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EL MUNDO Y LAS VERDADES DE CIPE LINCOVSKY

"El talento está bien, pero hay que ser útil en la vida"

Como lo demostró en toda su trayectoria, valora la palabra memoria. Y recuerda la definición del diccionario de la Real Academia, "potencia del alma por la que no se olvida sino se recuerda", para asegurar que "las cosas deben llevar una memoria concentrada y el que no tiene memoria es un impotente frente a la vida". Con esa memoria en ristre, la gran actriz cuenta en este diálogo cómo se formó su relación vital con el teatro y explica por qué se opone a la reconstrucción de la AMIA en el mismo terreno que ocupaba antes del atentado.

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Por M.R.G.

t.gif (67 bytes)  Cipe Lincovsky vive en un amplio departamento que podría perfectamente estar ubicado en algún rincón parisino. La arquitectura francesa tan cara a los arquitectos argentinos de los años '20 es probablemente un marco perfecto para el "hábitat" de esta mujer de raíces europeas y vivencias profundamente criollas que, desde siempre, tiene una historia personal inseparable de la aventura teatral en nuestro país. "Cuando mi papá llegó a la Argentina abrió una escuela, luego una biblioteca y finalmente un teatro", asegura. Cuesta poco imaginarse a ese joven intelectual, Joel Lincovsky. Un hombre enrolado en la izquierda de la época, un romántico cuyo único equipaje hacia el nuevo mundo fue un baúl lleno de libros y el edredón de "duvet", de plumas de ganso, regalo de su abuela en el día de su casamiento con la hermosa Sarah Kessler.

--El edredón debe tener hoy unos cien años --sonríe Cipe-- y lo uso siempre para abrigarme en el invierno.

Y en sus sueños acunados por tanta tibieza, Joel también se aferró al teatro, esa vieja tradición maravillosa de la Rusia natal. Se convirtió muy pronto en el empresario del teatro Excelsior de Buenos Aires que estaba ubicado frente al Mercado de Abasto. Allí presentó a famosos actores judíos como Bulof, Ben Ami, Maurice Schwartz y tantos otros que vivían en Estados Unidos y aprovechaban el verano del norte para instalarse en Buenos Aires desde junio hasta setiembre. Poco después, junto con otros inmigrantes, funda el inolvidable Teatro IFT. "Puedo decir que allí nací, crecí. Aprendí a hablar y a caminar sobre ese escenario. Fue algo absolutamente natural. No tuve que luchar contra nada ni nadie, ni forzarme para ser actriz. Te diría que podría compararlo con dejarme llevar por las aguas de un río."

 

--¿Quizá por eso ahora vas a filmar Un amor en Moisesville?

--No exactamente. Aunque tengo parientes en Entre Ríos nosotros nos afincamos aquí, en la ciudad. Lo que ocurre es que me entusiasmé con el libro de la película de Antonio Ottone (Flores robadas en los jardines de Quilmes) y también me gustó la idea de trabajar con Víctor Laplace. El rodaje empezará muy pronto, en cuanto termine esta segunda temporada de Teatro Nuestro. Y luego por la repercusión que ha tenido el espectáculo Cipe dice a Brecht en homenaje a los cien años del nacimiento de Brecht y con el cual inauguré el Festival Internacional de Bogotá, me han invitado a diez ciudades españolas y a cuatro festivales internacionales en España. Al mismo tiempo debo concurrir al Festival Internacional de Israel. Es una coordinación un poco complicada porque significa pasar todo noviembre en España, una semana en Israel, para luego terminar con otra semana en Madrid.

Y mientras Cipe ordena los fax en una gran agenda de cuero negro volvemos a hablar de su destino. De esa chica talentosa, mimada, querida por padres atentos a su felicidad de cada día. La princesita del Teatro IFT.

 

--Sin duda mis padres eran maravillosos e inusuales. A mí me echaron del colegio en el secundario a raíz de una huelga en la que no dejamos entrar a los estudiantes en el Carlos Pellegrini. Ni siquiera recuerdo el motivo sino, en cambio, el hecho de apostarnos en la entrada para mantener la medida de fuerza. Cuando me echaron volví a casa pensando "bueno... voy a darles a mis padres un gran disgusto" y no sabía realmente cómo empezar a relatar las cosas. Sin embargo en cuanto comencé con las explicaciones papá y mamá saltaron al unísono: "¡Mejor! Mucho mejor. Así podrás dedicarte completamente al teatro".

