Por Eduardo Febbro
Desde París
Los
"estudiantes de teología" llegaron este fin de semana a las fronteras del ex
imperio soviético. Desconocidos hace apenas cuatro años, los talibanes afganos, austeros
radicales oriundos de los campos del sur de Afganistán y pertenecientes a las tribus
pachtunas, controlan hoy las tres cuartas partes de las 30 provincias del país.
Diseminada por los talibanes, la oposición --una alianza de chiitas, de tadyicos y
uzbekos--, perdió esta semana uno de sus bastiones geográficos más importantes en el
norte de Afganistán: la ciudad de Mazar-i-Sharif. Con esa derrota se dio vuelta un
conflicto que encierra una de las pugnas geopolíticas más importantes de la segunda
mitad del siglo y en cuyas raíces se combinan tres elementos determinantes: la influencia
política y militar de Pakistán, los intereses directos de EE.UU. y Arabia Saudita en su
voluntad de aislar a Irán, y la genial idea de una empresa argentina de hidrocarburos,
Bridas, que en 1991, con intenciones ajenas a lo que ocurriría más tarde, proyectó la
construcción de un gasoducto que, años después, se convertiría en el pilar central de
la guerra que protagonizan los talibanes.
Gas, petróleo, el Corán, Kalachnikov, rivalidad entre sunitas y
chiitas y la concesión por el gasoducto que debe atravesar Asia Central se aúnan en una
historia en la que el último elemento es uno de los factores que provocó la caída de la
ex primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto. El surgimiento de un movimiento como el
de los talibanes afganos se explica por motivos "interiores" de la sociedad
afgana. El primero de ellos, más allá de preeminencia talibana en la vida política del
país y su posterior "desaparición" durante la guerra contra la invasión
soviética --1978/1988--, es la pérdida de influencia del gobierno de los comandantes que
tomó el poder luego de la "resistencia" contra los soviéticos. Sin embargo,
los analistas de la región destacan que la fulgurante expansión de los talibanes y su
principal éxito militar, la caída de Kabul en setiembre de 1996, no es ajena al apoyo
directo --militar, político y económico-- de Pakistán. Este país, con el acuerdo de
EE.UU. y Arabia Saudita, sustentó el ascenso de los talibanes con un objetivo compartido
por las otras dos potencias: la exportación de hidrocarburos de Asia Central a través de
Afganistán y Pakistán en detrimento de Rusia e Irán.
El papel jugado por Pakistán es el más determinante. Los servicios
del ministro de Interior paquistaní, el general Nasserullah Babar, entregaron a los
talibanes todas las infraestructuras de la guerra. La razón estratégica de este apoyo
abarca tres direcciones: contar en Kabul con un aliado regional bajo influencia --muchos
oficiales paquistaníes son de origen pachtuna--; obtener un avance estratégico frente a
la India; y abrir un corredor en dirección de Asia Central para garantizarse el
suministro de energía y, al mismo tiempo, el visto bueno de la administración
norteamericana. La religión viene a sumarse a esta alianza protalibana con la
intervención de otro protagonista, Arabia Saudita, empeñado en frenar a Irán tanto en
la posesión de la "legitimidad religiosa" como en su posición de fuerza
regional en la explotación de los hidrocarburos de Asia Central.
Washington, Riad e Islamabad trabajaron unidos para contrarrestar la
influencia estratégica de Irán en Medio Oriente favoreciendo la implantación de los
talibanes. Con ellos en el poder, el gasoducto que debe unir Turkmenistán con Pakistán
pasando por el oeste de Pakistán era un negocio norteamericano cuya obtención servía a
los tres intereses simultáneos: el energético, el geopolítico y el religioso --hasta
1996 el fundamentalismo sunita de los talibanes era considerado sin proyecto político
claro frente al islamismo radical y político de los iraníes--. En octubre de 1994, sin
que su gobierno lo autorizara, el embajador norteamericano en Pakistán, John C. Monjo,
visitó las zonas del oeste de Afganistán controladas por los talibanes. En 1996, cuando
Kabul cayó en manos de los talibanes, el Departamento de Estado de EE.UU. emitió un
comunicado en el que juzgó "positiva" la victoria de los que entonces eran
considerados como "sanos estudiantes de teología con actitud prooccidental". El
comunicado estadounidense respondía a los intereses directos de la compañía petrolera
norteamericana Unocal, que le sacó a la argentina Bridas el negocio de las manos. Unocal,
junto con la firma saudita Delta Oil, desplazó a Bridas gracias a intensas presiones
ejercidas contra el presidente de Turkmenistán. El proyecto de gasoducto, de un costo de
2000 millones de dólares, contaba además con un segundo programa para la construcción
de un oleoducto. Ambos obedecían a los dos imperativos estratégicos de Washington: tener
un "vehículo directo" para extraer los hidrocarburos de Asia Central y del mar
Caspio y dejar fuera a Irán, "candidato natural" para la construcción de una
obra semejante gracias a su ubicación geográfica y a las infraestructuras existentes.
