Jugar a ser Dios, pero en cuadritos
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Por Angel Berlanga El vértigo suele ser un asunto básico para la historieta, y la vertiginosidad cruza la vida de Robin Wood, veterano guionista de comics, autor de Nippur de Lagash, Mark, Pepe Sánchez, Gilgamesh el Inmortal, entre otras. Nacido en Asunción (Paraguay) en 1944, alternó su infancia entre esa ciudad y Buenos Aires, y a los doce años abandonó el colegio y se fue de su casa. No conoció a su padre y con su madre, irlandesa, se llevaba mal ("nos detestábamos"). Su abuelo irlandés le contaba de sus batallas en la Primera Guerra, y de él heredó la pasión por relatar. "Mi abuelo y yo somos shanachies", cuenta. "En cada generación irlandesa hay uno. Es una palabra gálica que define al tipo que relata: es el equivalente al payador en la tradición gauchesca. De chico me sentaba con mis primos y mis amigos y les contaba las historias que a mí me contaba mi abuelo. Uno pasa la tradición oral, y la va adornando. No se cuenta la verdad, se cuenta la versión. Es como vestirse para salir: uno se pone una camisa, corbata, traje, se limpia los zapatos ... No es el aspecto normal, uno se viste para salir. A la hora de contar una historia se hace lo mismo, y uno se deja llevar por el encantamiento de contar." Desde que se fue de casa hasta que empezó a escribir, Wood se ganó la vida con oficios varios: trabajó en los obrajes del Alto Paraná, lavó platos en restaurantes y fichó tarjetas en fábricas. Tiempos difíciles, de noches en la Estación Retiro o en pensiones de cinco camas por habitación. "Durante 8 o 10 años no me saqué los zapatos para dormir", confiesa en una entrevista que concede desde Copenhague a Página/12. --¿Cómo zafó? En situaciones similares, la mayoría no lo logra. --A mí me salvó mi pasión por leer y escribir. En mi casa no había dinero, pero libros sí. Crecí rodeado de libros y luego, cuando me fui, también leía de todo. A los ocho años leía a Simone de Beauvoir, Hemingway ... Y tuve la suerte de embocar en algo que me dio trabajo y dinero: la historieta. Hasta entonces vivía en la miseria absoluta.
--¿Cuándo empezó a hacer guiones de historieta? --Empecé de casualidad, hace treinta años. Yo quería ser dibujante y había hecho unos cursos, pero no era muy bueno. Conocí a un tipo que dibujaba muy bien, Lucho Olivera, y con él estudiábamos a los sumerios. Lucho, que trabajaba en Editorial Columba, un día puteaba porque los guiones eran una porquería. Me propuso que hiciera uno. Escribí Historia para Lagash, donde aparecía un tipo que se llamaba Nippur. Por entonces trabajaba en una fábrica en Martínez, y me enteré de que se había publicado cuando vi la revista en los kioscos. Fui a la editorial y me dijeron que compraban mis guiones.
--¿Qué personajes llegaron después de Nippur? --Luego hice Jackaroe, Mi novia y yo, Dennis Martin, Pepe Sánchez ... Después de trabajar un año para Columba les dije que me iba. Había pasado seis años trabajando en fábricas. Me dijeron que tenía futuro ahí, pero yo me quería ir. Les ofrecí mandar guiones por correo y me dijeron que eso jamás se había hecho en la editorial. Al final aceptaron, a regañadientes. Wood cargó una mochila, una máquina de escribir portátil y se embarcó a Nápoles. Desde entonces recorrió el mundo, y envió sus guiones desde los lugares más exóticos y diversos. Estuvo en Londres, en Mongolia, en México, en Estambul, en Grecia, en Puerto Rico, en Barcelona, a dedo o en avión, tren, barco o auto. Cada tanto se detenía a pasar unos años: así residió en California, en un kibbutz de Israel, en Marbella y en Sydney. Aunque actualmente reside en Dinamarca junto a su mujer y sus cuatro hijos daneses, aclara que es poco familiero y que prefiere andar solo. Lleva treinta años nutriendo a El Tony, Fantasía, D'Artagnan, Nippur, Magnum y otras revistas de Columba. En ese tiempo creó decenas de personajes e historietas: Mark, Aquí la Legión, Or-Grund, Los aventureros, Harry White, Dago, Chindits, Dax, El Cosaco, Helena, Amanda, Ronstadt, Savarese, Mojado, Martin Hel, entre otros. Muchos de sus personajes son conocidos en Europa. Wood dice que Italia (donde consiguió los premios Yellow Kid y Pléyade) es su principal mercado: allí le compraron los derechos de Helena para televisión, y algunas de sus historietas, como Dago, son publicadas en libros que tienen tiradas de 40.000 ejemplares. Ese personaje ahora aparece diariamente en un periódico de Turquía. También publicó en Francia, Alemania y España, donde dirigió por un tiempo la Editorial Wood. Hasta que se cansó del rol de empresario. --En Europa la historieta es un arte muy respetado, y tiene en estos momentos mayor mercado que los libros. Además están naciendo nuevas fusiones entre la historieta y el cine y la televisión. Ahora, cuando se hace una, ya se piensa en la adaptación.
