psicoanalista de niños en la Segunda
Guerra.
--Me resulta difícil imaginar el diálogo con un paciente loco.
J.M.G.: No es difícil, porque una vez que el loco encontró la
zona sensible del analista, entre los dos inventan el análisis. Y tenemos que responder
como analistas a las preguntas del paciente, preguntas muy rigurosas, muy precisas y
lúcidas, ya sea sobre el momento de la transferencia en que estamos, sobre los medios que
tenemos para continuar, sobre la manera en que vamos a poder recordar y comunicar a otros
lo que pasa en esa sesión.
F.D.: Me ha ocurrido llegar al hospital y que un paciente me mire a
la cara y me diga: "Hay algo que no marcha hoy".
--El supo que usted no estaba bien.
F.D.: Lo supo. Otra mañana en que también me sentía mal, torpe,
en que se me caían las cosas de las manos, una paciente se me acercó y dijo: "No
sé qué me pasa, el sol no me calienta".
--Se refería a usted.
F.D.: Sí, se refería a sí misma para expresar algo que me
pasaba a mí. Muy a menudo ésa es una segunda forma que en general inventan movidos por
el temor de que el otro diga: "Usted se equivoca".
--Tienen la experiencia de no ser creídos.
F.D.: Saben que el mundo niega sus intuiciones. Entonces toman
sobre sí lo que ven que le está pasando al terapeuta. Un delirio es una construcción
necesaria. No hay otro medio de decir algunas cosas. Porque uno está solo, y de tanto
hablarse termina por hacer construcciones enormes. A veces poéticas, de arte. Entonces yo
le dije: "Escuche, no puedo decirle que yo creo, pero sí puedo decirle que confío
totalmente en lo que dice". Decir "yo creo" sería una mentira, "tengo
confianza" es la verdad. El delirio es algo precioso, es la vida de alguien y no
podemos destruirlo.
J.M.G.: Sobre todo destruirlo con medicamentos. Hay medicamentos
que destruyen el delirio, que impiden pensar.
SOBRE LOS PSICOLOGOS CONCURRENTES
"No reconocidos"
Por Ariel Dyzenchauz *
Entre un 30 y un 40 por
ciento de las prestaciones de salud mental en hospitales municipales son realizadas por
concurrentes. La labor central del concurrente, como la del residente, es la atención de
pacientes, pero la concurrencia queda encuadrada como una formación de posgrado, mientras
que la residencia es reconocida como trabajo remunerado.
En cambio, el concurrente, al no estar reconocido como un trabajador,
no accede a derechos como la jubilación, obra social, vacaciones, seguro de vida, sueldo
y cobertura por accidente de trabajo.
El examen para acceder a ambas posiciones es el mismo. Se realiza una
vez al año y consiste en una prueba escrita cuyo resultado se suma al promedio de las
notas de todas las materias de la carrera; el puntaje final ubica a cada postulante en un
ranking. Por año se concursan unos 25 puestos de residentes y 300 de concurrentes. A los
25 postulantes que obtienen el mayor puntaje les corresponde una residencia, y de ahí
hasta el número 325 una concurrencia. Queda un número importante de profesionales
afuera, ya que el total de inscriptos ronda los 900.
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que debería aumentar el
número de residencias para revertir esta situación, lo que viene haciendo es
disminuirlas, aprovechando que encuentra postulantes para cubrir las vacantes de
concurrentes, ahorrándose de esta manera una gran cantidad de sueldos. El único sentido
que puede tener diferenciar a profesionales que desarrollan la misma labor es el de evitar
pagar sus sueldos y su reconocimiento como trabajadores.
* Concurrente en consultorios externos del Hospital Borda.
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