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Los expulsan rápido como escupida de futbolista

Un estudio médico de la FIFA determinó que la manía de escupir de los jugadores es una manera de "delimitar terreno" y aconseja a los árbitros detener "los efectos negativos de este hábito antisocial".

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Los árbitros de la FIFA han sido puestos sobre aviso

Por Juan Pablo Bermúdez

t.gif (67 bytes)  Habrá que tener cuidado y prestarle más atención al hasta ahora intrascendente tema. Según un informe elaborado por el doctor Rudy Gittens, miembro de la Comisión de Medicina Deportiva de la FIFA, la expectoración de la saliva por la boca --los "escupitajos" según el diccionario del tablón-- son productos de factores mucho más profundos que una simple provocación o un enojo de proporciones. Al parecer, los jugadores de fútbol "delimitan terreno" y manifiestan el nivel de descontento o incomodidad de acuerdo al volumen de la saliva esputada, entre otras trascendentales cuestiones que podrían cambiar la manera de arbitrar los partidos.

"Escupir se define científicamente como la expulsión contundente voluntaria o involuntaria de líquido --comienza diciendo el informe--, de contenido semisólido y/o sólido de la cavidad bucal. Otros lo llaman simplemente una costumbre repugnante. Los futbolistas escupen mucho. ¿Es acaso un fenómeno reciente? ¿Qué diferencia hay entre escupir a alguien o escupir sobre algo? ¿Expresan estas acciones diferentes estados mentales del escupidor? ¿Es peligroso para la salud del escupidor o de la persona a quien se escupe? ¿Deberían las cámaras de TV y los fotógrafos ignorar a los jugadores que escupen? Preguntas a granel, algunas quizás desagradables pero, no obstante, justificadas."

Si bien el escrito de Gittens --publicado en la página de la FIFA en Internet-- deja en claro que "salivar es una reacción natural", también advierte que en muchas ocasiones esta acción podría estar directamente relacionada con el desgaste físico del futbolista. "Hasta cierto punto, el volumen esputado por el jugador está determinado por el entorno externo, el estado de hidratación, su nivel de frustración, hostilidad o agresión". Es decir que, por un lado, los médicos de los planteles profesionales deberían estar atentos a cada escupida de sus protegidos; mientras que por otro se debe deducir que, por ejemplo en el caso de un goleador, la cantidad de saliva expulsada puede ser un indicio de que durante ese partido ni la va a tocar. Tal vez así se constituya un novedoso método de evaluación para los directores técnicos.

El aspecto puramente fisiológico también está contemplado. Gittens advierte sobre las consecuencias que generan los alimentos, el clima y hasta el público contrario como generador de irritación. "La ansiedad, temor y hostilidad pueden asimismo estimular la producción de más saliva en la boca y el propio acto de escupir puede aliviar la tensión del jugador ajetreado --con lo cual es una suerte de sedante al mismo tiempo--pero puede convertirse en un hábito, en una reacción automática que no cumple más el motivo original".

Gittens contó con la colaboración del sociólogo deportivo Heinz-Georg Rupp, quien va todavía más lejos e interpreta el "fenómeno como un acto simbólico de liberación" (lo cual, en parte, es cierto). "Así como algunos jugadores patean el poste tras una oportunidad desperdiciada o se persignan tras una 'estúpida infracción', el jugador que escupe quiere manifestar a todos que no está bloqueado, que tiene intenciones de mejorar su actuación y borrar la mala impresión". Traducido al idioma futbolero, esto implicaría que cada vez que un jugador se pierde un gol expulsa saliva. Y cuanto más increíble sea el tanto errado, más voluminosa será la escupida. Es decir que un goleador en una mala tarde puede terminar ahogado en su propia saliva, o algo así.

Este aspecto psicológico por supuesto también contempla una de las cuestiones más antiguas del hombre: la demarcación del territorio. "Por qué numerosos suplentes escupen en el momento de entrar al campo de juego? Es una ocupación simbólica de terreno virgen, esa especie de marcación mediante la expectoración de humores que conocemos de los perros --establece Rupp sin aclarar si lo de "perros" es alusión a alguien en

particular--. El jugador piensa en el subconsciente (la nariz y la cabeza tienen que estar libres): 'Aquí vengo yo y fertilizo el campo'. El mensaje es que quiere fertilizar, mejorar, el juego. Esta fertilización artificial dura hasta que comete el primer error, luego escupe por otros motivos". Rudy Gittens ha instalado una nueva preocupación en torno de la práctica del fútbol. Además de una "mera costumbre repugnante", el acto de escupir encierra algunos riesgos y genera más tensión de la que el propio partido en sí mismo contiene. Por eso recomienda que los árbitros intervengan "no solamente por motivos éticos sino también por el peligro que implica para la salud", y propone, ante todo, educar. "Los jóvenes talentos ignoran cada vez más los efectos perjudiciales y negativos del escupir a medida que imitan a sus ídolos. Sin embargo, esto no está bien y es tiempo de detener esta epidemia. Es hora de que la comunidad médica y paramédica comiencen a educar a los jugadores y a los entrenadores, así como a los directivos y al público sobre este hábito antisocial". No sea cosa que la cuestión se ponga de moda y los directores técnicos encuentren una variante a la hora de elaborar estrategias para el equipo.

 


Salivazos inolvidables


t.gif (862 bytes) En la historia reciente del fútbol hay algunas escupidas que han pasado al salón de la fama, ya por la envergadura de los protagonistas como por el significado que han tenido. Como el salivazo de Vicente Pernía a Willie Johnstone en el amistoso entre Argentina y Escocia en la Bombonera, en 1977. No conforme con la patada que le había dado, el Tano le dejó un recuerdo antes de irse, expulsado, a los vestuarios. Según el sociólogo Rupp, esto es muy elocuente: "Un jugador que escupe tras una expulsión quiere decir como despedida 'no me voy del todo, queda algo de mí en la cancha'"

Pero mucho más famosas fueron las dos escupidas consecutivas que el holandés Frank Rijkaard --futuro técnico de la selección de su país-- le estampó al alemán Rudi Völler en el partido que ambas selecciones disputaron por los octavos de final del Mundial de Italia, en 1990. Primero Rijkaard cortó un avance del delantero con un foul fuerte. Después de recibir la amonestación del árbitro argentino Juan Carlos Loustau, Rijkaard le escupió la cabeza. Völler protestó y Loustau también le mostró la tarjeta. En la jugada posterior se encontraron otra vez y el árbitro los echó a los dos. Camino a los vestuarios, Rijkaard volvió a escupirlo.



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