Tras las huellas de Micaela
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Por Alejandra Dandan Desde Bahía Blanca "¿Y si murió? ¿Y si Micaela no está viva? Yo voy a volver a morirme". Verónica Martínez desespera cuando piensa en su hija. Hace cinco años le entregaron el cuerpo muerto de una beba. Había parido a las 20,35 un día 13 de junio en el Hospital Penna de Bahía Blanca. Nunca vio a su hija con vida, sólo le permitieron acercarse ocho horas después del parto a una incubadora donde una beba moría. La abuela de Verónica fue la única que vio a Micaela. Ese vistazo bastó para clavarle a Elena Mansilla el espinazo de la duda: "La beba muerta no es Micaela", se obstinó en replicar la vieja desde entonces mientras todos, incluso Verónica, la tomaban por loca. Hace un mes se conoció la segunda prueba de ADN confirmando el resultado de la primera: "Queda excluido todo nexo biológico entre el material de la autopsia analizado, Verónica Martínez y Esteban Sepúlveda, por la incompatibilidad encontrada". El hospital desconfía de la validez de esas pruebas y asegura que no hubo errores. Pero a partir del 18 de agosto las mujeres que dieron a luz a once hijas entre el 12 y 14 de junio del '93 en el Hospital Penna comparecerán ante el juez. El 9 de setiembre cada pareja y cada hija serán sometidas a una prueba genética. Tendrán que probarles a la justicia y a Verónica que esas hijas, suyas hace 5 años, no son Micaela. El 13 de julio del '93 Verónica llegó al Hospital José Penna sin documentos y se internó. Tuvo una nena que "pesaba 2,270 kilos. La talla era 45 centímetros de largo y 31 de perímetro toráxico". Los números aparecen maquinalmente en el cerebro de la abuela Elena mientras ahora repite un viaje a un pueblo perdido en el campo. Rastrea a la mujer que dio a luz dos horas antes de su nieta. Esa mujer buscada hoy con furia delirante después de cinco años, también tuvo una nena: pesaba 3,400 kilos y la talla era de 49 y 32 centímetros. Elena cree que esas son las medidas del cadáver entregado a Verónica. La impotencia de la abuela por lo que siempre supuso como cambio de bebés le hizo hurgar, hasta en lo clandestino, nombres y direcciones de quienes podrían tener a Micaela. Después del parto, Verónica no pudo ver a la hija: "El médico me dijo 'Gorda: la llevo a Neonatología porque tiene un problemita'". Tampoco les pusieron las pulseras de identificación. Metieron a Micaela en una incubadora, atravesaron un corredor y en el camino el carro vidriado se topó con Elena. "La enfermera --explica la abuela-- dijo que estaba bien, sólo tenía unas secreciones". Micaela tenía el pelo negro. Dos veces antes de dejar el hospital Elena y Esteban --el esposo de Verónica-- pidieron ver a la nena. "No pueden verla hasta mañana a las siete porque hay una urgencia en la sala", explicó una enfermera. En tanto Verónica también preguntaba. "Gordi, no te preocupes que si hay problemas te avisan enseguida", tranquilizaba otra enfermera. Después de las diez de la noche, Esteban regresó al hospital con puré y chocolate de regalo para Verónica. Todo continuaba en orden y se fue, debía tomar el último colectivo de regreso a casa antes de medianoche. Esteban pensaba volver al otro día vestido de pantalón negro y camisa blanca, de fiesta para recibir a su hija. Esa noche escribió una carta a Micaela. Pero nada de eso fue posible. De madrugada, después de las 5 "me despierta la enfermera --cuenta ahora Verónica-- para que vaya a Neo. Le regalé el chocolate y bajé". Habían pasado ocho horas desde ese parto normal y pegada al vidrio de la incubadora Verónica "levantaba el bracito de la beba y se le caía...". Hoy no logra rearmar completa aquella pesadilla. Hunde la cara entre el pelo, llora y sale corriendo. Esa beba "con la cara tapada de chupetes plásticos" no se movía. "Gorda, andá afuera porque está grave, tiene convulsiones", le ordenó la doctora. Verónica no sabía qué significaba esa palabra. Más tarde supo que un cuerpo convulsionado debía sacudirse y que esa beba ni siquiera se movía. Dos minutos después le decían que la hija había muerto. Verónica corrió desesperaba: "No me acuerdo ni cómo era la nena que vi". Sólo recuerda lluvia y un encierro de días. No quería que nadie le tuviera lástima.