Las dos compañías que le hurtaron el proyecto a Bridas, Unocal y Delta Oil, jugaron un
papel preponderante en el entorno talibán. El consejero político de Unocal, el
norteamericano Charles Santos, conocía muy bien el terreno ya que había sido en el
pasado consejero de Mahmud Mestiri, el enviado especial de la ONU a Afganistán. Si alguna
duda quedaba sobre ese apoyo mal disimulado, el vicepresidente de Unocal, Chris Taggart,
consideró en su momento que las conquistas de los talibanes equivalían "a un
desarrollo positivo" ya que esos acontecimientos "podían favorecer el proyecto
de gasoducto". Este se ha reforzado hoy con la introducción de otras compañías
agrupadas en un consorcio llamado Centgas. Además de Unocal y Delta Oil están el
gobierno de Turkmenistán, el grupo paquistaní Crescent, el surcoreano Hyundai, más dos
empresas japonesas. Centgas ofrece la instalación de 1500 kilómetros de tubos --743 en
Afganistán-- capaces de transportar cada año 20 millones de metros cúbicos de gas.
Bridas, que según varias fuentes occidentales apoyó tempranamente a los talibanes a
cambio de la construcción del conducto, no está totalmente fuera de juego. Tras muchos
intentos, Página/12 pudo recibir la confirmación --por fax-- del viceministro de
información talibán, Abdurrahman Hotaki, quien, en un escueto mensaje, afirma que
"nunca hemos perdido el contacto con Bridas. Estamos interesados".
Las cartas políticas se dieron vuelta en los últimos meses con la
actitud "antioccidental" asumida por los talibanes. A esta transformación se la
suman dos cambios más: el surgimiento de un fundamentalismo político por parte de los
sunitas y el tibio acercamiento entre Irán y EE.UU. motivado por la influencia del ala
moderada iraní, a la cual pertenece el actual presidente Jatami. El sueño del
"pipeline" empezó en una empresa argentina que se instaló en Turkmenistán en
1991 cuando nadie había pensado en ello y se prolongó en una pesadilla que dio forma a
una guerra interna cuyos actores y raíces son el petróleo, el fundamentalismo, el
tribalismo, la caída de un imperio, la desmedida influencia de otro y los insalvables
antagonismos del mundo árabe.
HABLA OLIVIER ROY, GRAN ESPECIALISTA FRANCES
EN ASIA CENTRAL
"Era una amistad de
Bulgheroni"
El principal francés en Asia Central
contó a Página/12 la trama secreta de la participación de Bridas en la
guerra afgana y las relaciones de la empresa argentina con Turkmenistán y Pakistán,
países clave en el Gran Juego. |
Boris
Yeltsin, desesperado entre la crisis y el avnace talibán |
Por E. F.
Desde París
Olivier
Roy es el gran especialista francés en Asia Central. Autor de varios libros --El
fracaso del Islam político, Genealogía del Islam radical y La nueva Asia
Central--, Roy sintetiza en esta entrevista con Página/12 la guerra de los
talibanes y la otra guerra, más secreta, por el gasoducto. También hace hincapié en la
transformación fundamental que se está operando en el Islam y sus consecuencias futuras.
--¿Qué papel viene a jugar Bridas en este gran conflicto
tripartito por el control de un gasoducto?
