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Por Fernando D'Addario Ni siquiera la magia del videoclip, que produce la ilusoria sensación del congelamiento temporal, podrá impedir que Madonna cumpla mañana 40 años. Pero aun en la impotencia frente a esa naturaleza fugitiva del tiempo, la industria le ha conferido la revancha del reciclaje permanente (y siempre oportuno), que en su caso se consuma en una suerte de milagro visual y artístico: Madonna no se mantuvo (ilusión de tantas mujeres/artistas), sino que se muestra más sensual y lúcida que en sus comienzos de femme fatale e incluso graba discos, lo que no fue su fuerte, con críticas de buenas a muy buenas. El brindis será paradigmático, además, porque simboliza a una generación pop que ha llegado a los 40 años, una edad que según los casos puede inaugurar una de las tantas crisis de... o sentar las bases de esa entelequia que llaman madurez. O ambas cosas, claro. Michael Jackson (nacido el 29/8/58), Prince (7/6/58) y Madonna están pasando esa barrera, y es curioso observar cómo sus vidas han disparado en diferentes direcciones, procesando cada uno a su manera las variables del show business. Nadie hubiese imaginado que de los tres iconos del pop de los 80 (como se verá, se excluye aquí a The Police y U2, mucho más cercanos a los códigos del rock, definitivamente otro palo) sería Madonna la que estaba destinada a sobrevivir el siglo con mejor imagen mediática y --fundamentalmente-- con más resto artístico. Los otros dos, en cambio, han llegado a los 40 entregándose a diversos modos de claudicación. Prince, la gran esperanza negra (la gran realidad negra, en los tiempos del soberbio Sign 'O' the times), abusó de su talento y se subió a su fama de hombre prolífico, regalando su carrera a un piloto automático que garantiza un estándar de calidad superior a la media, pero indudablemente inferior a su viejo potencial creativo. Michael Jackson, en tanto, hace rato ha dejado de ser noticia en las páginas de música. Su paranoia irreversible y su miopía con respecto de la evolución de la música en los 90 lo confinaron a un simpático status de caricatura viviente. Madonna, acaso potenciada por su carácter de "buscadora" de la vida (la antítesis de la introspección patológica de Jackson) supo leer mejor el signo artístico de estos tiempos. Lo demostró en su último disco, Ray of light, coqueteando con la electrónica y asumiendo riesgos musicales que en otros tiempos no se hubiese permitido. Será porque Madonna ya no necesita ventas masivas. Ella es masiva. Y no vende como antes, pero la seducen con las nueve nominaciones para los MTV Awards. A los 40 años es posible recluirse, devenir en una caricatura o convertirse en un clásico. Y la chica material es hoy una señora prestigiosa. De cualquier modo, estas tres realidades divergentes son subsidiarias de una evolución común, relacionada con los cambios socioculturales de fin de siglo, que naturalmente exceden manías, egos y decisiones particulares. Tanto Jackson como Madonna y Prince representaron en los 80 un estereotipo que fluctuó entre la insolencia y la ambigüedad sexual. Sepultadas las utopías pacifistas, los sueños de autoconocimiento a través de sustancias prohibidas y el nihilismo punk, ellos encontraron en su propia ambivalencia activa una interesante manera de rebelarse contra lo establecido y al mismo tiempo sacarle provecho. Ellos no corrieron el riesgo de morir por sobredosis de drogas, ni se iban a pelear con Reagan por la actuación de los contras en Nicaragua, pero a cambio, eligieron provocar escándalos sexuales en la era del sida. La cada vez más rápida asimilación a todo aquello que hasta hace poco se demonizaba convirtió a Prince, Jackson y Madonna en personajes estándar, más allá del bien y del mal. No sorprende que los tres ambiguos-subversivos de los 80 hayan tenido hijos en los 90 (aunque en el caso de Prince, eso se tradujo en tragedia). Es más: cualquier ama de casa podría afirmar hoy que Madonna es una buena madre. Y seguramente lo es. El paso del tiempo será implacable, pero perdona los viejos pecados mientras se preocupa por los nuevos. Parece hasta cruel: existiendo el "reverendo" Marylin Manson (no es un revolucionario, pero hay que reconocer que impresiona) en la escena pop, es probable que la androginia de Prince, los videos sadomasoquistas de Madonna e inclusive el cariño de Michael por los niños sean consideradas como nimiedades dignas de ser toleradas. La vida es así. Se acaba de informar que finalmente Madonna no participará del próximo film de Wes Craven. Y su lugar será ocupado por... Meryl Streep.
SUS INCURSIONES EN EL CINE DEJAN MUCHO QUE
DESEAR Como todo lo que se propone lo consigue, Madonna alguna vez se fijó la meta de trabajar en el cine como actriz, una actividad a la que llegó al mismo tiempo en la que comenzó su carrera como cantante. El primer largometraje en el que trabajó la diva se llamó Vision Quest y fue realizado en 1985, año en el que también protagonizó Buscando desesperadamente a Susan, una comedia de enredos en la que compartió cartel con Rossana Arquette. Al año siguiente filmó Las aventuras de Madonna en Shangai (producida por George Harrison), donde conoció a Sean Penn, su marido hasta 1989, con quien mantuvo una relación en la que no faltaron los golpes. En 1987 corrió por las calles de San Francisco con un puma en Quién es esa chica, un film que pasó con pena y sin gloria por las carteleras mundiales. Tras haber participado en Broadway en una comedia musical, Madonna se propuso incorporarse al elenco de Dick Tracy, el largometraje que dirigió y protagonizó un ya maduro Warren Beatty, quien no se decidía a contratar a la cantante. Persistente, esta mujer de poco más de metro y medio de altura no dudó en trabajar en la película por el salario mínimo y, además, consiguió que Beatty mantuviera una tórrida relación con ella durante varios meses, relación que quedó registrada en el documental que encargó para perpetuarse a sí misma. En A la cama con Madonna llevó su ego al máximo: en este film que refleja a la cantante en las bambalinas de la gira The Blond Ambition la muestra como una persona caprichosa y autoritaria. Después, en 1992, rodó Un equipo muy especial, donde compartió cartel con actores de la talla de Tom Hanks y Geena Davis, y ese mismo año fue un arma letal en El cuerpo del delito, un thriller erótico de baja calidad con Willem Dafoe. Una mala performance tuvo también en Juegos peligrosos, dirigido por Abel Ferrara, lo que no impidió que la siguieran convocando para participar en las películas Chica 6, de Spike Lee, o en la fallida Cuatro habitaciones. Pero su sueño como actriz era otro: ni bien se enteró de que se iba a llevar al cine la ópera Evita, Madonna no ocultó sus intenciones de encarnar a la ex primera dama de la Argentina, un rol que consiguió cuando Alan Parker se hizo cargo del proyecto. Ahora, el futuro cinematográfico de Madonna vuelve a tener nombre de mujer. En sus planes, descartado Chicago, figura rodar la vida de la fotógrafa italiana Tina Modotti, quien participó en la revolución mexicana.
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