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Dos de los tres últimos gobiernos argentinos terminaron muy pero muy mal porque, cuando iniciaban su gestión, no supieron prever los cambios climáticos que pronto transformarían no sólo el país sino también buena parte del resto del planeta. En 1976, los militares no imaginaban que pocos años después ni siquiera Estados Unidos les perdonaría la violación sistemática de los derechos humanos de personas sindicadas, conforme con el esquema maniqueo de la época, como "marxistas" o, para evitar malentendidos, "subversivos". Asimismo en 1983 los radicales no sospechaban que el mundo estuviera por hacerse "neoliberal" y que por lo tanto su política económica resueltamente tradicional estaba condenada de antemano al fracaso más completo. ¿Y el tercer gobierno, el menemista? Todo hace pensar que, detalle más, detalle menos, compartirá el destino de sus antecesores inmediatos: caerá víctima de su propia miopía. Diez años atrás, cuando los menemistas festejaban su conquista del poder, la corrupción era un tema secundario, pero, por mucho que les duela, hoy en día parece fundamental. Con razón o sin ella, el FMI, los gobiernos de los países ricos encabezados por el norteamericano y, cada vez más, la oposición local están atribuyendo una proporción creciente de los males sociales y económicos de los diversos países a la codicia sin límites de sus gobernantes, lo cual quiere decir que bien antes de fines de 1999 el presidente Carlos Menem y sus amigos se encontrarán en un brete no tan distinto del ocupado por los uniformados cuando la dictadura se desmoronaba. Un presagio de lo que les espera es la voluntad de ciertos periodistas
de preguntarle a Menem sobre los pormenores borrosos de su contabilidad personal y lo
difícil que les es articular respuestas coherentes. Se trata del comienzo de un acoso que
parece destinado a continuar intensificándose. Por cierto, no serviría para frenarlo la
difusión de la célebre "declaración jurada" que Menem mantiene bajo llave: si
su fortuna al asumir era magra, no podrá explicar sus gastos personales posteriores, si
era colosal, tendrá que aclarar cómo se las ingenió para conseguirla. Con toda
probabilidad, este asunto, íntimamente vinculado con los escándalos protagonizados por
tantos personajes que en un momento u otro han integrado el entorno presidencial,
constituirá la próxima obsesión mediática ya que la única alternativa posible, la
supuesta por los pros y contras del "modelo" --variante preferida por el una vez
más "sucesor natural" de Menem--, es demasiada compleja como para desatar las
mismas pasiones. |