Cipe se ríe con ganas al recordarlo:

--Otros padres me hubieran pegado, me hubieran corrido alpargata en mano. Pero ellos, no. Encantados. Fue maravilloso y me marcó para siempre. Tan es así que cuando mi hija Paloma me anunció que quería estudiar medicina me enojé muchísimo. "Medicina, ¿para qué? Si vos sos una escultora..." "Quiero tener un título", me dijo Paloma. En una generación las cosas, claro, habían cambiado.

 

--Pero esa vocación inalterable. Casi diría, impuesta por las circunstancias, ¿no fue quizá tan invasora como para dificultar una unión entre vida afectiva y vida profesional?

--No... --reflexiona--. Mirá, yo tenía un novio desde los trece años, Meme, que luego fue el padre de mi hija. Era un muchacho de Villa Lynch. No era actor pero yo lo arrastré al IFT pese a que su padre quería que trabajara con él en la fábrica textil de la familia. Durante aquellos años las cosas, y te estoy hablando de una posible dicotomía, no me fueron difíciles. Meme y yo estábamos siempre en el teatro. Juntos. Es cierto que hubo cortes importantes como cuando, después de una cesárea, puse a Paloma en un moisés y me la llevé a Alemania donde tenía que presentar la primera obra antinazi que se dio en Berlín occidental, Yo solo y ningún ángel de Thomas Harlan.

 

--Pero Cipe, no me refiero sólo a ese período. Antes de conocernos y ser amigas yo tenía una imagen tuya como de una mujer tempestuosa con grandes amores, hombres apareciendo por todos lados. ¿Esa vida personal tuya fue, en algún momento, más importante que el teatro?

--El teatro fue fundamental pero también los hombres. Aunque creo que nunca hubiera dejado la carrera por un hombre. Una sola vez en mi vida llegué a pensarlo...

Cipe se encierra en una total reserva y con una sonrisa evade más preguntas al respecto.

 

--Me parece que eso lo pensaste en un ataque de amor. No te veo renunciando a la escena.

Cipe se ríe francamente:

--Es probable. No dudo que mi camino, mi vida, es esto. No hay otro. Tengo mi familia, sin duda mi hija y mis divinos nietos. Pero donde yo pueda ser útil, sentirme útil... Cuando el episodio del colegio Carlos Pellegrini papá se sentó frente a mí y me explicó: "Mirá, Cípele, el talento está bien pero hay que ser útil en la vida". Y eso me quedó grabado. El talento tiene que estar al servicio de algo. No sólo como una gratificación personal. Yo no me olvido de la suerte que he tenido. Por eso no es que me haya esforzado por mantener una conducta en el teatro. Simplemente hice siempre lo que quise hacer. No estoy arrepentida de ninguna de las obras que he representado. Ni de ninguna película, ni de ningún trabajo. Quizá pudo haber salido mejor o peor pero no tengo por suerte nada de qué avergonzarme. Y esto se lo debo a mi papá.

Imagino a Joel Lincovsky, hoy.

 

--No puedo dejar de pensar en que si tu padre viviera tendría, por ejemplo en el tema AMIA, la misma actitud intransigente que tenés vos.

