El escrache de un kiosquero
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Por Cristian Alarcón El sol de las cuatro de la tarde tenía a medio barrio Jardín, de La Plata, en los porches y en la vereda. El agua enjabonada corría por los bordes de la calle y de uno de los autos en proceso de limpieza salía I Will survive, tocado modernamente por Cake. Los pibes rondaban en bicicletas, las madres tomaban mate, y para la sorpresa de los disfrutadores del feriado, una columna repentina avanzaba por la calle 86. Gritaban improperios contra la figura del ex policía, y actual kiosquero del barrio, Juan Domingo Ojeda, acusado de ser cómplice en la desaparición del estudiante de periodismo Miguel Bru, hace exactos cinco años. --El comisario recién se mandó a mudar. Pasó casi delante de ustedes. Esa especie de prófugo denunciado por su vecino es el hombre de la Bonaerense que el día en que el estudiante desapareció estaba al frente de la comisaría 9ª de La Plata. Tres testigos declararon haber visto a Miguel con vida mientras era golpeado, ahogado con una bolsa de nylon y finalmente asesinado en una de las piezas de la seccional cuyo jefe era Ojeda, aquel 17 de agosto de 1993. --¡Mire usted, el vecinito que teníamos! Rosa, tocaya de la madre de Miguel Bru, recibió el volante donde se explicaba la calaña del vecino escrachado. La seguidilla de reacciones en apoyo al acto organizado por los Compañeros, Amigos y Familiares de Miguel creció a medida que se acercaban a la casa de 86 Nº 146. Allí, no sólo el ex policía procesado por encubrimiento e incumplimiento de los deberes de funcionario público había dejado la casa blanca de tejas, sino que alertado sobre el escrache había intentado una defensa de la propiedad. Sobre los vidrios y las rejas del kiosco que instaló en el frente de la vivienda cuando pasó a disponibilidad por los delitos de los que se lo acusa, había puesto plásticos blancos para evitar la indeleble acción de los aerosoles. Fue inútil. La protección fue arrancada, y en pocos minutos no quedó lugar para otra leyenda. El graffiti, la acción corrosiva de la palabra acusadora de las víctimas, dejaba claro de quién se trataba el personaje rechoncho que sonríe a los clientes con cara de jubilado. Miguel Bru es el único desaparecido en democracia. Compartió esa triste calidad de víctima durante tres años con el obrero Andrés Núñez, hasta que ese cuerpo fue encontrado en un campo propiedad de un familiar del ex capo Mario "Chorizo" Rodríguez. Una bandera gigante con la leyenda "Dónde está Miguel" siempre encabeza las marchas. Ayer Rosa Schonfeld de Bru habló brevemente. "Estamos acá para decirles la verdad a los vecinos y para pedirles que ya no vuelvan a comprar las golosinas de sus hijos manchadas de sangre --dijo--. Y para volver a decirle a Miguel que lo queremos y que necesitamos saber dónde está." En los últimos cinco años son 13 los rastrillajes realizados para dar con el cuerpo del estudiante. La familia prefiere la angustia de las pistas falsas a renunciar a la búsqueda. El caso Bru es el primer caso en la historia de la develación de la verdadera personalidad de la policía bonaerense. Cuando ese chico de veintitrés se esfumó, y un grupo de adolescentes lo buscaba cerca de un brazo del Río de La Plata, en la localidad de Bavio, adonde había ido a cuidar la casa de unos amigos, el accionar de la bonaerense aún era borroso. Aunque tanto se sabía sobre las desapariciones de la dictadura, era inverosímil una más en pleno 1993. Hay dos policías tras las rejas por las torturas seguidas de muerte de Miguel Bru. Son los oficiales Walter Abrigo y Justo José López, vistos por varios testigos cuando demolían a palos al estudiante en la comisaría 9ª. Juan Domingo Ojeda siempre negó la validez de esos testimonios. Sostuvo que Bru nunca estuvo en su seccional. Dijo que las ventanas por donde los presos vieron la paliza y luego cómo era sacado del lugar en un auto civil, habían sido tapiadas en 1992. Luego se demostró que fueron cubiertas después de agosto del '93. Ojeda está libre porque si bien fue procesado por encubrimiento y violación de los deberes de funcionario público, por esos delitos le corresponderían tres años de prisión, de manera que el delito es excarcelable. Ayer varias mujeres del barrio le preguntaban a la madre de Miguel por estas cuestiones. "Ahora va a tener que estar preso sin rejas, como Astiz", fue la conclusión de Marta de Pedemonte, una de las alertadas por el primer escrache a un policía de la bonaerense, después de la práctica impuesta por los hijos de desaparecidos que denuncian a los generales de la dictadura. El feriado de ayer terminó con los autos del barrio Jardín relucientes y el frente de la casa de la calle 86 sucia del indeleble insulto de los aerosoles.
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