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Como con la droga, también con el terrorismo Estados Unidos pretende matar el huevo de la serpiente. Washington preferiría no convertir en fortalezas indestructibles las embajadas de una democracia. Pero como no pueden evitar que coches bombas suicidas se estrellen contra las fronteras de sus legaciones extranjeras, los norteamericanos presionan, a veces con éxito, a los países promotores de los suicidios religiosos y explosivos. Fue el caso de Irán y Siria, y el aún más espectacular de Libia. El secretario de Estado norteamericano William Cohen recordó ayer las bombas que cayeron, "prontas y eficaces", sobre Trípoli. Cuando los terroristas son free lance --aunque a veces sean apañados por algún Estado que deja en manos de ellos esa forma peculiar de las relaciones exteriores--, la investigación y la venganza son más difíciles. En su discurso del fin de semana, el presidente Bill Clinton anunció la voluntad nacional de perseguir a los autores de los atentados hasta el fin del mundo y de los tiempos. "En los últimos años, dijo, capturamos a terribles terroristas en los lugares más alejados del mundo y los trajimos a Estados Unidos para juzgarlos." Es cierto que en 1996 un tribunal libanés juzgó a los sospechosos de haber asesinado al embajador norteamericano en Beirut, Francis Meloy. Pero los encontró inocentes, y probablemente lo eran. Y el atentado más letal contra Estados Unidos, el que mató 241 norteamericanos en Beirut en 1983, sigue aún sin resolverse. Cuando un camión bomba mató en 1996 a 19 oficiales de la fuerza aérea en Arabia Saudita se produjeron muchos arrestos, pero los detenidos fueron liberados después. El FBI se excusó diciendo que las autoridades sauditas, como era de esperar, no colaboraron. En los primeros días del impacto por el atentado de Oklahoma City en 1995, el New
York Times publicó un editorial donde incriminaba rápidamente al fundamentalismo
islámico. Pero poco después se descubrió que habían sido culpables las milicias muy
norteamericanas, muy blancas, muy cristianas, muy fascistas de Timothy McVeigh. El FBI en
acción estuvo a la altura de las expectativas del público norteamericano. Pero Africa ha
sido siempre un continente más oscuro para la diplomacia y los profesionales
norteamericanos. Si la investigación se demora, los norteamericanos descubrirán lo que
ya saben: que para ellos los fundamentalistas islámicos son más peligrosos, menos
escrutables, más impredecibles que el fundamentalismo cristiano de Oklahoma. |