![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
![]() |
|
En un esfuerzo por rescatar la clase política de la ruina, un auténtico prócer de la era menemista, Augusto Alasino, se ha encargado de demostrar que con un mínimo de ingenio un dirigente puede transformarse casi instantáneamente en dueño de una fortuna envidiable sin tener que violar ley alguna. El método Alasino es sencillo: luego de dar a entender que apenas diez años atrás vivía en la más absoluta miseria, el aspirante a enriquecerse debería pedir prestados algunas casas opulentas, un centenar de caballos de carrera, ropa fina, mujeres rutilantes y otros adminículos propios de los advenedizos para que los periodistas comiencen a acusarlo de corrupción en gran escala. Entonces, ¡zas!, después de conseguir que un juez diga que todo es lícito, plantearles a cada uno de los medios enemigos la opción de entregar sin chistar una suma de dinero o hacer frente a una demanda judicial que con toda seguridad les resultaría mucho más costosa. Claro, para poder salirse con la suya es necesario confiar en que
ningún juez pensaría en tomar en serio las denuncias mediáticas. Pues bien: Alasino no
sólo es un hombre de conducta tan intachable que integrará el Consejo de la
Magistratura, sino que también cuenta con el sello de aprobación de una fiscal que
creyó muy razonable que una persona de sus talentos lograra hacer mucho dinero trabajando
de abogado en sus horas libres. Naturalmente indignado por la propensión de ciertos
órganos de la prensa amarilla como La Nación a cuestionar su honestidad, Alasino
ha exigido a cada difamador cien mil pesos contantes y sonantes como alternativa a ir a
Tribunales. Es una propuesta benigna --cien mil pesos es poca cosa al lado de lo que le
otorgaría un juez que respeta el honor de las personas-- pero sólo se trata de una
prueba piloto: si prospera, otros pedirán muchísimo más. |