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Harrods se vende, pero sin aquel glamour que sedujo a Buenos Aires

 

Fue símbolo de lo exclusivo, punto de encuentro de la clase alta porteña. Hoy Harrods está en venta, pero en la era del shopping muy pocos se interesan por revivir el british style.

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De la gran tienda ahora sólo quedaa abierto un pequeño sector y ninguno de sus antiguos clientes

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Así lucía en sus buenos momentos la peluquería de Harrods

Por Cristian Alarcón

t.gif (67 bytes)  Donde había brillo, ahora puede verse el polvo, la presencia de los maniquíes desnudos. Se escucha el silencio de cuarenta mil metros cuadrados donde se oyó el roce social, el ruido de las registradoras, el entrechocar de la porcelana, de los productos de calidad que sólo la gran tienda importaba de la isla. El sonido de las gemas que hasta hace dos décadas desde Londres traía sólo Harrods. En la entrada, donde comenzaba el olor de las mejores telas y del té en invierno, ahora puede sentirse la fastidiosa acidez del tiempo, esa que huele a declinación y a sombras. Hoy sólo queda en funcionamiento un pedazo de salón, sobre la calle Florida, donde hay una colección vetusta de ropas de hombre y de mujer, un cliente pidiendo una rebaja, y un difícil contrato millonario en puertas. Harrods está a punto de ser vendida. A punto de renacer, en una época donde el british style ya no respira, el shopping reina, y la calidad exclusiva son cientos de efímeras marcas, y una transversalidad donde ya no hay enanos de uniforme abriendo las puertas.

--¡Morronga! ¿Te acordás de qué color estaba el enanito? --le pregunta la encantadora Rita Reta, de ochenta y tres años, a su prima mayor.

--Verde. Era verde --le contesta Morronga, inmovilizada en la cama por un mal paso en un paquete restaurant de Montevideo--. Y decíle que era toda gente de nivel y distinguida --le pide desde el lecho.

Como Rita, Alberto Thomas, un argentino de padres ingleses que vivió Harrods desde los dientes de leche, y tiene 79 años, habla de la tienda como de un fetiche. No quiere imaginar qué será de los salones donde le cortaban el pelo, cada comienzo de clases antes de medirse los uniformes. "Es imposible que sea como antes, porque Harrods era lo que era la época. Esa época esplendorosa, donde todo tenía manufactura de primera, y lo inglés era lo mejor, ya no existe."

Aun la posibilidad de volver a existir después de la venta es difícil. El director de Harrods Buenos Aires --propiedad de la sociedad suizo-italiana CBC Interconfinanz--, Guillermo Díaz, ofrece las instalaciones y el nombre de la tienda desde junio de 1997, pensando en un valor de dos mil dólares por metro cuadrado, o sea un total de 90 millones por los 47 mil que miden los siete pisos del lugar. Ese valor ya cayó hasta los cincuenta millones en los que rondaría el máximo jugo que se le puede sacar aún a la propiedad y a la marca para la Argentina y toda Sudamérica. Y lo peor: esta semana tanto Falabella, de Chile, y El Corte Inglés, de España, candidatos seguros a competir para poner en marcha el negocio, desmintieron cualquier intención de comprometerse en tan glamoroso proyecto. La minilicitación a la que convocó la consultora Infupa, dirigida por el ex secretario de Hacienda, Manuel Solanet, no ha tenido el éxito esperado. Solanet no quiso aclarar quiénes son los oferentes.

La única mano interesada en hacerse de la tienda sería el dueño de Harrods en Londres, Mohamed Al Fayed, para quien el asunto se convirtió en una obsesión. Al Fayed --padre del extinto novio de la princesa Diana, Dodi-- estuvo durante los últimos tres años en litigio con los dueños de la marca en Buenos Aires. Perdió. En mayo la Cámara de los Lores rechazó la última apelación del egipcio, que ahora podría comprar lo que la Justicia le negó. Por su parte, IRSA, el conglomerado de George Soros, dueña de todos los shoppings de la Capital, despreció la oferta de Harrods, desde siempre. Su negocio, fructífero, no quiere las formas de la tienda.

 

El nuevo ruido atroz

Rita Reta no puede evitar un suspiro al hablar de Harrods, que es hablar de su juventud. Se le escucha ese eco en la papada al pronunciar las erres y las yes, de la distinguida clase alta de los treinta en adelante. No soporta el ruido "atroz" de los shoppings centers. En ellos se pierde. "Me aturden, me enloquecen, me enferman. Voy con mi amiga y empezamos a buscar quien nos auxilie ... Además, esos ascensores pequeños." No como los de Harrods, de ese hierro forjado en Europa, donde iban hasta veinte clientes cómodos, y en cada piso un hombre de buen porte, avisaba:

--¡Botonería, encajes, ropa de cama!

Rita Reta dice que es de la época en que "el dinero no era tan importante, usted me entiende". Dora Barranco, académica y diputada del Frepaso, se ha dedicado a la sociología de la vida cotidiana, y ha observado las costumbres de esas primas que como Rita le transmitieron lo que era el glamour de Harrods. "Aquel manejo de códigos de pertenencia ha desaparecido. El shopping es transversalidad, variedad de motivos, de gustos, de edades. Si bien es ridículo hablar de un shopping democrático, porque los excluidos no llegan a él, en ellos hay una idea mayor de inclusión, un manejo diferente del espacio, donde se obtiene más anonimato que exposición." Rita Reta recuerda: "Nos saludábamos en el restaurant, donde íbamos a almorzar. Allí se juntaba la gente conocida".

 

El olor de lo auténtico

El shopping se levanta ante Harrods tan consistente como la arquitectura de su vecino restaurado, las Galerías Pacífico. Allí, en la figura del gran mercado moderno, se reflejan los ventanales ocultos por el yeso blanco de Harrods. Laura Ariovich, socióloga, realizó una investigación sobre el uso que de los shoppings hacen distintos grupos sociales. "Hay un abanico de usos posibles, entre los cuales hay varios que no están pensados ni deseados por los empresarios", apunta. Los adolescentes sólo ubican modelos y marcas para luego tenerlos más baratos de terrenos como Once. "Todo lo que compraba era auténtico, verdadero, no como ahora que uno no sabe lo que le están vendiendo", lamenta Rita Reta. El corte y la confección eran el punto de la diferencia, y debía ser inglés. La adulteración era casi imposible.

José María Peña, historiador y director del Museo de la Ciudad, señala cómo en Harrods se mezclaban la calidad de los productos que se ofrecían con la exhibición del lujo de materiales y diseño del edificio. "Eso lograba una identidad fuerte para los clientes." Recuerda también el whisky VOH, que sólo en Harrods se conseguía, y las butifarras que venían de España. La antropóloga y socióloga Francis Korn recuerda los cumpleaños de sus compañeras del Lenguas Vivas en la confitería; a los empleados que conocidos de la familia llamaban a casa avisando de las novedades. Recuerda también la orquesta de música ligera que el día de la liberación de París, cuando los nazis aceptaron la derrota, daba la música para La Marsellesa que el público entonaba entre scones ingleses, festejando en el lugar de siempre. Donde había brillo, ahora polvo y recuerdos. Rita Reta sigue. Morronga insiste.

--Me pide que le aclare quién iba, pero queda mal. Si una es distinguida que lo digan los demás --dice, y protesta otra vez por el nuevo ruido atroz de hipermercados modernos, imposibles.

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