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UNA DECLARACION DE CINCO HORAS Y MEDIA ACABÓ CON SIETE MESES DE ESPECULACIONES

Todos los goces del presidente

Por primera vez un presidente norteamerciano se vio obligado a responder ante un Gran Jurado. Frente al interrogatorio Clinton reconoció una "relación inapropiada" con Mónica Lewinsky y que había mentido para proteger a su familia.

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Clinton en la Casa Blanca con sus asesores antes de la declaración más larga de su vida

Por Mónica Flores Correa
Desde Nueva York

Página/12

en EE.UU.

 

t.gif (67 bytes)  Revirtiendo en cinco horas y media de testimonio la versión que mantuvo durante siete meses, Bill Clinton reconoció ayer ante el fiscal Kenneth Starr y un jurado federal que había tenido una relación carnal impropia con la becaria Monica Lewinsky. Pero negó haber inducido a mentir a Lewinsky o a cualquier otro allegado al escándalo que empantanó a su gobierno más de medio año y tuvo a Estados Unidos en ascuas en uno de los episodios más grotescos de su historia. David Kendall, abogado del mandatario, dijo que Clinton había testimoniado "sinceramente" y manifestó su confianza en que la declaración jurídica acabara la "investigación de cuatro años y más de cuarenta millones de dólares del fiscal independiente que ha culminado con la investigación de la vida privada del presidente". En una breve alocución, Clinton ofreció anoche una explicación de su conducta al pueblo norteamericano, donde reconoció las relaciones y que había mentido para proteger a su familia. "Engañé a personas, incluida mi esposa", dijo. Según fuentes de la Casa Blanca, el discurso fue editado por Hillary Clinton y algunos colaboradores. Kenneth Starr deberá decidir si informa al Congreso del caso, porque él mismo no puede acusar formalmente al presidente. Monica Lewinsky podría ser llamada a declarar nuevamente.

A las doce y cincuenta y nueve, hora de Washington, Bill Clinton comenzó su testimonio en la Sala de Mapas de la Casa Blanca. También estuvieron presentes David Kendall, el abogado del presidente, y el fiscal Kenneth Starr y sus dos asistentes, los abogados Jackie M. Bennett Jr. y Robert J. Bitman. A cinco cuadras, en la Federal Court House, los 23 miembros del Grand Jury lo siguieron por un circuito cerrado de televisión, perfeccionado a prueba de "pinchaduras". Se extremaron las medidas para preservar la confidencialidad del testimonio. Los periodistas que cubrían la Federal Court House fueron obligados a mantenerse a veinticinco metros del recinto tribunalicio donde los jurados observaban el video.

"El presidente podría reconocer una relación impropia, de índole sexual, con la becaria Monica Lewinsky", repitieron incontables veces los noticieros radiales y televisivos de un país en vilo por el testimonio --"histórico", apuntaron los medios-- en el que el máximo líder de la nación detallaría las alternativas de su vida sexual. La posibilidad de que Clinton hubiese incurrido en una obstrucción de justicia, falta que lo podría llevar a un proceso político y a la destitución como presidente, empalidecía frente a la frenética especulación nacional acerca de qué diría el demócrata sobre qué hizo con la señorita Lewinsky, cómo lo hizo, y dónde lo hizo.

Sabiendo que el de ayer sería quizás el día más largo de toda la presidencia del político de Arkansas, el jefe del staff Erskine Bowles instó a los abrumados subordinados a "mantenernos unidos en esto". En un intento de elevar la moral del equipo político y de evitar deserciones poco oportunas y declaraciones extemporáneas a la prensa, Bowles dijo que "era fácil acompañar a alguien cuando está en la cima". En el clímax de la incertidumbre, después de siete meses de agonía, los demócratas de la residencia en la avenida Pennsylvania se resignaron a ubicarse en el bando de "los verdaderos buenos", como los músicos de la orquesta que siguieron tocando mientras el "Titanic" se hundía.

