Por Mónica Flores Correa
Desde Nueva York
Revirtiendo en cinco horas y media de testimonio la versión que mantuvo durante siete
meses, Bill Clinton reconoció ayer ante el fiscal Kenneth Starr y un jurado federal que
había tenido una relación carnal impropia con la becaria Monica Lewinsky. Pero negó
haber inducido a mentir a Lewinsky o a cualquier otro allegado al escándalo que
empantanó a su gobierno más de medio año y tuvo a Estados Unidos en ascuas en uno de
los episodios más grotescos de su historia. David Kendall, abogado del mandatario, dijo
que Clinton había testimoniado "sinceramente" y manifestó su confianza en que
la declaración jurídica acabara la "investigación de cuatro años y más de
cuarenta millones de dólares del fiscal independiente que ha culminado con la
investigación de la vida privada del presidente". En una breve alocución, Clinton
ofreció anoche una explicación de su conducta al pueblo norteamericano, donde reconoció
las relaciones y que había mentido para proteger a su familia. "Engañé a personas,
incluida mi esposa", dijo. Según fuentes de la Casa Blanca, el discurso fue editado
por Hillary Clinton y algunos colaboradores. Kenneth Starr deberá decidir si informa al
Congreso del caso, porque él mismo no puede acusar formalmente al presidente. Monica
Lewinsky podría ser llamada a declarar nuevamente.
A las doce y cincuenta y nueve, hora de Washington, Bill Clinton
comenzó su testimonio en la Sala de Mapas de la Casa Blanca. También estuvieron
presentes David Kendall, el abogado del presidente, y el fiscal Kenneth Starr y sus dos
asistentes, los abogados Jackie M. Bennett Jr. y Robert J. Bitman. A cinco cuadras, en la
Federal Court House, los 23 miembros del Grand Jury lo siguieron por un circuito cerrado
de televisión, perfeccionado a prueba de "pinchaduras". Se extremaron las
medidas para preservar la confidencialidad del testimonio. Los periodistas que cubrían la
Federal Court House fueron obligados a mantenerse a veinticinco metros del recinto
tribunalicio donde los jurados observaban el video.
"El presidente podría reconocer una relación impropia, de
índole sexual, con la becaria Monica Lewinsky", repitieron incontables veces los
noticieros radiales y televisivos de un país en vilo por el testimonio
--"histórico", apuntaron los medios-- en el que el máximo líder de la nación
detallaría las alternativas de su vida sexual. La posibilidad de que Clinton hubiese
incurrido en una obstrucción de justicia, falta que lo podría llevar a un proceso
político y a la destitución como presidente, empalidecía frente a la frenética
especulación nacional acerca de qué diría el demócrata sobre qué hizo con la
señorita Lewinsky, cómo lo hizo, y dónde lo hizo.
Sabiendo que el de ayer sería quizás el día más largo de toda la
presidencia del político de Arkansas, el jefe del staff Erskine Bowles instó a los
abrumados subordinados a "mantenernos unidos en esto". En un intento de elevar
la moral del equipo político y de evitar deserciones poco oportunas y declaraciones
extemporáneas a la prensa, Bowles dijo que "era fácil acompañar a alguien cuando
está en la cima". En el clímax de la incertidumbre, después de siete meses de
agonía, los demócratas de la residencia en la avenida Pennsylvania se resignaron a
ubicarse en el bando de "los verdaderos buenos", como los músicos de la
orquesta que siguieron tocando mientras el "Titanic" se hundía.
Mientras tanto, en las calles de la superpotencia, los norteamericanos
dijeron estar hartos del escándalo y se manifestaron deseosos de dejar la historia de la
becaria y el presidente retozón de una vez por todas en el pasado. De acuerdo con una
encuesta de NBC publicada ayer, un sólido setenta por ciento aprobó la actuación de
Clinton como gobernante. "No he podido encontrar una sola persona que diga que
Clinton tiene que ser procesado", dijo un periodista de la CBS en Nueva York.
"Lo que él hace de la cintura para abajo es asunto de él. A mí me importan las
políticas que implementa", enfatizó uno de los neoyorquinos. Una mujer se rió y
dijo que apedrearía a Clinton como se hacía antiguamente con las adúlteras, pero que no
lo sacaría de sus funciones. Y otros recordaron los 40 millones de la investigación de
Starr.
