Una travesía hacia la verdad
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Por Mariana Carabajal Desde Montevideo
Con Tornoni se entrevistaron 13 familiares, entre ellos María Blanco de Cécere, viuda del comandante Jorge Cécere, que piloteaba el fatídico DC 9, que había despegado del aeropuerto de Posadas a las 21.18 con destino a la ciudad de Buenos Aires. En medio de un fuerte temporal, el avión se despedazó en un campo cercano a la ciudad uruguaya de Fray Bentos y no hubo sobrevivientes. "No nos vamos conformes porque entre Tornoni y el juez (Silvestre) Barrera, de Fray Bentos, se siguen pasando la papa caliente y en el medio estamos nosotros. Estamos reclamando hace meses que nuestros peritos puedan acceder a la evidencia del accidente para poder iniciar la demanda civil con mayor sustento. Pero Tornoni dice que el juez no lo autoriza y Barreda le echa la culpa al coronel", se quejó Mirta Badano (48), al salir del despacho del director general de Aviación Civil del Uruguay, en el edificio de Yi 1444, pleno centro de Montevideo. Tornoni prohibió expresamente a la prensa el ingreso a la reunión con los familiares (ver aparte).
Un desahogo Otra vez la impotencia, la bronca y cierta desazón envolvió al grupo, que embarcó anoche en Buquebús rumbo a Buenos Aires. Pero no se dan por vencidos. Sentirse unidos les multiplica la energía y la fuerza. "Es inédito un grupo con estas características", observa Mirta Badano, designada, por su locuacidad, encargada de la relación con los periodistas. Desde que cayó el avión, los familiares de las víctimas se reúnen una vez por semana. Primero fue los miércoles, en la sede de la Asociación de Aeronavegantes, para resolver cuestiones burocráticas como la entrega de pertenencias y documentos. Pero poco a poco los trámites fueron quedando a un lado. Ahora se ven todos los viernes en el Centro de Graduados de la Universidad de Belgrano. "Es una especie de desahogo", describe Nora Ridríguez de Cassinelli (46). "Te sentís contenida. Con tus familiares tratás de no hablar del tema para no tirarles tus tristezas. Pero entre nosotros, sabés que el de al lado está sintiendo lo mismo", acota Graciela Irene Barrios (48). "Eso te une y te identifica", dice Graciela Rey (42). Las tres tienen hijos y han perdido a sus esposos en la noche del 10 de octubre, en la mayor tragedia de la aviación civil argentina. Pero los encuentros van más allá del viernes. El grupo más cohesionado está conformado por unos treinta, que a veces se junta para cenar o se prestan una mano ante cualquier adversidad. Desde una operación quirúrgica hasta coser un ruedo de un pantalón. El 15 de junio fueron en patota a la clínica Mater Dei a acompañar a María Inés Espósito, viuda de Guillermo Carranza Conte, comandante de Aerolíneas Argentinas que viajaba como pasajero en el vuelo de Austral. "Me tenía que sacar un nódulo que estaba comprometiendo la glándula tiroides y estuvieron todos allí para acompañarme. Sentí, como nunca en mi vida, un pánico atroz de morirme. Y el grupo me bancó", recuerda María Inés, quien perdió en los últimos dos años a su marido, a su hermano (falleció de una hepatitis), a su madre y a su suegra.
Un cuerito por un ruedo Cada no tiene una tarea asignada. Así como Mirta Badano se encarga de la prensa, Norberto Caputo (perdió a su cuñada), que es abogado, se ocupa de los aspectos legales y Silvio Illi (su esposa murió en el accidente), que es ingeniero, entiende en las cuestiones técnicas. "El grupo se ha convertido en un gran sostén, en una nueva familia", cuenta Mirta Badano (48), también viuda. Con sus dos hijos, había organizado para el día siguiente al accidente una fiesta sorpresa para festejar el cumpleaños de su marido, el ingeniero químico Andrés Badano, que nunca se enteró. Hace unos meses Mirta recibió un llamado de uno de los varones del grupo --prefiere mantenerse en el anonimato-- que quedó viudo, con una hija de 4 años. "¿Tenés algún cuerito roto o una bombita para cambiar?", le preguntó misterioso. Y ante la respuesta negativa de su nueva amiga, el hombre se despachó: "Es que tengo un pantalón que hay que hacerle el ruedo y no sé qué hacer, ¿No me harías el favor?". Mirta no sólo le cosió el ruedo: cuando lo ve deprimido saca a pasear a su pequeña hija. La última vez la llevó al zoológico. María Esther de Agostino tiene 63 años. Es una de las más grandes del grupo y se la nota abatida. En el DC-9 viajaba su hermano menor, Mario, de 45 años --"al que quería como a un hijo"--, su esposa Ana María Sampino, de 50, y el bebé que acababan de adoptar en Posadas. "Se retrasaron 3 días de la fecha que pensaban regresar porque donde tenían al bebé le habían dado leche en mal estado y tuvo una descompostura. Por eso se quedaron hasta ese viernes", dice, y el recuerdo le empaña la vista. "Este accidente nos marcó mucho. La vida ya no es igual sin ellos", cuenta, sin disimular su tristeza. María Esther es de las que no falta a la cita de los viernes en la Universidad de Belgrano, ni a la del día 10 de cada mes en el Aeroparque Jorge Newbery. "Nos reconfortamos mutuamente", dice, con un esbozo de sonrisa.
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