--Mire, en primer lugar no pienso que Bridas tenga mucho que ver con la
caída de Benazir Bhutto, como dicen muchos analistas. El problema de Bridas es que la
empresa no tiene un peso político enorme, carece de las influencias que tiene la gente de
Unocal. Bridas nunca tuvo una antena política en la región. La empresa funciona mucho
por relaciones personales del presidente de la compañía, que era un gran amigo del
presidente de Turkmenistán. Claro, después se enojaron en 1996. Pero, en suma, creo que
el mayor problema de Bridas es que la empresa es utilizada por los demás, los talibanes,
los paquistaníes y los turkmenos, para hacer subir los precios. Me parece que el
verdadero actor de todo esto es Unocal pero, al mismo tiempo, pienso que los actores
locales, por ejemplo los talibanes, no quieren depender exclusivamente de Unocal y, por
consiguiente, siguen alentando a Bridas para que la empresa siga en la pista de despegue.
Lo paradójico de la historia es que, según sé, las relaciones entre Bridas y el
comandante Massud no eran malas. Por eso no creo que, como se dice, Bridas haya apoyado a
los talibanes. Eso superaba sus propias capacidades.
--Los talibanes recalcaron no obstante que Bridas seguía como
operador potencial.
--A mí también me lo confirmó la gente de Unocal: Bridas no está
eliminada. Pero repito: en mi opinión, se trata de una maniobra para mantener la
competencia. Hay que destacar que Bridas tuvo primero que nadie la idea de construir el
gasoducto. Ellos lanzaron la empresa hasta que Unocal llegó detrás y ... bueno. Creo que
los paquistaníes siempre estuvieron a favor de Unocal con la meta de implicar a los
norteamericanos en el conjunto del problema.
--¿Cómo explicar entonces la presencia de Bridas en un terreno
donde, como usted lo señala, carece de elementos de presión?
--Creo que ése es su único campo posible: ir a donde las otras
empresas no van. Y después bueno, cuando en 1991 alguien llegaba a Turkmenistán con un
millón de dólares era el bienvenido. Ahora hacen falta 100 millones.
--El problema actual es que ahora aquello en lo que nadie se
interesaba se convirtió en un problema geopolítico mayor.
--Dentro del conflicto afgano la historia del gasoducto juega un papel
importante pero no enorme. Los talibanes no necesitan de eso: tienen dinero y sus propias
fuentes de financiación, en particular el dinero que sacan con el tráfico de droga. El
gasoducto juega un papel considerable en las motivaciones de los paquistaníes, de los
sauditas y de los norteamericanos. El gasoducto es esencial para los paquistaníes. Les
hace falta el gas y, en segundo lugar, si el gasoducto funciona, Pakistán se convierte
inmediatamente en el núcleo de Asia Central. Eso, en el plano geoestratégico, es
considerable. A los norteamericanos también les interesó porque así podían
descentralizar la región evitando pasar por Irán. Pero ahora las cartas de la región
han cambiado considerablemente. Hasta 1997, los norteamericanos estaban a favor de los
talibanes. Ahora ya no. Las relaciones entre Teherán y Washington mejoran cada día y al
mismo tiempo que se degradan las relaciones entre EE.UU. y los talibanes. Es muy
importante seguir de cerca la investigación de los atentados de Kenia y Tanzania. Si se
llega a probar que hay una responsabilidad, incluso indirecta, del saudita Osama bin Laden
en esos atentados, Estados Unidos va a tener que reaccionar y cambiar radicalmente sus
relaciones con los talibanes, que lo protegen.
--Los talibanes protagonizaron un curioso cambio. Hoy su discurso
empieza a asemejarse al del Irán de Jomeini.
--Sí, pero al principio no era así. Son fundamentalistas conservadores, sin proyecto
político, un poco como los sauditas. Pero ahora se están radicalizando en el plano
político. Se trata de una radicalización semejante a la que vemos en Arabia Saudita y
Pakistán: los medios fundamentalistas conservadores se vuelven antinorteamericanos. Esto
es una consecuencia del fracaso del proceso de paz de Medio Oriente y también una
consecuencia de la radicalización de los sunitas. Ahora que el peligro soviético no
existe más, y que Irán se está a su vez normalizando, nos encontramos ante un
fundamentalismo sunita que se radicaliza. En mi opinión esto se produce con la guerra del
Golfo, donde vimos a grupos ayudados por EE.UU. pasar del lado de Saddam Hussein. El
segundo acto de esta transformación es el atentado contra el Trade World Center,
perpetrado por círculos apoyados por EE.UU. |
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