Para los republicanos, el día aciago de sus rivales políticos fue el
día de la prudencia. Si bien alguna voz discordante sugirió en cámara que Clinton
debía renunciar si había traído tamaño descrédito a la investidura presidencial con
tapujos, mentiras y sexo, los conservadores se mantuvieron cautos en su gran mayoría. El
senador Orrin Hatch, presidente del comité judicial del senado, dijo que confiaba en que
Clinton mejoraría su situación siendo franco. Con respecto a la posibilidad de un juicio
político, la respuesta fue ambigua: "El Congreso debe hacer aquello que represente
el mejor interés del pueblo norteamericano. Esto podría ser un juicio político o
no", dijo.
A menos de tres meses de las elecciones legislativas y con la
popularidad de Clinton tan alto, los republicanos no están dispuestos a dar un paso que
los perjudique ante una opinión pública que quiere que este presidente termine su
mandato. Tampoco olvidan la amenaza de Al Gore. Exigir la renuncia de Clinton
significaría que el vicepresidente Gore subiría por los dos años que restan, y que se
postule después. Diez años de Gore es muchísimo más de lo que cualquier republicano
podría soportar.
Apuestan, en cambio, al feroz desgaste de los demócratas. "La
economía les sonríe, pero no está claro por cuánto tiempo. Su credibilidad está por
el piso", dijo un analista republicano. Cuando les hacen profecías agoreras, los
demócratas despliegan las encuestas y explican que Clinton es muy popular.
El reverendo Jesse Jackson acompañó a los Clinton el domingo. Posteriormente, en una
charla televisada con otro pastor protestante, Jackson comparó a Clinton con el rey David
y con Sansón, ambas figuras bíblicas que sufrieron por su sexualidad. "Sansón fue
tentado por Dalila y Dios le dio otra oportunidad", recordó Jackson. Por cierto, la
Providencia les dio otra oportunidad... y eso que en aquellos tiempos no había encuestas.
El laberinto jurídico
Por M.F.C.
Desde Washington
En el
sistema legal norteamericano, la obstrucción a la Justicia es un delito grave. Incluye
pedirle a alguien que mienta en un juicio o sobornar a alguien para que mienta. Esto se
persigue mucho más que si se tratara de una mentira personal a un jurado y se castiga
más severamente. Monica Lewinsky no habría dicho nada que comprometa al presidente en
este tipo de actividad, aunque el secreto del Gran Jurado impide asegurarlo. La
deposición de ayer es sobre un juicio penal.
Si Clinton mintió, se expone a que Starr lo persiga por algo mucho
más grave que lo ocurrido hasta ayer. Si dijo la verdad, implica admitir el perjurio del
juicio civil, que seguramente no llevaría a un juicio político en el Congreso. Si se
hubiese negado a contestar, eso es un caso de desacato al tribunal, delito por el que
Starr podría acusarlo. Normalmente, cualquier otro acusado se hubiera amparado en la
Quinta Enmienda constitucional, que da el derecho al investigado de negarse a contestar.
Optar por la Quinta Enmienda despide un fuerte olor a culpabilidad, pero como el fiscal
tiene que demostrarla, hubiese sido muy eficaz para Clinton tomar este camino. Si no lo
hizo, es para no dar la impresión de que no está a la altura de su investidura
presidencial.
|
LA LEY DEL SEXO EN AMERICA CONDENA A CLINTON
Para 20 estados, Clinton es sodomita
Por Bárbara Ehrenreich
Desde New York
The Guardian |
de Gran
Bretaña |
Si hay algo
más repulsivo que las investigaciones sobre el sexo presidencial, son las protestas que
se escuchan en los medios. Y los que se quejan son personas que viven y se alimentan del
semen presidencial. El consenso es que el escándalo le ha causado un daño irreparable a
la "dignidad de la investidura presidencial", a nuestro estado de alerta militar
y hasta a la dignidad de la prensa.
Keith Olberman, un joven más bien fúnebre al frente de un popular
programa de cable dedicado íntegramente al escabroso tema de la "Casa Blanca en
crisis", confesó que "en estos días mi trabajo me avergüenza, me deprime, me
hace llorar..." La explicación fácil para todo este llanto y rechinar de dientes es
que los norteamericanos, incluida la prensa, tienen un problema con el sexo. Si uno surfea
por el cable, encuentra canales llamados XXX-ótico o XXX-tasis, y a pocos clicks del
control remoto los teleevangelistas aúllan contra el demonio de la concupiscencia.
