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Un muestra para ahuyentar los fantasmas de la calle

En el Centro Cultural Recoleta, una exposición ubica a los chicos de la calle en un lugar distinto al que son sometidos a diario. Allí son artesanos que exhiben sus obras e historias.

Anualmente son más de seiscientos los pibes que pasan por el CAINA, un hogar de tránsito.
La mayoría de los chicos que llegan al lugar estuvo alguna vez en institutos de menores.

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Por Cristian Alarcón

t.gif (67 bytes) ¿Qué pasaría si de repente, o de a poco, los chicos de la calle se convierten en artesanos, o en artistas, y sus producciones en artesanías o en obras de arte? ¿Qué pasaría si lograsen dejar de "ser" a partir de la violencia de la intemperie, de la nada material en la que sobreviven? Por extraño que parezca, un esbozo de semejante situación se percibe en una muestra que abre hoy, entre fuerte y primorosa, en la sala 24 del Centro Cultural Recoleta. Allí, una pequeña porción de los pibes expulsados del sistema dentro de la ciudad de Buenos Aires, exponen los trabajos que durante este año hicieron en los talleres que funcionan en el CAINA, el Centro de Atención Integral del Niño y el Adolescente. Y se ve en las pequeñas esculturas, en las fotografías, en algunas historietas, en simples ceniceros o golpeadas hebillas de cinturones, un pequeño aluvión en movimiento, al margen del mar aluvional de pobres. "En los últimos seis meses ha crecido un 30 por ciento el caudal de chicos que llegan al hogar de día --diagnostica la directora del hogar, la socióloga Julieta Pojomovsky--. Es una tendencia imparable."

En la sala se está armando el cuerpo de la muestra. Varias mesas con los objetos de cerámicas en colores brillantes. También hay en las paredes un cordón de fotos. En una de ellas, tres perros vagabundos caminan por una vereda porteña. En el fondo se ve la silueta del inspector de la línea 53. "Alucinante el chancho en esa posición", dice el fotógrafo. En el primer plano, casualmente --según asegura el joven autor de la toma, anónimo por propia voluntad--, aparece una de esas leyendas ridículas que suele haber en las paredes de Buenos Aires. Se alcanza a leer "La patria". La vereda de la escena es la del hogar de día al que espontáneamente llegan chicos enterados de que allí pueden encontrar comida, talleres. Y también un criterio de atención donde no los obligarán a institucionalizarse.

Anualmente son más de seiscientos los pibes que pasan por el lugar. La mayoría de ellos estuvo alguna vez en institutos de menores. "Nada más que te dan todo el tiempo, los chabones que trabajan ahí, no te perdonan", resume el artista de 15 que ha hecho en forma de torre un Instituto San Martín, donde las bases son rejas con forma de fideos azules, y el primer piso tiene una gran ventana por donde se puede ver una sucesión de camas pequeñas, vacías, amontonadas en el interior, contra las blancas paredes. A menudo los chicos comienzan algo que continúa otro. "El hizo el cartel, y el auto, a mí no me salían." Su compañero se infla de lo bien que diseñó el patrullero diminuto para estacionarlo en la puerta.

La exposición que se abre en el Centro Cultural Recoleta es un evento que compete por un lado al CAINA, dependiente de la secretaría de Promoción Social y por el otro a la secretaría de Cultura, de donde salen los cinco talleristas que coordinan los trabajos en fotografía, cerámica, radio, periodismo y metal. La intención del equipo interdisciplinario que trabaja en el centro es establecer un vínculo afectivo y de confianza que permita reincorporar a los chicos a sus familias o a espacios alternativos a los institutos. "En el taller, la instancia del hacer provoca una relación diferente. A veces lo que se oculta en las conversaciones con los psicólogos, con los trabajadores sociales, se hace verdad. Y surgen además las capacidades desconocidas para ellos mismos", cuenta el tallerista y operador Laureano Gutiérrez.

Uno de los fantasmas de los pibes es la pregunta. El cuestionamiento molesta porque siempre remite al interrogatorio policial. Aún cuando la interpelación es de una suavidad de terapeuta, los chicos la aborrecen.

"¡No me psicologiés!", resulta en el hogar de día una muletilla común como la psicoanalítica advertencia de "no me psicopatiés". En el taller de radio comenzó a romperse para algunos la tirria por el signo ?. Fue a partir de usar como disparador aquel clásico de Divididos que dice "¿Qué ves?, ¿qué ves cuando me ves?", y lo que los chicos contaron actuando como gente, como primeras personas preguntando, y terceros hablando sobre ellos, mostró la marca que los condena. Se ven caratulados con una lista de pecados originales que van de la droga a la delincuencia, siempre como viajes de ida.

En otra foto hay una mujer policía apoyada en el cancel de una puerta de un local, que parece partidario. Alcanza a leerse la TS del troskista PTS. Y la mujer policía sonríe, rolliza bajo su chaleco flúo, con la manita dada vuelta que le ase la cintura. El fotógrafo se ríe de lo divina que luce su modelo. La ironía de algunos, compite con el amor. Una hebilla trabajada con punzón que repite, artesanal, la vieja lengua de Warhol; se mezcla con los cuadros de una historieta donde un chico llora haber mentido por despecho a su novia y perderla por la propia farsa, dejándola en esa casa de la villa. La euforia artística no mata la realidad cruel. "Sabemos que lo que podemos hacer tiene límites --reconoce la directora del centro de día--. Apenas llegamos a cambiarle la vida a algunos chicos. Mientras, la fábrica de pobres es cada vez más grande."

 

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