Mientras tanto, en las calles de la superpotencia, los norteamericanos dijeron estar hartos del escándalo y se manifestaron deseosos de dejar la historia de la becaria y el presidente retozón de una vez por todas en el pasado. De acuerdo con una encuesta de NBC publicada ayer, un sólido setenta por ciento aprobó la actuación de Clinton como gobernante. "No he podido encontrar una sola persona que diga que Clinton tiene que ser procesado", dijo un periodista de la CBS en Nueva York. "Lo que él hace de la cintura para abajo es asunto de él. A mí me importan las políticas que implementa", enfatizó uno de los neoyorquinos. Una mujer se rió y dijo que apedrearía a Clinton como se hacía antiguamente con las adúlteras, pero que no lo sacaría de sus funciones. Y otros recordaron los 40 millones de la investigación de Starr.

Para los republicanos, el día aciago de sus rivales políticos fue el día de la prudencia. Si bien alguna voz discordante sugirió en cámara que Clinton debía renunciar si había traído tamaño descrédito a la investidura presidencial con tapujos, mentiras y sexo, los conservadores se mantuvieron cautos en su gran mayoría. El senador Orrin Hatch, presidente del comité judicial del senado, dijo que confiaba en que Clinton mejoraría su situación siendo franco. Con respecto a la posibilidad de un juicio político, la respuesta fue ambigua: "El Congreso debe hacer aquello que represente el mejor interés del pueblo norteamericano. Esto podría ser un juicio político o no", dijo.

A menos de tres meses de las elecciones legislativas y con la popularidad de Clinton tan alto, los republicanos no están dispuestos a dar un paso que los perjudique ante una opinión pública que quiere que este presidente termine su mandato. Tampoco olvidan la amenaza de Al Gore. Exigir la renuncia de Clinton significaría que el vicepresidente Gore subiría por los dos años que restan, y que se postule después. Diez años de Gore es muchísimo más de lo que cualquier republicano podría soportar.

Apuestan, en cambio, al feroz desgaste de los demócratas. "La economía les sonríe, pero no está claro por cuánto tiempo. Su credibilidad está por el piso", dijo un analista republicano. Cuando les hacen profecías agoreras, los demócratas despliegan las encuestas y explican que Clinton es muy popular.

El reverendo Jesse Jackson acompañó a los Clinton el domingo. Posteriormente, en una charla televisada con otro pastor protestante, Jackson comparó a Clinton con el rey David y con Sansón, ambas figuras bíblicas que sufrieron por su sexualidad. "Sansón fue tentado por Dalila y Dios le dio otra oportunidad", recordó Jackson. Por cierto, la Providencia les dio otra oportunidad... y eso que en aquellos tiempos no había encuestas.

 


El laberinto jurídico


Por M.F.C.
Desde Washington

t.gif (862 bytes) En el sistema legal norteamericano, la obstrucción a la Justicia es un delito grave. Incluye pedirle a alguien que mienta en un juicio o sobornar a alguien para que mienta. Esto se persigue mucho más que si se tratara de una mentira personal a un jurado y se castiga más severamente. Monica Lewinsky no habría dicho nada que comprometa al presidente en este tipo de actividad, aunque el secreto del Gran Jurado impide asegurarlo. La deposición de ayer es sobre un juicio penal.

Si Clinton mintió, se expone a que Starr lo persiga por algo mucho más grave que lo ocurrido hasta ayer. Si dijo la verdad, implica admitir el perjurio del juicio civil, que seguramente no llevaría a un juicio político en el Congreso. Si se hubiese negado a contestar, eso es un caso de desacato al tribunal, delito por el que Starr podría acusarlo. Normalmente, cualquier otro acusado se hubiera amparado en la Quinta Enmienda constitucional, que da el derecho al investigado de negarse a contestar. Optar por la Quinta Enmienda despide un fuerte olor a culpabilidad, pero como el fiscal tiene que demostrarla, hubiese sido muy eficaz para Clinton tomar este camino. Si no lo hizo, es para no dar la impresión de que no está a la altura de su investidura presidencial.


LA LEY DEL SEXO EN AMERICA CONDENA A CLINTON

Para 20 estados, Clinton es sodomita


Por Bárbara Ehrenreich
Desde New York

The Guardian

de Gran Bretaña

t.gif (862 bytes) Si hay algo más repulsivo que las investigaciones sobre el sexo presidencial, son las protestas que se escuchan en los medios. Y los que se quejan son personas que viven y se alimentan del semen presidencial. El consenso es que el escándalo le ha causado un daño irreparable a la "dignidad de la investidura presidencial", a nuestro estado de alerta militar y hasta a la dignidad de la prensa.

