Boca: vale cuatro y al mazo
|
Por Juan Sasturain Ferro es un equipo devastado. Y desbastado también. No queda nadie ni nada. Y los trasplantados que vinieron para reemplazar los agujeros que dejó la tala indiscriminada ni siquiera se conocen demasiado: todos verdes, eso sí. Pero algunos lo están por ser arbolitos demasiado jóvenes; otros, por ser árboles añosos cubiertos de musgo. No va a ser fácil para Saccardi. Boca es un equipo reacondicionado. Y rearmado también. Quedan muchos de los que había y las piezas nuevas son pocas. Lo que ha cambiado es el funcionamiento o --mejor dicho-- el manual de cómo se lo debe hacer funcionar. Como cuando se arruina un calefón, se le cambian una piezas, se lo repara y se dejan indicaciones respecto de cómo administrar el piloto, cuánto abrir el agua para no volver a quemar la serpentina. Algo así. Tampoco va a ser fácil para Bianchi. Yendo de atrás para adelante, Ferro --según Cacho Saccardi-- intentaría producir una revolución defensiva. Menem también habló, alguna vez, de "revolución productiva". En fin: no le fue mejor al técnico ayer. Lo de los verdes, que perdían 3-0 a los veinte minutos, fue una verdadera regresión defensiva. Marcó (mal) habitualmente con tres, alternando los stoppers entre Sartori o Vitali o Moya sobre el Mellizo y Palermo, con Mac Allister libre. El arquero Rocha no se equivocó; fue suficiente con que transmitiera inseguridad. Boca --según la elección de Bianchi-- trata de no desordenarse en defensa. Marca con cuatro en el fondo, nadie sale sin permiso y Serna tiene una soga que lo ata, equidistante, de los dos centrales y le permite llegar cómodo hasta el círculo central pero no más allá. Marcó (con robo y no siempre del todo bien) a un único delantero, Martín Mandra. Alineó tres zurdos enfilados (Matellán, Samuel y Arruabarrena) y un derecho por derecha que hizo todo bien y le sobró para seguir jugando: Ibarra. El arquero Córdoba no se equivocó: transmitió más seguridad que la habitual en él. Ferro amontonó jugadores en el medio: los experimentados Cordon y Martens por el medio, los no tanto Giaccone y Oviedo por los costados. Tuvieron dos maneras de amontonarse: durante el primer tiempo, entre ellos; en el segundo, con los rivales. De anticipados eternos y perseguidores de números cada vez más chicos, pasaron a entrecruzar entusiastas piernas con el adversario. Un poco más arriba (no) jugó el joven Grana, totalmente desenganchado del circuito, y sí jugó, re-enganchado con su función y con el partido, el dinámico Chaparrito. Boca dispuso, en el medio, de Serna de poste; pero Cagna por derecha y Navas por izquierda fueron y vinieron sabiendo a dónde iban y de dónde venían. Sobre todo en el primer tiempo y sobre todo el de la derecha, que sabe apretar y apretar en serio. Y estos del medio se sumaron a la circulación que venía por los costados (Ibarra) y los buscaba desde arriba con Riquelme. El enganche hizo más que enganchar, hizo ganchillo: trenzó, bordó, tejió de adelante para atrás y de atrás para adelante. Se tomó todo el tiempo para darle destino cierto y seguro a la pelota (jamás la dividió) pero no cayó en la facilidad de prestarla sin riesgo ni interés al más cercano receptor: inventó corto o largo, de puntín sutil o de cambiazo al otro lado. Hizo un gol de afuera y puso hacer otro de sombrero. Riquelme no la rompió: la aduló, le dijo linda y la dejó con ganas de más. Quedan las puntas. Ferro, arriba, confinó a Martín Mandra, un laborioso forcejeador que obligó a Samuel, a Matellán, se rompió todo y probablemente no haya llegado a patear al arco. Boca, en cambio, arriba, tuvo a un Mellizo que parecían los dos y jugó un primer tiempo memorable por todos lados, con la mayor densidad de tacos por pelota jugada. Y Palermo, el obligatorio Palermo, que salta y hace saltar. Como síntesis de la diferencia entre Ferro y Boca, el trámite de los goles: en el primero, la comba del tiro libre de Riquelme de izquierda a derecha no cayó en la cabeza encolumnada de primera línea de Palermo porque anticipó --desesperado-- Vitali: la clavó abajo, en el palo derecho de Rocha. En el segundo, el intento de toque por derecha derivó en rebote que capturó Navas de aire en el borde del área: la embocó en el mismo lugar. El tercero, que fue el mejor, vino de Ibarra a Riquelme y de ahí al Mellizo que llovió el centro desde la derecha a la cabeza de Palermo. El cuarto tuvo dos tiempos, doble circulación, con un volver a empezar que terminó esta vez en Riquelme que, a la hora de elegir, optó desde lejos por le mismísimo rincón. Y los dos de Ferro: forcejeo y derribo de Samuel a Giaccone que convierte; guapeada final de Martens después de una pelota perdida por Basualdo. Boca comió fiambre, dos platos y postre en media hora. Después estiró la sobremesa. DEL 1-4 AL 4-2, EN TRES MESES Y MEDIO Una manera de ganarle a los fantasmas