Los que se imaginan que Estados Unidos es una nación sexualmente
avanzada deberían enterarse de que 20 estados tienen leyes contra la "sodomía"
(lo que incluye la fellatio), y que en 15 de ellos las penas también castigan a los
heterosexuales que prestan su consentimiento. Sería agradable poder contar que el
presidente hizo una campaña incansable para abolir esas leyes, pero si lo hubiera hecho,
su imagen de defensor de los "valores familiares" se hubiera caído a pedazos.
Por eso, a los norteamericanos les repugna más la fellatio que si Clinton hubiera
esparcido por ahí hijos extramatrimoniales, para alegrar la Casa Blanca ahora que su hija
Chelsea se fue. En vez de eso, prefirió salpicar con su simiente el vestido de cocktail
de Monica y sabe Dios qué otros muebles y utensilios de la Casa Blanca. Para los
norteamericanos que respetan la ley y temen a Dios, el problema es más grave que la
cuenta de la tintorería.
Pero el puritanismo sexual no puede ser la única explicación del
espanto que afectan los profesionales de los medios. Desde una perspectiva
psicoanalítica, la respuesta es clara: la crisis por los actos sexuales de Clinton forzó
a la opinión pública a reconocer que Clinton tiene un pene. Ya los pólipos del recto de
Ronald Reagan fueron desplegados en coloridas infografías por los periódicos. La palabra
pene entró al discurso mediático cuatro años atrás, para describir la cirugía amateur
que Lorena Bobbit le había practicado a su marido. Y después vino el Viagra y los
relatos de milagros.
Todos sabíamos que los presidentes tienen cuerpos, y que algunos
cuerpos tienen penes, pero a nadie se la había ocurrido juntar los dos datos hasta que
Paula Jones saltó a la fama en 1993 por decir que había visto el miembro presidencial en
carne y abundante sangre. Más aún: sostuvo que tenía "marcas distintivas". Y
esto sirvió para plantar al órgano firmemente en la conciencia nacional. ¿Qué tipo de
marcas? ¿Marcas satánicas? ¿Se mostrarían fotos en el juicio? El próximo paso fue la
confesión de Monica Lewinsky de que había tenido contacto íntimo con el miembro y
conservado algunas de sus emisiones sobre su ropa. ¿Se requeriría una muestra para del
semen presidencial para comparar? ¿Qué supermodelo o qué estrella de Hollywood se
alistaría para extraerlo?
El pene --para darle un giro feminista a Freud-- es un símbolo
fálico, y el falo en la jerga psicoanalítica es un símbolo del poder. Pero el
presidente de Estados Unidos es el hombre más poderoso de la tierra, el comandante en
jefe de misiles y submarinos nucleares, el bombardero de Bagdad, el destructor de
naciones. El es el más definitivo símbolo fálico, quizás el falo mismo. ¿Qué
significa que el affaire Lewinsky nos haya distraído de su majestad fálica y haya hecho
que nos fijemos en el pene bien literal del presidente? Aquí puede auxiliarnos el
enigmático teórico francés Jacques Lacan, tan querido por los académicos posmodernos.
Lacan dijo que el falo "sólo puede jugar su rol cuando está velado". No
explica con exactitud qué ocurre cuando uno levanta el velo y revela la conexión del
falo con el pene físico. Pero es fácil adivinar: toda la potencia desaparece.
Se podría argumentar seriamente que Clinton atentó contra la dignidad de la
investidura presidencial de maneras más importantes. Por ejemplo, al usar esa función
para sus inacabables esfuerzos para conseguir fondos electorales. Se podría sostener que
ha humillado a la nación al dejarla sin un seguro nacional de salud, salario mínimo o
escuelas públicas que al menos protejan a los alumnos de la lluvia. Pero la ausencia de
programa presidencial, o misión, o visión, nunca preocupó a los medios.
|
Fellatio made in Argentina
Por Pedro Lipcovich
Pese a
todo lo que sostengan las malas lenguas, Página/12 pudo establecer que la fellatio
argentina es, sin lugar a dudas, una relación sexual: la mujer cuyo esposo practicare
ese entretenimiento fuera del matrimonio puede demandarlo por "injuria grave".
