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Cómo hacerse millonario


Por James Neilson

 

t.gif (67 bytes)  Corren tiempos duros para los profesionales de la política. El clima se ha vuelto tan bochornoso que ya ni siquiera pueden pedir una pequeña coima sin ser calificados de corruptos y terminar detenidos en una comisaría de mala muerte. Pero aunque las formas tradicionales de convertir poder político en plata están dejando de funcionar como antes, cuando las reglas no escritas eran bien diferentes, esto no quiere decir que los dirigentes tengan que resignarse a la indigencia. Tampoco les es necesario elegir entre la ética y la buena vida: por el contrario, hoy en día los irremediablemente honestos, siempre y cuando se animen a defender su honor, están en condiciones de ganar aún más que sus compañeros o correligionarios desinhibidos.

En un esfuerzo por rescatar la clase política de la ruina, un auténtico prócer de la era menemista, Augusto Alasino, se ha encargado de demostrar que con un mínimo de ingenio un dirigente puede transformarse casi instantáneamente en dueño de una fortuna envidiable sin tener que violar ley alguna. El método Alasino es sencillo: luego de dar a entender que apenas diez años atrás vivía en la más absoluta miseria, el aspirante a enriquecerse debería pedir prestados algunas casas opulentas, un centenar de caballos de carrera, ropa fina, mujeres rutilantes y otros adminículos propios de los advenedizos para que los periodistas comiencen a acusarlo de corrupción en gran escala. Entonces, ¡zas!, después de conseguir que un juez diga que todo es lícito, plantearles a cada uno de los medios enemigos la opción de entregar sin chistar una suma de dinero o hacer frente a una demanda judicial que con toda seguridad les resultaría mucho más costosa.

Claro, para poder salirse con la suya es necesario confiar en que ningún juez pensaría en tomar en serio las denuncias mediáticas. Pues bien: Alasino no sólo es un hombre de conducta tan intachable que integrará el Consejo de la Magistratura, sino que también cuenta con el sello de aprobación de una fiscal que creyó muy razonable que una persona de sus talentos lograra hacer mucho dinero trabajando de abogado en sus horas libres. Naturalmente indignado por la propensión de ciertos órganos de la prensa amarilla como La Nación a cuestionar su honestidad, Alasino ha exigido a cada difamador cien mil pesos contantes y sonantes como alternativa a ir a Tribunales. Es una propuesta benigna --cien mil pesos es poca cosa al lado de lo que le otorgaría un juez que respeta el honor de las personas-- pero sólo se trata de una prueba piloto: si prospera, otros pedirán muchísimo más.

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