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Por Hilda Cabrera ![]() La fascinación que producen estos textos y el "melancólico" carácter de Hamlet --representado a veces como un personaje con vida propia-- ha generado, se sabe, innumerables versiones. En este marco histórico el actor y director Pompeyo Audivert propone la suya. Lleva por título Hamlet. Lo mismo y lo otro, y la estrena el viernes 21 en el Callejón de los Deseos, junto al grupo de jóvenes actores que dirige. Una de las singularidades de esta puesta es que en ella confluyen diferentes voces idiomáticas. Los cómicos (los actores que cuentan el drama ante Claudio, por ejemplo) utilizan el español; Hamlet, la reina y Claudio, el alemán; Ofelia y Polonio, el italiano; Laertes, italiano y francés, y la Sombra (el Espectro) el inglés. Esta decisión no es arbitraria. Según Audivert, su intención es "aludir a la ruptura de la unidad, a la locura que, declarada en la naturaleza exterior, amenaza con fragmentar a la interior". --¿Esta opción no dificulta la comprensión de la obra? --Creemos que no. Hay dos momentos muy importantes en los que Hamlet se expresa en español, en "Ser o no ser...", y aquel en que explica a los cómicos la necesidad de representar la obra, porque lo que quiere es desenmascarar al tío. Con esto no pretendemos colocar barreras sino velos: tomar distancia y mostrar la profunda teatralidad que hay en los diferentes idiomas. --¿Por qué eligió Hamlet? --Porque creo que éste es un momento hamletiano, y que la obra me permite hablar de otros temas sin explicitarlos. Hablar por ejemplo de esta instancia del capitalismo, que es de catástrofe. Circunstancia de la que somos conscientes, pero que, en lugar de movilizarnos, nos paraliza. --¿Cree que lo político y lo económico dominan lo cultural? --El sistema capitalista es un tema cultural. Un ejemplo es que la gente cree que las relaciones personales sólo pueden ser representadas en el marco de este sistema. Por eso nadie piensa en un futuro solidario sino de competencia. Hasta hace veinte años, el marxismo producía niveles de esperanza. Después de la paliza escarmentadora de los 70, de la caída de la Unión Soviética --que era una deformación del socialismo--, no hay perspectivas de unidad. La gente no tiene herramientas ideológicas para imaginar un futuro mejor. --¿Quiere decir que no hay lugar para la resistencia? --No, creo que hay resistencia, y que debe mantenerse en todos los planos. Lo que pienso es que, en una situación como ésta, de gran desesperanza, hay que restablecer la unidad y repolitizar la discusión. Por eso en Lo mismo y lo otro hablamos de la unidad perdida, de la locura que, instalada en lo exterior, amenaza invadirnos. El mal es muy poderoso. Un tipo malo dentro de un grupo produce una devastación. El bien, en cambio, es más ingenuo, y hasta causa pudor practicarlo. Por eso hay que producir niveles de claridad. --¿Qué entiende por tratamiento ideológico en el teatro? --Cualquier tratamiento formal es ideológico, aunque hoy también decir esto cause pudor, en parte debido a la vigencia de esos comportamientos modernosos, esas expresiones decorativas de lo burgués joven y desconcertado. Lo ideológico es un componente indispensable en el arte. Esto no significa que tengamos que hablar de política sobre el escenario, sino que el artista debe estar atravesado por un comportamiento político, una acción encaminada al bien. De lo contrario el arte se empobrece, se vuelve pura decoración. El arte es siempre un grito desesperado acerca de algo, y ese algo se relaciona con lo ideológico en la manera de ver el mundo. No tiene necesariamente un nombre concreto, pero revela una manera de actuar y decir, que es diferente. Descubre que existe la posibilidad de una ruptura y de un pensamiento solidario.
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