Sin embargo, y seriamente, la legislación no considera violador al hombre que fuerza a
una mujer a efectuar ese acto, lo cual generó polémica cuando, el año pasado, un
taxista que había cometido tal delito fue dejado en libertad.
En el Código Penal argentino "no hay una norma explícita que
determine qué es una relación sexual", observa la abogada Susana Finkelstein,
especialista en derecho de familia. No obstante, "a la fellatio u otras formas
que no incluyen la penetración, no se les niega la condición de sexuales, y menos cuando
hay en juego connotaciones delictivas", que, por lo demás, no se darían en un caso
como el de Clinton-Lewinsky, donde "se trata de una relación sexual entre adultos
con consentimiento de ambos".
El delito de adulterio fue suprimido por la última reforma del Código Penal. Si
Hillary Clinton fuera argentina y deseara accionar judicialmente contra su esposo, podría
acusarlo de "injuria grave dentro del matrimonio, por actitud lesiva para la
relación entre los cónyuges, que se deben mutua fidelidad", precisa la doctora
Finkelstein.
|
OPINION |
Por
Miguel Bonasso |
Calzoncillos y corporaciones
La derecha norteamericana
no tiene sexo, como los ángeles. Siempre son los líderes demócratas los que suelen
trastabillar por deslices de alcoba que un político francés consideraría inocentes.
Pero ningún presidente de Estados Unidos había tenido que sufrir, hasta ahora, la
indecorosa y humillante exposición de sus humores en un vestido o la curiosidad mundial
acerca de las singularidades de su pene que le observó la presunta acosada Paula Jones.
El viacrucis del saxofonista de Little Rock, por lo que él mismo acaba de reconocer como
"relaciones impropias" y el Chapulín Colorado desacralizaría como "simple
mamadita", abre un severo interrogante sobre ese lugar común de los comunicadores
cuando hablan del "hombre más poderoso del mundo". Que un fiscal retrógrado y
preverbal como Kenneth Starr haya dilapidado 4 años y 40 millones de dólares para
investigar la vida privada del funcionario que le paga el sueldo no es, como creen algunos
ingenuos, una demostración de transparencia que enaltece a la democracia norteamericana,
sino otra prueba de que el poder del presidente está permanentemente recortado por lo que
el propio Ike Eisenhower denominaba "el complejo militar-industrial" y otros
prefieren llamar establishment. Los calzoncillos de Bill Clinton han sido sometidos a un
análisis acucioso (que probablemente sería más interesante en el caso de algunos
acusadores republicanos), que por razones que van más allá de la sinceridad que debe
tener cualquier servidor público, sino como una suerte de retaliación por algunas cosas
buenas que intentó y le frustraron. Entre las que sobresale nítidamente su propuesta de
un sistema nacional de salud que les devolviera a los contribuyentes parte de los
abundantes "taxes" que pagan cada año. Un atrevimiento que las grandes
corporaciones no pueden dejar pasar sin escarmiento. Para mostrar a los futuros atrevidos
(como Al Gore) quién es el amo. La historia no se explica por las teorías conspirativas,
pero en la historia existen las conspiraciones. Y en este caso, los nexos nada inocentes
entre Starr y otros personajes públicos y privados del sexgate, vinculados a la derecha
económica, política y religiosa le dan la razón a Hillary Clinton cuando habla de un
vasto complot contra su esposo.
|
HABLAN LOS POLITICOS ARGENTINOS
"Es un absoluto disparate"
¿La vida privada del
presidente de los Estados Unidos debería ser privada?, ¿Clinton debería decir la
verdad? Página/12 consultó a cuatro políticos argentinos. A continuación las
opiniones de Aníbal Ibarra, César "Chacho" Jaroslavsky, Graciela Fernández
Meijide y Alfredo Bravo.
"Me parece un absoluto disparate que se gasten millones de
dólares y que el tema de conversación en un país sea si el presidente tuvo determinadas
relaciones. No se vendió ningún secreto de Estado, la mujer lo banca, en ese contexto es
un disparate", dijo Aníbal Ibarra, vicepresidente de la Legislatura porteña. Ibarra
está convencido de que "detrás de esto hay una maniobra de sectores que quieren
derrocarlo por un hecho casi intrascendente. También aseguró que en nuestro país no se
llegaría a una situación similar y que es difícil decir si Clinton debería decir la
verdad. "La sociedad argentina en ese tema es bastante sana. Acá determinados medios
de prensa se meten con la vida privada de los políticos, pero allá se moviliza todo el
aparato institucional."
