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Tras el lunes supernegro, Rusia enfrenta lo peor

La inflación, la recesión y el desmembramiento territorial son las situaciones a esperar tras la devaluación del rublo.

Un operador se echa una siestita en la Bolsa de Moscú.
Las perspectivas económicas son más negras que nunca.

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Por Claudio Uriarte

t.gif (67 bytes) "Rusia quebró", "Despertamos en otro país", "Sólo el cinismo de las autoridades supera su impotencia", "Los principales culpables de la crisis financiera intentan eludir sus responsabilidades", "Los fulleros no tienen honor", son algunos de los títulos de los diarios con que los rusos desayunaron ayer después de la devaluación del rublo el lunes, y probablemente todos tienen razón. Por su parte, Gennady Ziuganov, líder del Partido Comunista, anunció que este viernes pedirá en la Duma del Estado (Cámara baja del Parlamento) la dimisión de Boris Yeltsin y sostuvo: "Cualquier Estado debe pagar sus deudas. Un gobierno en que la gente confía pagará sus deudas. Pero quiero advertirle a los inversores: si continúan dando dinero para apoyar a una persona bebedora, degradada e inmoral, deben compartir la responsabilidad con él".

Ziuganov también tiene razón, aunque los inversores en la patética Bolsita de Moscú sean menos parte del problema que la administración Clinton --que irresponsablemente apostó todas sus fichas a Yeltsin sin exigirle nada a cambio-- y Alemania, que prefirió sostener al borracho conocido antes que temer un nuevo foco de inestabilidad en el Este. Pero incluso desde este último país vino ayer una advertencia saludable, en la forma del pronunciamiento del ministro de Economía Günther Rexrodt, quien dijo que "para nosotros es mucho más peligrosa una Rusia inestable y al borde del colapso que una Rusia a la que respaldamos en su difícil camino hacia una economía de mercado, pero Rusia debe saber que no hay otra alternativa que un estricto programa de reformas. De momento, Rusia tiene que poner en orden su situación y después serán las organizaciones internacionales las que deberán tomar decisiones. La situación no se soluciona con acuerdos bilaterales". Así que Rexrodt también tuvo razón ayer. Es maravilloso ver cómo la gente admite amablemente (y entonces tiene razón) lo que negaba estruendosamente y en todos los tonos el día anterior; lástima que haga falta que el niño se ahogue para tapar el pozo.

Alexander Lebed, general retirado que hoy gobierna (democráticamente electo) la rica, extensa e importante región siberiana de Krasnoyarsk (13 por ciento de la Federación), también se contó ayer entre los que tuvieron razón (aunque él ya la había tenido antes y todos los demás lo habían llamado una Casandra). En declaraciones a la televisión, Lebed, que antes que nada es un hombre práctico, dijo que "el gobierno ha reconocido su incapacidad y admitió que Rusia está en bancarrota" y que "al analizar la situación, tengo intenciones de pedir una sesión de emergencia del Consejo de la Federación (Cámara alta del Parlamento, integrada por los líderes regionales) porque es obvio que las regiones soportarán pérdidas colosales". Lebed prosigue así una línea de razonamiento que ya había lanzado hace unos 10 días, cuando envió una carta abierta a Yeltsin intimándole a pagar los sueldos atrasados que les debe a los militares de su región; en caso contrario --amenazó-- él se haría cargo del gobierno de Krasnoyarsk, que pasaría a convertirse así en una entidad política diferente y separada de Rusia. En lo que, nuevamente, tuvo razón: ¿para qué sirve mantener un Estado nacional si éste no protege siquiera los ingresos de aquellos que deberían servir para protegerlo?

Pero éste es precisamente el nudo de la cuestión y lo que todavía casi nadie se atreve a decir en voz alta sobre la crisis rusa, por temor a que empeore: que la evaporación del rublo y la falta de pago a los militares y a los trabajadores de empresas estatales y falsamente privatizadas está generando poderosos movimientos centrífugos en un territorio que, por su mera dimensión, ya debe ser difícil mantener unido. En Rusia se ha vuelto al trueque, una decisión bastante razonable teniendo en cuenta que el rublo ha cesado de existir como medio de cambio confiable. Como consecuencia, el comercio interno colapsa, los precios suben y el dólar empieza a funcionar como la verdadera economía del país. En estas condiciones, Krasnoyarsk y otras regiones ricas pero subdesarrolladas del país empiezan a encontrar mucho más razonable la perspectiva de suscribir acuerdos directos con compañías o gobiernos extranjeros que seguir pagando impuestos para compensar la ineficacia de esa mezcla de barril sin fondo e hijo bobo que ha terminado resultando Boris Yeltsin.

Esta perspectiva que se está abriendo es muy peligrosa, porque no deja en claro en manos de quién quedaría el segundo arsenal de la tierra (para más peligro, en avanzado estado de deterioro) en las nuevas autonomías o países que surgirían. No queda claro si este nuevo "punto más bajo" se debe a la vocación del alma rusa por el fracaso y la melancolía --dado que Yeltsin tuvo todo en sus manos para evitar este desenlace--; pero en todo caso es claro que el georgiano José Stalin, desde el basurero de la historia a donde lo arrojaron apresuradamente, debe estar riéndose a mandíbula batiente.

 

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