Un cuadro es un mueble
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Por Fabián Lebenglik Hace casi exactamente nueve años el pintor Osvaldo Monzo (1950) mostraba su anterior exposición individual, en la galería de la recordada Julia Lublin. Durante estos años el artista presentó una instalación en 1990 en el efímero espacio de arte de las grandes tiendas Harrods; una muestra breve en la librería y café Clásica y Moderna (1991); ganó una mención en el premio Fortabat (1993) y obtuvo recientemente el Premio Universidad de Palermo, que se presentó en el Museo Nacional de Bellas Artes. En estos años, además, participó de varias muestras colectivas y grupales en Buenos Aires y en México, Brasil, Estados Unidos e Italia. Sobre aquella muestra de 1989, quien firma estas líneas escribió en esta misma página que "las relaciones no se juegan de manera dramática sino entre los materiales y los colores, como evidencia de una preocupación concreta sobre la técnica. Texturas, brillos, relieves, sirven de enlace y van cohesionando el conjunto. La muestra abre un espacio mental, una línea de fuga y un pasaje hacia el lugar deseado. Monzo cuestiona el sitio supuestamente banal en que se suele ubicar la imagen decorativa y el gesto apacible. Muy diferente, pero esencialmente el mismo, Monzo avanza hoy sobre las mismas ideas. La nueva muestra individual que el pintor exhibe en estos días puede tomarse como un regreso del artista a la circulación pública, en el módico escenario de la buena pintura argentina. Lo que primero se ve al entrar a la galería es el fuerte sentido de unidad y la ambientación de la muestra: pocas obras, pero elocuentes, en una galería de arte transformada en una sala de estar, casi en un interior hogareño, con sillones, banquetas. Y ese dato es parte constitutiva de la exhibición, porque Monzo elige transformar los cuadros en parte del mobiliario: las pinturas como paisaje cotidiano, como escenario del diálogo en casa de amigos. Contra la idea de la pintura como destinataria de la mirada incómoda, esta serie de obras de Monzo de los últimos años busca un espacio de encuentro. Algunos de los cuadros tienen patas evocando el mobiliario a partir de sonrientes detalles antropomorfos. Se trata de una serie que combina la sabiduría con la economía. La historia del mobiliario está asociada a la del orden burgués y capitalista. En los muebles, tan íntimamente ligados al cuerpo, la fuerza de la costumbre coloca el espacio de lo cotidiano y hogareño. En un extraño texto ensayístico titulado "Filosofía del mobiliario", Edgar Allan Poe sugiere que los muebles deben ser mirados del mismo modo que los cuadros, porque la disposición en el espacio, en ambos casos, depende de leyes parecidas y de "armonías" semejantes. En este punto se coloca la nueva obra de Osvaldo Monzo, que desde lo estrictamente pictórico cita la abstracción geométrica moderna que viene desde las décadas del treinta, cuarenta y cincuenta. En una ambientación pensada para el diálogo, el pintor dialoga con inteligencia tomando las herramientas básicas de la pintura: color, forma, textura, composición. Ese diálogo con los visitantes --pero también con la historia de la pintura y con los cuadros entre sí-- tiene un clima de ambigua ironía que apunta simultáneamente a la convicción y a la toma de distancia. (En Art House, Uruguay 1223, hasta el 21 de agosto). TRECE NUEVOS PLASTICOS CORDOBESES Para una política del arte joven
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