"Los políticos no tienen vida privada", sostuvo Chacho
Jaroslavsky, ex presidente del bloque de la UCR de la Cámara de Diputados durante el
gobierno de Raúl Alfonsín. "No se puede evitar que esto sea noticia y él no debe
mentir. Debe aguantarse lo que hizo. Si miente, los ciudadanos estadounidenses van a
perderle la confianza", siguió.
"Me importa tres rabanitos la vida sexual de Clinton. Es un tema
muy trabajado por la oposición estadounidense", dijo Graciela Fernández Meijide,
precandidata presidencial de la Alianza. Y explicó: "Lo que sí me importa es la
última reunión que mantuvo Clinton con Jospin, con Blair o Cardoso en la búsqueda de lo
que nosotros llamamos la tercera línea, que es un punto intermedio entre el estatismo y
el mercado salvaje".
Para el diputado socialista Alfredo Bravo, "un acto sexual
necesita dos personas, un hombre y una mujer. El problema nace en las relaciones futuras,
pero cuando se hace el acto es de común acuerdo. La vida de un funcionario público debe
ser resguardada. Tenemos que empezar a resguardar nuestra privacidad. No nos quitemos el
encanto de poder hacer piruetas entre cuatro paredes con libertad, aunque esa piruetas
sólo les gusten a los integrantes de esa relación".
Y Jaroslavsky ilustró con un ejemplo: "A Norberto Oyarbide lo
juzgamos porque es un juez que como tal no debería haber frecuentado casas de citas, pero
no por sus preferencias sexuales. Con lo de Clinton pasa lo mismo. Su vida privada no
afecta el desarrollo de su función pública".
OPINION |
Por
Sandra Russo |
Y Hillary ?
Se supone que Hillary
sabe desde hace muchos años con qué buey ara. La dama no parece tener un pelo de
ingenua, ni lo está bancando a Bill con la impotencia de miles de esposas que perdonaron
las picardías de sus maridos por consejo de sus propias madres. Hubo generaciones enteras
de mujeres que recomendaron a sus hijas hacer la vista gorda a las infidelidades de sus
maridos, porque los hombres no están bien atendidos en casa o vienen de fábrica con
impulsos irreprimibles que desahogan por ahí.
El panorama cambió allá por los `60, cuando el goce femenino se
legitimó y las esposas aceptaron dejar la luz encendida, no sólo la del cuarto conyugal
sino también la del propio deseo. Hoy, las infidelidades no son sólo masculinas, y
muchos varones ponen a prueba su hombría de un modo nuevo, esto es: perdonando ellos
algún desliz de su legítima. Por lo demás, que mucha gente, hombres y mujeres, decidan
llegado el caso sostener el vínculo familiar, aun a costa de ponerle curitas al propio
orgullo herido, es una opción válida y respetable. En lo que a Hillary respecta, es
probable que toda su sociedad matrimonial esté basada en todo lo que conquistaron juntos
y en equipo.
Nadie sabe cuándo ni qué le habrá gritado a Bill, pero seguro que lo hizo. Porque
una cosa es ser consciente de que se tiene un marido incontinente, y otra es andar por el
mundo con la letra escarlata a la inversa, trocar su imagen de mujer fuerte, autónoma y
batalladora por la de una primera dama desairada oralmente en dos sentidos: el de los
testimonios de Monica y Bill sobre sus prácticas sexuales, y el de esas prácticas en sí
mismas. Si Hillary apechuga porque lo quiere y ha concedido que la libido conyugal alcanza
apenas para compartir la Casa Blanca, o si disimula su ira porque ella misma es adicta a
ese lugar que no tendría sin él, nadie lo sabe. La firmeza con que se dan la mano cuando
están en público y la sonrisa sin fisuras que ella esboza para las fotos deja entrever,
sin embargo, que el matrimonio Clinton evalúa que hay cosas más importantes que el sexo.
El poder, sin ir más lejos.
|
|