Keith Olberman, un joven más bien fúnebre al frente de un popular programa de cable dedicado íntegramente al escabroso tema de la "Casa Blanca en crisis", confesó que "en estos días mi trabajo me avergüenza, me deprime, me hace llorar..." La explicación fácil para todo este llanto y rechinar de dientes es que los norteamericanos, incluida la prensa, tienen un problema con el sexo. Si uno surfea por el cable, encuentra canales llamados XXX-ótico o XXX-tasis, y a pocos clicks del control remoto los teleevangelistas aúllan contra el demonio de la concupiscencia.

Los que se imaginan que Estados Unidos es una nación sexualmente avanzada deberían enterarse de que 20 estados tienen leyes contra la "sodomía" (lo que incluye la fellatio), y que en 15 de ellos las penas también castigan a los heterosexuales que prestan su consentimiento. Sería agradable poder contar que el presidente hizo una campaña incansable para abolir esas leyes, pero si lo hubiera hecho, su imagen de defensor de los "valores familiares" se hubiera caído a pedazos. Por eso, a los norteamericanos les repugna más la fellatio que si Clinton hubiera esparcido por ahí hijos extramatrimoniales, para alegrar la Casa Blanca ahora que su hija Chelsea se fue. En vez de eso, prefirió salpicar con su simiente el vestido de cocktail de Monica y sabe Dios qué otros muebles y utensilios de la Casa Blanca. Para los norteamericanos que respetan la ley y temen a Dios, el problema es más grave que la cuenta de la tintorería.

Pero el puritanismo sexual no puede ser la única explicación del espanto que afectan los profesionales de los medios. Desde una perspectiva psicoanalítica, la respuesta es clara: la crisis por los actos sexuales de Clinton forzó a la opinión pública a reconocer que Clinton tiene un pene. Ya los pólipos del recto de Ronald Reagan fueron desplegados en coloridas infografías por los periódicos. La palabra pene entró al discurso mediático cuatro años atrás, para describir la cirugía amateur que Lorena Bobbit le había practicado a su marido. Y después vino el Viagra y los relatos de milagros.

Todos sabíamos que los presidentes tienen cuerpos, y que algunos cuerpos tienen penes, pero a nadie se la había ocurrido juntar los dos datos hasta que Paula Jones saltó a la fama en 1993 por decir que había visto el miembro presidencial en carne y abundante sangre. Más aún: sostuvo que tenía "marcas distintivas". Y esto sirvió para plantar al órgano firmemente en la conciencia nacional. ¿Qué tipo de marcas? ¿Marcas satánicas? ¿Se mostrarían fotos en el juicio? El próximo paso fue la confesión de Monica Lewinsky de que había tenido contacto íntimo con el miembro y conservado algunas de sus emisiones sobre su ropa. ¿Se requeriría una muestra para del semen presidencial para comparar? ¿Qué supermodelo o qué estrella de Hollywood se alistaría para extraerlo?

El pene --para darle un giro feminista a Freud-- es un símbolo fálico, y el falo en la jerga psicoanalítica es un símbolo del poder. Pero el presidente de Estados Unidos es el hombre más poderoso de la tierra, el comandante en jefe de misiles y submarinos nucleares, el bombardero de Bagdad, el destructor de naciones. El es el más definitivo símbolo fálico, quizás el falo mismo. ¿Qué significa que el affaire Lewinsky nos haya distraído de su majestad fálica y haya hecho que nos fijemos en el pene bien literal del presidente? Aquí puede auxiliarnos el enigmático teórico francés Jacques Lacan, tan querido por los académicos posmodernos. Lacan dijo que el falo "sólo puede jugar su rol cuando está velado". No explica con exactitud qué ocurre cuando uno levanta el velo y revela la conexión del falo con el pene físico. Pero es fácil adivinar: toda la potencia desaparece.

Se podría argumentar seriamente que Clinton atentó contra la dignidad de la investidura presidencial de maneras más importantes. Por ejemplo, al usar esa función para sus inacabables esfuerzos para conseguir fondos electorales. Se podría sostener que ha humillado a la nación al dejarla sin un seguro nacional de salud, salario mínimo o escuelas públicas que al menos protejan a los alumnos de la lluvia. Pero la ausencia de programa presidencial, o misión, o visión, nunca preocupó a los medios.