--¿Cuál es el proceso de creación de una historieta? ¿Nace primero el personaje o el contexto? --El personaje, siempre. En base a él se escribe todo lo demás, y se desarrolla la historia o la aventura. Ante una mujer que grita socorro, por ejemplo, Nippur putea, va con desgano, mira; Pepe Sánchez saldría corriendo en dirección opuesta; y Dennis Martin se fijaría si es una chica linda. El personaje es el que marca la aventura. La historia, en general, es simple. Martin Hel, uno de mis últimos personajes, es siniestro: automáticamente todas sus historias van a serlo. El héroe tiene que ser humano, creíble, realista. No importa tanto que sea bueno.
--¿Qué personajes suyos se mueven en Buenos Aires? --Mi novia y yo, Pepe Sánchez y Amanda, que es un personaje que nace en Posadas, una chica pobre, hija natural, que después se va a Buenos Aires y vive en pensiones. Es mi propia vida, pero en un personaje femenino. Probablemente sea uno de los personajes más populares en Italia ahora. --¿Estudia el contexto en el que se mueven los personajes? --Absolutamente. Leo muchísimo, y la historia me apasiona. Hay que leer, hay que saber sobre qué se escribe, por respeto al lector. Una vez perdí contacto con la editorial y pusieron a un tipo a escribir Nippur. En algunos capítulos lo puso junto a Alejandro Magno: se salteó mil años. --¿Alguna vez notó que estaba repitiendo una receta? --Sí, muchas veces. A veces estoy escribiendo y me digo "esto ya lo escribí". Es normal. Hay que dejar un rato el trabajo, refrescarse las ideas y evitar caer en la mecánica. El secreto es que sea fresco y diferente. Pero no se puede conseguir siempre. Wood pone en sus personajes rostros de actores. Esto, explica, lo ayuda a imaginarse sus movimientos. Nippur, por ejemplo, tiene la cara del joven Charlton Heston, y Savarese la de Dustin Hoffman. No tiene una rutina de trabajo y puede escribir en cualquier parte. Casi no corrige: escribe de un tirón. Dice que prefiere el anonimato, y que por eso reside en Copenhague. Habla inglés, francés, italiano y danés, y publicó cuentos y novelas en Italia, Francia y Alemania.
--¿Quiénes son sus maestros en el género? --Pratt, Oesterheld, Breccia, Milo Manara ... Si no aprendés de otra gente, sos un idiota. Serpieri, el que hace Druna, en Italia. Oesterheld es uno de mis modelos. Sólo hablé con él una vez en mi vida. La mejor historieta del mundo, Mort Cinder, la hizo él. Es magnífica.
--¿Qué comentarios le llegan sobre su obra? --En general son buenos. A la gente le gusta lo que hago. Siempre me he considerado un escritor popular. Vale decir: nunca traté de dar un mensaje, ni político, ni moral, ni nada. Escribo lo que me gustaría leer. Soy leído, lo cual, por supuesto, es mi función. Porque un escritor que no quiere ser leído es como un submarino que no quiere ir debajo del agua.
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