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MENTIROSO
Por Antonio Dal Masetto


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t.gif (67 bytes)  Desde la barra del bar lo veo al turco Omar estacionando frente a la puerta. Hace más de un mes que lo vengo esperando para ver qué me dice sobre la fija del caballo. Es la segunda vez que me dejo empaquetar y eso me tuvo de muy mal humor durante las últimas semanas. El Turco es un gran embustero. Salvo que me demuestren lo contrario, sostengo y seguiré sosteniendo que es el mentiroso más grande que existe, existió y probablemente existirá sobre la faz de la tierra. Recuerdo haber presenciado algunas actuaciones suyas. Mencionaré dos.
La primera fue en cierta fiesta, en un hotel céntrico, donde había personalidades de diferentes tendencias políticas. A un fulano de izquierda le contó que él, el Turco, con rasgos de turco, era en realidad descendiente de chinos, que su abuelo había venido de la China milenaria y era pariente de Chou En-Lai. Un rato después, en la otra punta del salón, lo oí contarle la misma historia a otro fulano, pero de derecha: esta vez su parentesco era con Chiang-Kai-Chek. Y finalmente, para abrochar ambas mentiras se puso a cantar algo llamado “La luna sobre las ruinas del castillo de Chon-King”. Presuntamente en chino. Al terminar se disculpó: “Ustedes perdonen que cante con un poco de acento, pero mi abuelo era de la región de Kuang-Tung”.
La otra fue en el mítico Bárbaro, en la cortada Tres Sargentos. El Turco trataba de seducir a una bonita señora. Después de una charla prolongada le confesó que cargaba sobre su conciencia un secreto terrible, un drama que nadie conocía, que a nadie había revelado, y que ahora, con ella, por fin se atrevía a abrir su corazón, porque sentía que se encontraba ante una persona muy sensible. Yo estaba parado junto a él, en la barra, y lo oí contar lo siguiente: “Tuve que practicar la eutanasia con mi padre enfermo. Y fue con mis propias manos. Mi padre sufría mucho, cada vez que pasaba junto a él me clavaba los ojos y yo sabía lo que me estaba pidiendo. Tuve que hacerlo, con todo el dolor de un hijo. Se lo cuento porque ya no podía soportar más esta carga y sé que usted me comprenderá”. Y comenzó a sollozar. Ella le tomó la cabeza y la apoyó sobre sus pechos. Lloraban los dos.
Yo al padre de Omar lo conozco. Don Elías sigue al mando de su tienda El Jardín de Baálbek, en Villa Crespo. Es uno de esos veteranos que pueden llegar a vivir trescientos años. Esa tarde en el Bárbaro pensé: “Turco, más vale que tu viejo no se entere de esto porque te decapita con la cimitarra”.
A Omar no le fue mal en la vida. Se casó con una estanciera bastante mayor que él, con una fortuna un poco venida a menos aunque todavía sólida. Vive en una gran casa con pileta, cambia de coche cada tanto y hasta tiene un caballo de carrera, el mismo al que le aposté un par de veces y que en ambas oportunidades entró cola. Así que esta noche, cuando el Turco se arrima a la barra, después de los saludos, lo primero que hago es preguntarle: “¿Como está tu matungo?”. Me informa que ya no tiene un solo caballo, ahora tiene seis. Los lleva por todas las provincias, hipódromos, carreras cuadreras, corren en cualquier distancia y cualquier terreno, ganan siempre. “¿Cómo hiciste para convertirlos en ganadores?”. “Les cambié la alimentación. Los hice carnívoros. El jockey, los peones, yo y los caballos nos mandamos una buena parrillada todos los mediodías. Completa: chorizos, morcillas, achuras”. “¿Tus caballos comen achuras?”. “Les encantan las achuras. A Relámpago lo vuelven loco los chinchulines. A Saeta, que es una yegua con prosapia de bacanes, se le cae la baba cuando ve las mollejas. Imaginate la polenta que tienen ahora esos animales: proteína roja pura.”
Ese es el Turco Omar. Un día le dije: “Turco, vos mentís a quemarropa”. Y me contestó: “Lo que importa no es la exactitud sino la idea”. A veces pienso si no sería bueno prenderle una vela al santo de turno para que al Cotur no se le ocurra dedicarse a la política, porque seguro que llegaría a presidente. Le pregunto por su esposa. “Estamos mejor que nunca –me dice–, acabo de hacer un descubrimiento. Me di cuenta de que a mí los orgasmos actuados me salen mucho mejor que los reales. Así que ahora se los represento de punta a punta. La tengo impresionada, la vuelvo loca, no puede vivir sin mí.”
El gallego se acerca, lo saluda también, le sirve un whisky y pregunta: “¿Cómo está la calle, Turco?”. “Maravillosa, es una noche fantástica, un cielo que revienta de estrellas, parece una joyería”, contesta el Turco. Hago como que voy al baño y salgo un minuto a la vereda para cerciorarme si el cielo está estrellado, y por sobre todas las cosas, si realmente es de noche.

 

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