 



Fellatio made in Argentina


Por Pedro Lipcovich

t.gif (862 bytes) Pese a todo lo que sostengan las malas lenguas, Página/12 pudo establecer que la fellationa02fo01.jpg (10531 bytes) argentina es, sin lugar a dudas, una relación sexual: la mujer cuyo esposo practicare ese entretenimiento fuera del matrimonio puede demandarlo por "injuria grave". Sin embargo, y seriamente, la legislación no considera violador al hombre que fuerza a una mujer a efectuar ese acto, lo cual generó polémica cuando, el año pasado, un taxista que había cometido tal delito fue dejado en libertad.

En el Código Penal argentino "no hay una norma explícita que determine qué es una relación sexual", observa la abogada Susana Finkelstein, especialista en derecho de familia. No obstante, "a la fellatio u otras formas que no incluyen la penetración, no se les niega la condición de sexuales, y menos cuando hay en juego connotaciones delictivas", que, por lo demás, no se darían en un caso como el de Clinton-Lewinsky, donde "se trata de una relación sexual entre adultos con consentimiento de ambos".

El delito de adulterio fue suprimido por la última reforma del Código Penal. Si Hillary Clinton fuera argentina y deseara accionar judicialmente contra su esposo, podría acusarlo de "injuria grave dentro del matrimonio, por actitud lesiva para la relación entre los cónyuges, que se deben mutua fidelidad", precisa la doctora Finkelstein.



OPINION

Por Miguel Bonasso


Calzoncillos y corporaciones


t.gif (862 bytes) La derecha norteamericana no tiene sexo, como los ángeles. Siempre son los líderes demócratas los que suelen trastabillar por deslices de alcoba que un político francés consideraría inocentes. Pero ningún presidente de Estados Unidos había tenido que sufrir, hasta ahora, la indecorosa y humillante exposición de sus humores en un vestido o la curiosidad mundial acerca de las singularidades de su pene que le observó la presunta acosada Paula Jones. El viacrucis del saxofonista de Little Rock, por lo que él mismo acaba de reconocer como "relaciones impropias" y el Chapulín Colorado desacralizaría como "simple mamadita", abre un severo interrogante sobre ese lugar común de los comunicadores cuando hablan del "hombre más poderoso del mundo". Que un fiscal retrógrado y preverbal como Kenneth Starr haya dilapidado 4 años y 40 millones de dólares para investigar la vida privada del funcionario que le paga el sueldo no es, como creen algunos ingenuos, una demostración de transparencia que enaltece a la democracia norteamericana, sino otra prueba de que el poder del presidente está permanentemente recortado por lo que el propio Ike Eisenhower denominaba "el complejo militar-industrial" y otros prefieren llamar establishment. Los calzoncillos de Bill Clinton han sido sometidos a un análisis acucioso (que probablemente sería más interesante en el caso de algunos acusadores republicanos), que por razones que van más allá de la sinceridad que debe tener cualquier servidor público, sino como una suerte de retaliación por algunas cosas buenas que intentó y le frustraron. Entre las que sobresale nítidamente su propuesta de un sistema nacional de salud que les devolviera a los contribuyentes parte de los abundantes "taxes" que pagan cada año. Un atrevimiento que las grandes corporaciones no pueden dejar pasar sin escarmiento. Para mostrar a los futuros atrevidos (como Al Gore) quién es el amo. La historia no se explica por las teorías conspirativas, pero en la historia existen las conspiraciones. Y en este caso, los nexos nada inocentes entre Starr y otros personajes públicos y privados del sexgate, vinculados a la derecha económica, política y religiosa le dan la razón a Hillary Clinton cuando habla de un vasto complot contra su esposo.



HABLAN LOS POLITICOS ARGENTINOS

"Es un absoluto disparate"


t.gif (862 bytes) ¿La vida privada del presidente de los Estados Unidos debería ser privada?, ¿Clinton debería decir la verdad? Página/12 consultó a cuatro políticos argentinos. A continuación las opiniones de Aníbal Ibarra, César "Chacho" Jaroslavsky, Graciela Fernández Meijide y Alfredo Bravo.