"No es Micaela" Elena olfateó que algo no andaba bien. "Esa nena no estaba recién muerta, además tenía el pelo castaño clarito y el cuerpo salpicado de puntos rojos." Los detalles se le amontonan verborrágicos en la boca. Con casi 15 años oficiando de enfermera sabía distinguir las trampas. Esa nena que aseguraban era Micaela pesaba cerca de un kilo más que su bisnieta. "Esa nena no es Micaela", repetía. Aturdida por el espanto, se metió en la morgue y confabulada con un empleado tomó la huella plantal del cadáver. Pintó un pie con tinta y selló la planta en un papel. Pero hubo un error: sacó la huella del pie izquierdo y no del derecho, correspondiente a la historia clínica. Insistente consiguió del hospital la orden para una autopsia. "No tenía un peso, pero de los nervios caminé hasta el centro y pedí en la comisaría hacer la denuncia". Con la policía no tuvo éxito, persistió y se metió en Tribunales. Carlos Martínez, empleado del juzgado tomó aquella denuncia. "Pensé que estaba loca, como quien no puede aceptar la muerte de un hijo y delira. Pregunté a mi jefe y me dijeron: bueno... tomásela". Pero no sólo en la justicia pensaban que Elena deliraba, Verónica y Esteban también desconfiaban. Sólo por su insistencia firmaron la autorización con la que se abrió la causa. Con la instrucción a cargo de la policía se tomaron declaraciones a los testigos. Ninguno de los relatos daban suficientes pruebas para aseverar los argumentos de Elena. Para avanzar se necesitaban 3000 pesos para las pruebas de ADN, demasiado caras para ellos. "Si la parte tuviera plata y quiere hacerlo, lo paga y se hace, pero en este caso no había dinero", comenta a este medio una fuente del juzgado. El juez Arturo Duprat dictó el sobreseimiento. El entonces fiscal Jorge Burgos y actual juez de la causa apeló y la investigación continuó. En noviembre del '97 apareció el primer resultado del estudio de ADN sobre los restos del cadáver: la nena no era hija de Verónica ni de Esteban.
"No tengo dudas" La prueba genética se repetirá ahora en once mujeres, sus parejas y sus hijas. Este será el próximo paso del Juzgado Penal 3 a cargo de Burgos. Por este camino la justicia intentará dos pruebas: conocer si alguna de las mujeres es la madre de la beba muerta e intentar llegar a Micaela a través de las extracciones a las otras nenas. Página/12 pudo ubicar a Mariela Navarrete, una de aquellas once madres. Mariela tiene 26 años y explica que Daiana --su hija de cinco-- nació a las 22.00, hora y media después de Micaela. Aunque no duda de su maternidad, alguna sombra oscura se le cuela en la cabeza. "Es la cara del padre", interviene la madre de Mariela imponiendo como prueba la figurita menuda de Daiana. Mariela todavía no conocía la citación judicial. Sin embargo dice que está de acuerdo con la propuesta del juzgado. "La mamá del bebé --se anima-- debe estar mal. Yo no tengo dudas. Voy a ir, es mi obligación". Parada en una casa pobrísima en las afueras de Bahía, Mariela piensa en quién será la madre del bebé muerto. Mientras su cabeza anda sobre las descripciones de ese parto que presenció Jaime, su esposo, hace silencio y pregunta: "¿Qué va a pasar con la mujer si encuentran a la nena? Por ahí no sabe y crió a la beba pensando que era su hija". Mariela no es la única que interroga. Un error pudo haber sido posible. Sin embargo la defensa de Verónica, a cargo de Gustavo Avellaneda, asegura que hubo una intención dolosa, posición que la misma justicia tendría por más probable. Con la identificación de la verdadera madre --si no se ubicara a Micaela-- comenzaría a probarse la existencia de una mujer cuyo hijo habría sido vendido antes nacer: según esta hipótesis el bebe nació muerto y fue cambiado por Micaela.
La misma maldita historia
A los 15 Verónica conoció a Esteban. "En un baile, el Tiro", cuenta Esteban, por entonces de 19, mientras habla de la chiquilina que le gustó por seria. "Yo era seria, así, solitaria", se retrata Verónica. Acaso desde que su mamá decidió dejarla. A los diez días de nacida, Verónica seguía internada en el mismo hospital donde 16 años después tendría a su hija hoy desaparecida. Estaba grave y la abuela Elena --otra vez la abuela Elena-- pidió el traslado de urgencia al Hospital Municipal, peleando por la vida de su nieta como 16 años más tarde lo haría por Micaela. "No querían dejármela. Decían que se iba a morir en el camino. Yo veía que se moría y tenía que conseguir hielo para trasladarla". Elena no encontró hielo en el hospital y de prepo salió a pedirlo al barrio. Desde el '65 la vieja era enfermera en el Municipal. Consiguió llevársela y Verónica después de ocho convulsiones comenzó a recuperarse. A partir de ahí esa abuela especie de matrona, crió a la chica, esa nieta nacida por una aventura del padre con una mujer de la noche. Después de tener a Micaela, Verónica tardó un año y medio en quedar embarazada otra vez. El día que se enteró saltó, corrió, pero se frenó y largó un reproche: "Qué boba, a ver si de tanto saltar lo pierdo". Aquella pesadilla del '93 sigue estacada en su cuerpo. Hoy tiene dos hijas: Abigail de 3 y Lohana de 1. Para tenerlas volvió al Penna. "No tenemos medios --dice-- y tuve que ir ahí, pero me preparé con clases y Esteban se quedó a ver el parto". Tras los partos no hubo quien le sacara a las nenas. "Me la pegué", dice cuando habla de la mayor. Las mantuvo tan pegadas como ahora. No logra separase de ellas ni durante la noche. Esas dos chiquitas siguen tomando pecho y enredadas a los padres hasta cuando duermen. Verónica está sentada sobre un colchón. Mientras Lohana le saca leche del pecho, la mamá abre los ojos: "¿Y si mi hija no está viva?", pregunta. "¿Y si lo está?", la inquieta alguien. En tanto Elena todavía viaja en busca de alguna nueva pista: "¿A cuánto somos hoy?... 13, verdad... hoy Micaela tendría cinco años y dos meses."
LO QUE DICEN EN EL HOSPITAL "Aquí no hubo fallas"
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