--Sin duda. Mi padre hubiera salido a discutir el tema de la construcción del edificio en el lugar del atentado. El hubiera pensado seguramente como yo en que hay lugares en los que no se puede ni se debe construir. Y sobre esto quiero recordar algo: en enero de 1959 fui a Varsovia. Nunca había estado allí. Ibamos en auto con un amigo y, de pronto, miré hacia la derecha y frente a un gran descampado le pedí al chofer que detuviera el auto. Caminamos unos pasos y, movida no sé por qué fuerzas, me agaché y tomé un puñado de tierra y empecé a llorar. No podía contenerme. Me saltaban las lágrimas y, al mismo tiempo, les decía "yo estuve aquí", con la absoluta convicción de que era así. Y ellos me consolaron pero su consuelo fue una revelación terrible: "No, Cipe, nunca estuviste aquí. Y por suerte, porque esto es el Ghetto de Varsovia". Y te cuento esto porque yo creo que la tierra habla, que los muertos hablan. Lo mismo me ocurrió en Leningrado, adonde fuimos con Fernando López de La Nación y Néstor Tirri de Clarín. Con Antonio Ottone formábamos parte de la delegación que había concurrido al Festival de Cine de Moscú y decidimos ir a San Petersburgo (Leningrado) a contemplar las famosas noches blancas. Es un espectáculo impresionante: a eso de las cinco de la tarde comienza una niebla que luego se transforma en un resplandor, como si fuera el filtro de una cámara. La guía nos llevó entonces a un gran parque donde el suelo estaba marcado por un camino de tierra y un camino de césped. Era una gran extensión como de unas cinco cuadras. Al final, podíamos divisar una construcción y también a lo lejos se escuchaba música de Bach. Comenzamos a caminar hacia ella pero al poco rato me sentí rara, diferente. Observé que Tirri estaba muy pálido y más adelante Ottone también mostraba una gran desazón. Resolvimos detenernos cuando Fernando López se dirigió a la guía "¿qué es este lugar? ¿dónde estamos?".

Ella, una mujer amable y tranquila, tardó unos instantes en hablar: "Estamos caminando sobre un millón de muertos". Allí estaban enterradas las víctimas de aquella horrible batalla. El sitio de Leningrado.

 

--¿Vos pensás entonces que la tierra habla y que en el caso de la AMIA no debería haberse construido sobre ella?

--Creo que no. Que debería haber quedado como un monumento nacional. Siempre recuerdo que en Colombia un atentado de los narcoterroristas mutiló una magnífica estatua de Botero. Inmediatamente llamaron a Botero a París para preguntarle si iba a hacer una nueva colada para no perder esa escultura. "De ninguna manera --contestó Botero-- ahora se tiene que llamar Violencia porque los hechos la han modificado pero sigue siendo ella misma." Te cuento esto porque creo que hay cosas que deben llevar una memoria concentrada. Por algo el diccionario de la Real Academia define a memoria como "potencia del alma por la que no se olvida sino se recuerda". Y yo pienso que el que no tiene memoria es un impotente frente a la vida.

 

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¿POR QUE CIPE LINCOVSKY?

El arte de vivir

 

Por Magdalena Ruiz Guiñazú


t.gif (862 bytes) Elegimos conversar con Cipe no sólo por su trayectoria, su tarea infatigable, su permanencia en la escena y su indeclinable amor por ella. La elegimos porque básicamente Cipe es un ser libre. Siempre lo fue hasta el punto de tener que sufrir amenazas y exilio. Cuando ella define a "los sin memoria" como impotentes frente a la vida surge entonces la curiosidad. ¿Cómo se siente esta mujer independiente de corazón en un mundo donde el hedonismo y el materialismo tienen una injerencia tan poderosa?

"Hay momentos en los que uno se siente incómodo en el país --me contesta Cipe--. La Argentina es, a veces, una madrastra con ciertos hijos. Pero no se puede hablar mal de la madrastra porque todavía vive el padre. Porque el padre es el país de uno y la madrastra muchas veces no responde a las necesidades de sus hijos. No vamos a empezar a hablar aquí de todos los científicos que están dando vueltas por el mundo. De todos los músicos, actores, docentes que se han ido y no volverán. Y no te hablo sólo de un Premio Nobel como Milstein. Es un proceso muy doloroso y que no ha terminado de revertirme."

--¿Creés en otra vida después de ésta?, le pregunto entonces.

 

--Realmente no. Me parece que no. Tampoco en una justicia posterior que administre premios y castigos. Estos premios y castigos son los que nos brinda la vida, aquí en este mundo. Sin embargo, y a pesar de aquello de la madrastra de la que hablábamos, te diría que en mi caso yo no me puedo quejar de nada. No hay un momento de mi vida que no pueda recordar con algún enfoque positivo. Para mí la botella está siempre medio llena. Nunca semivacía.

Y en la sonrisa de sus grandes ojos, en la falta de resentimiento y en la alegría de estar viva creo que se encuentra la clave de una historia en la que Cipe ha sabido entender el arte de vivir.



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