Hace apenas --o hace ya, según se lo mire-- tres meses y medio, Ferro y Boca jugaron por última vez. Fue el 26 de abril, en la misma cancha de Caballito, por la 13a fecha del Campeonato Clausura que para Boca se había clausurado bastante antes. Ferro ganó 4 a 1, y sus hinchas que esa misma tardecita quisieron levantarle un monumento a Bustos, autor de tres goles, no lo olvidarán más. Los de Boca que estuvieron en la cancha, tampoco. Aquella tarde, los hinchas boquenses, cansados de deambular por los caminos de la humillación agarraron el primer atajo y se fueron con la angustia a otra parte, en pleno partido, sobre la mitad del segundo tiempo La tribuna cabecera de Martín de Gainza, que ya mostraba algunos claros, quedó entonces vacía. Antes de irse, los hinchas se flagelaron al grito de "la base está, la base está..." recordando las fantasías luminosas que le habían comprado al Bambino Veira. Aquel partido fue la estocada mortal para la continuidad del entrenador al frente del equipo: nadie dudó al cabo de esos 90 minutos que las horas de Veira estaban contadas. Diez días después asumió Carlos María García Cambón, como técnico interino. Tres meses y medio es el abismo que separa aquel 4 a 1 de Ferro de este 4 a 2 de Boca de ayer. Tal vez la mejor síntesis de las diferencias surja del simple dato que se refiere a las formaciones de los equipos. El 26 de abril del `98 en Boca jugaron Abbondancieri, Castillo, Solano, Latorre, Calvo, Fabbri y Caniggia; en Ferro, Mario Marcelo, Sosa, Fiorentini, Víctor López, Yaqué y Bustos. Los únicos que actuaron en las dos obras que expusieron las dos caras del teatro futbolístico fueron Arruabarrena, Palermo, Serna y Guillermo Barros Schelotto, por el lado de Boca; y Rocha, Vitali, Sartori, Martens y Cordon, por el lado de Ferro. De aquella tarde otoñal tan soleada como la de ayer, quedan algunas estampas sueltas: la hinchada de Boca alentando únicamente a Palermo y a Caniggia, por su entrega; Abbondancieri en el piso durante varios minutos, mirando el partido que se disputaba en el medio de la cancha, resignado; Latorre, que unos días antes había escandalizado a los dirigentes declarando aquello de "Boca es un cabaret", tratando de gambetearse a todos para salvarse del incendio. En realidad, todos trataron de encontrar una salida individual a la crisis colectiva, pero esa tarde las llamas envolvieron a todos. Al final de ese partido Boca estaba ubicado en el decimotercer puesto de un campeonato, como éste, de veinte equipos. Tenía doce cuadros arriba suyo y sólo siete debajo. El abismo se explica también con esta contraposición: Juan Román Riquelme, enojado con Veira y con los dirigentes se había ido de la concentración en la noche previa al partido del 4 a 1. Juan Román Riquelme fue la principal figura de su equipo y de la cancha. en el 4 a 2 de ayer. El fútbol que simboliza el flaquito lungo del tranco elegante, la pisada inteligente y la camiseta 10 camina expuesto más que nunca sobre esas líneas paralelas. Cuesta explicarse, si se sale del contexto que a un jugador como Riquelme, no se le hubiera dado continuidad en el torneo anterior. Pero más allá de los nombres (de los que estaban y ya no están; de los que siguen; de los que no estaban y están) el cambio experimentado por Boca tiene que ver con razones básicamente psicológicas. Aquel equipo del Bambino Veira estaba entregado, resignado a su destino de silbidos, jugado, entraba a la cancha pidiendo disculpas. Y este equipo de Carlos Bianchi acaba de arrancar una etapa nueva motivado, con hambre de gloria, con la ilusión intacta. Y a todos sus fines le vino fenómeno enfrentarse con un rival como Ferro, que se presentó a la cancha sin sus principales figuras, esas que se vio obligado a vender; con algunas caras nuevas y un técnico dispuesto a experimentar fórmulas mágicas defensivas. Un Boca ganador (en el comienzo y en el segundo tiempo sus jugadores entraron corriendo a la cancha, como diciendo "aquí estamos, ansiosos por demostrar nuestra superioridad") tuvo enfrente a un Ferro desorientado, confundido, seguramente convencido de que era imposible repetir la fiesta del 26 de abril. Las gigantescas diferencias futbolísticas se sellaron en la red del pobre Rocha antes de la primera mitad del período inicial, cuando Boca ganaba 3 a 0 y el partido estaba liquidado. Ya por entonces, la venganza se había consumado y lo que siguió después queda para agrandar el anecdotario. Hace tres meses y medio, Boca era una sombra; hoy se ilumina con goles, pero en entre los rayos surge la imagen de Bianchi pidiéndole calma a los hinchas, sugiriéndoles que no se agranden "porque esto recién empieza". Y está bien. Al equipo y al campeonato le falta mucho.
|