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Por Fernando D'Addario La tradición puede ser un sueño dirigido por la memoria, pero en ese viaje suele nutrirse también de olvidos. Memoria y olvido serían, entonces, elementos constitutivos de la tradición, lo cual sugiere una situación análoga a la política. Liliana Herrero es folklorista, profesora de filosofía e inconformista por naturaleza. No es extraño, acaso, que esa suma de argumentos vitales se dejen arrastrar inexorablemente hacia la polémica artística y política, hasta convertir a su portadora en un personaje discutible, pero necesario. Tiene 50 años, y unos cuantos discos que le cambiaron la cara al folklore, aunque es probable que su prestigio le deba menos a los números de sus ventas que a la coherencia que la acompaña por la vida. Con un álbum infantil bajo el brazo y la expectativa por los shows que brindará el viernes y el domingo próximos en La Trastienda (ver recuadros), Liliana habló con Página/12 de distintos temas, empezando por su extraña condición de vanguardista en un ambiente que fluctúa entre un tradicionalismo anquilosado y una supuesta renovación que no es tal: "Me reivindico folklorista. Conozco y amo las melodías y los textos del folklore argentino. Pero al mismo tiempo sé que toda esa riqueza producida está a la espera de que le volvamos a preguntar. Y la prueba más certera de que tenemos una tradición exquisita es que aquellos temas, los de los Hermanos Abalos, Yupanqui, el Cuchi Leguizamón y tantos otros, resisten todas las preguntas". Ella está decididamente afuera del circuito comercial del folklore, lo cual no le impide observarlo, con un dejo de escepticismo. "Veo al mundo de la música peligrosamente casado con el mundo del mercado. Nunca vi a la música tan ostensiblemente vinculada con lo massmediático. En realidad no debería referirme a la palabra música, porque ya no estamos hablando de formas artísticas, sino de otra cosa: standarizaciones, dinero, merchandising, etc. Es un mundo que desconozco. Y que no me interesa conocer". --A mediados de los 80 en la música popular había síntomas de ruptura artística, con sus primeros discos, con los trabajos de Raúl Carnota, Jacinto Piedra y Peteco Carabajal, entre otros. Pero ya pasaron diez años de esa movida, y en los 90 no ocurrió nada realmente nuevo... --Hay intentos individuales, pero es verdad que no se vislumbra un movimiento que pueda hacerle frente a lo institucionalizado. Es por eso que nuestros caminos son peligrosamente solitarios. Y la soledad artística no es recomendable. Una se pierde el ida y vuelta enriquecedor que se da cuando hay otros que están en el mismo combate contra lo establecido y asumen riesgos artísticos similares. --Cuando le dicen que usted hace un folklore "intelectual", ¿lo considera un halago o lo recibe como una expresión peyorativa? --En primer lugar, no sabía que decían eso de mí. Pero si se dice eso no lo tomo de ningún modo en especial. Aunque lo "intelectual" está muy devaluado en este país, tengo una gran admiración por la intelectualidad. La vida es compleja, y una mirada distinta, desde la reflexión, siempre enriquece. Y si lo de intelectual está referido a que mi propuesta no llega a un público masivo, creo que es una interpretación falsa. Los públicos no existen previamente. Se construyen. Y los procesos de construcción no son tan lineales. Creo que, si hubiera otra política cultural, tanto mi música como la de otros artistas llegaría a más gente. Seguramente no sería masiva, pero podría darse una situación como la que se vive en Brasil, o en Estados Unidos, donde por ejemplo una artista como Joni Mitchell tiene su espacio, pese a no vender millones de discos. --¿Ve posibilidades de que cambie esa política cultural? --Sinceramente, no. Soy muy escéptica. Y no sólo por las pautas que llegan desde arriba, sino porque en general hay como una aceptación de las reglas del juego. --¿Hasta qué punto existe una relación entre la situación que vive la música popular y la política del gobierno? --La conexión está dada porque las formas culturales de un país están supeditadas a las formas de la política del momento. --¿Entonces estamos viviendo un folklore menemista? --Sí, éste es el folklore del menemismo. Están todos los elementos constitutivos para reforzar la relación: banalidad, un imperativo de comprensión rápida y fácil, y la falta de interrogación sobre lo que estamos haciendo. --Esa falta de interrogación genera la sensación de que no hay otra opción... --Claro, te dicen "esto es así, no hay nada que hacerle". Te quieren encerrar en una jaula de hierro que impide pensar en otra cosa. --La situación parece apocalíptica... --Es que la Argentina de hoy es un escándalo cultural. El modelo que ha triunfado sólo produce miserables, arrastrados, gusanos. Igual, tenemos que seguir dando pelea. --¿Se puede dar pelea? --Creo que tampoco nosotros hacemos lo suficiente. Hemos llegado a un punto tal de necedad que creemos que lo que hay es lo único posible. Desde que aceptamos esa realidad, somos todos unos cobardes.
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