"Me parece un absoluto disparate que se gasten millones de dólares y que el tema de conversación en un país sea si el presidente tuvo determinadas relaciones. No se vendió ningún secreto de Estado, la mujer lo banca, en ese contexto es un disparate", dijo Aníbal Ibarra, vicepresidente de la Legislatura porteña. Ibarra está convencido de que "detrás de esto hay una maniobra de sectores que quieren derrocarlo por un hecho casi intrascendente. También aseguró que en nuestro país no se llegaría a una situación similar y que es difícil decir si Clinton debería decir la verdad. "La sociedad argentina en ese tema es bastante sana. Acá determinados medios de prensa se meten con la vida privada de los políticos, pero allá se moviliza todo el aparato institucional."

"Los políticos no tienen vida privada", sostuvo Chacho Jaroslavsky, ex presidente del bloque de la UCR de la Cámara de Diputados durante el gobierno de Raúl Alfonsín. "No se puede evitar que esto sea noticia y él no debe mentir. Debe aguantarse lo que hizo. Si miente, los ciudadanos estadounidenses van a perderle la confianza", siguió.

"Me importa tres rabanitos la vida sexual de Clinton. Es un tema muy trabajado por la oposición estadounidense", dijo Graciela Fernández Meijide, precandidata presidencial de la Alianza. Y explicó: "Lo que sí me importa es la última reunión que mantuvo Clinton con Jospin, con Blair o Cardoso en la búsqueda de lo que nosotros llamamos la tercera línea, que es un punto intermedio entre el estatismo y el mercado salvaje".

Para el diputado socialista Alfredo Bravo, "un acto sexual necesita dos personas, un hombre y una mujer. El problema nace en las relaciones futuras, pero cuando se hace el acto es de común acuerdo. La vida de un funcionario público debe ser resguardada. Tenemos que empezar a resguardar nuestra privacidad. No nos quitemos el encanto de poder hacer piruetas entre cuatro paredes con libertad, aunque esa piruetas sólo les gusten a los integrantes de esa relación".

Y Jaroslavsky ilustró con un ejemplo: "A Norberto Oyarbide lo juzgamos porque es un juez que como tal no debería haber frecuentado casas de citas, pero no por sus preferencias sexuales. Con lo de Clinton pasa lo mismo. Su vida privada no afecta el desarrollo de su función pública".


OPINION

Por Sandra Russo


Y Hillary ?


t.gif (862 bytes) Se supone que Hillary sabe desde hace muchos años con qué buey ara. La dama no parece tener un pelo de ingenua, ni lo está bancando a Bill con la impotencia de miles de esposas que perdonaron las picardías de sus maridos por consejo de sus propias madres. Hubo generaciones enteras de mujeres que recomendaron a sus hijas hacer la vista gorda a las infidelidades de sus maridos, porque los hombres no están bien atendidos en casa o vienen de fábrica con impulsos irreprimibles que desahogan por ahí.

El panorama cambió allá por los `60, cuando el goce femenino se legitimó y las esposas aceptaron dejar la luz encendida, no sólo la del cuarto conyugal sino también la del propio deseo. Hoy, las infidelidades no son sólo masculinas, y muchos varones ponen a prueba su hombría de un modo nuevo, esto es: perdonando ellos algún desliz de su legítima. Por lo demás, que mucha gente, hombres y mujeres, decidan llegado el caso sostener el vínculo familiar, aun a costa de ponerle curitas al propio orgullo herido, es una opción válida y respetable. En lo que a Hillary respecta, es probable que toda su sociedad matrimonial esté basada en todo lo que conquistaron juntos y en equipo.

Nadie sabe cuándo ni qué le habrá gritado a Bill, pero seguro que lo hizo. Porque una cosa es ser consciente de que se tiene un marido incontinente, y otra es andar por el mundo con la letra escarlata a la inversa, trocar su imagen de mujer fuerte, autónoma y batalladora por la de una primera dama desairada oralmente en dos sentidos: el de los testimonios de Monica y Bill sobre sus prácticas sexuales, y el de esas prácticas en sí mismas. Si Hillary apechuga porque lo quiere y ha concedido que la libido conyugal alcanza apenas para compartir la Casa Blanca, o si disimula su ira porque ella misma es adicta a ese lugar que no tendría sin él, nadie lo sabe. La firmeza con que se dan la mano cuando están en público y la sonrisa sin fisuras que ella esboza para las fotos deja entrever, sin embargo, que el matrimonio Clinton evalúa que hay cosas más importantes que el sexo. El poder, sin ir más lejos.



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