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Panorama
político En una operación combinada de la Fuerza Aérea y el Ejército, Argentina podría destruir objetivos en Ciudad del Este, ya que existen sospechas de tránsito o residencia permanente de fundamentalistas musulmanes que, a lo mejor, están ligados a los atentados terroristas en Buenos Aires. También podrían bombardear los countries bonaerenses más lujosos, bajo la sospecha cierta de que allí se alojan multimillonarios que amparan el terrorismo económico que condena a muerte, por miseria, a millones de argentinos. Para ser equilibrados en la represalia, podrían destruir con misiles aire-tierra las villas de emergencia donde los espías oficiales han detectado la vivienda de delincuentes de todo tipo que aterrorizan, con sus ataques cotidianos, a miles de habitantes de la Capital y el Gran Buenos Aires. Estas represalias podrían repetirse en la media docena de ciudades del país donde viven siete de cada diez argentinos. ¿Por qué no? Si Argentina va a ser parte del Primer Mundo, bien podría aplicar la misma lógica de Estados Unidos, que anteayer bombardeó Sudán y Afganistán por sospechas fundadas, para resolver algunos de sus problemas de seguridad. De paso, en plena conmoción, el Poder Ejecutivo aquí podría imponer las reformas laboral y tributaria, más cualquiera otra que le venga en gana, sin debates ni resistencias. Si es por las pérdidas humanas, esta semana siguieron muriendo albañiles lo mismo que la semana pasada, y la anterior y el último año y el otro. La vida es una de las mercaderías más baratas en la economía sin humanidad. De acuerdo con estadísticas oficiales, cerca del 50 por ciento de la población activa trabaja más de cuarenta y cinco horas semanales y en el Area Metropolitana de Buenos Aires (Capital y Conurbano) hay más de 700 mil trabajadores que llegan a las sesenta y dos horas por semana. Son registros benignos, comparados con la realidad cotidiana, pero aún así este promedio equivale al que impera en Malasia, cuyo régimen laboral fue elogiado por el presidente Menem después de visitar ese país. En Malasia, la prostitución aporta el 14 por ciento del Producto Bruto Nacional y tiende a aumentar después de la crisis de los tigres del Asia. Ante este volumen, registrado esta semana por la prensa internacional, la economía sin alma de los malayos propuso que las prostitutas paguen impuestos para reducir el déficit fiscal. ¿Cuánto falta para que los economistas oficiales propongan extender el IVA a este servicio público de gestión privada? No debe faltar tanto, ya que la economía oficial se desliza hacia un doble despeñadero. En uno, lo espera la recesión que pronostican a partir del último trimestre de este año, debido a que las crisis del capitalismo internacional son cada vez más frecuentes, más extendidas y con más efectos en cadena. Para una economía que depende tanto del factor externo, tanto que una sacudida fuerte en Brasil puede provocar un tembladeral en los proyectos nacionales, el futuro es siempre una pregunta abierta. Ayer mismo, el cimbronazo en la Bolsa de Comercio, que estuvo a la cabeza de la caída del mercado de valores en América latina, puso de manifiesto esa delicada sensibilidad a los vaivenes financieros, aun los más remotos. La otra caída sobrevendrá por la incapacidad del propio "modelo" para superarse a sí mismo, en vez de reproducir idénticos efectos una y otra vez, con los mismos beneficiarios. El 20 por ciento más rico se lleva el 51 por ciento de la riqueza producida por todos. ¿Adónde puede ir un proyecto que tiene en Adalbert Krieger Vasena uno de sus adalides, el más aplaudido a la hora de defender el inmovilismo según crónicas periodísticas de un día de esta semana, si cuando fue ministro de Economía en la dictadura de Onganía preparó las condiciones para el cataclismo social del "cordobazo"? "El modelo está muerto", sentenció esta semana el precandidato Eduardo Duhalde, quien lo había dado por "agotado" hasta la semana anterior, cuando rindió cuentas de sus ideas ante la Fundación Mediterránea. Lo dice el gobernador que cumplirá dos períodos consecutivos de gestión en la provincia de Buenos Aires, donde nueve de cada diez chicos pobres no terminan la escuela secundaria. "Está más vivo que nunca", respondió ayer el Presidente, el mismo día que la Bolsa se derrumbó. Ningún economista ignora que esas bruscas bajas incentivan el alza de las tasas de interés y la recesión productiva. En plata: menos actividad, igual o más desempleo, más precariedad laboral, más contratos "basura", más pobreza, aunque los legisladores sigan cajoneando el proyecto González sobre relaciones laborales. "¿Cuándo se producen las reformas?", se pregunta el último Informe del Banco Mundial sobre el Desarrollo, y se contesta: "Cuando los incentivos para deshacerse de las políticas y mecanismos institucionales heredados del pasado pesan más que los que aconsejan su mantenimiento" (El Estado en un mundo en transformación, 1997). Esto fue así una década atrás, cuando la hiperinflación y los golpes de mercado alinearon a la voluntad popular detrás del programa neoconservador. La mayoría estaba dispuesta a aferrarse a un hierro caliente con tal de salir de ese infierno, debido a la incapacidad de la administración alfonsinista para organizar otras alternativas. Hoy, diez años después, la hiperinflación es hiperdesempleo y los golpes de mercado se convirtieron en autoritarismo permanente. ¿Qué pesa más: mantener o cambiar? Los que desean que nada cambie han comenzado a demandar un supuesto "pacto de gobernabilidad" entre el menemismo y alguna oposición, si es posible sólo entre Menem y Alfonsín, como el de Olivos. Esto supondría que existe el riesgo de una severa inestabilidad institucional, cuando en realidad lo que se tambalea por su propio peso negativo es el esquema cerrado de la economía oficial. El pacto que se propone, en realidad, es para defender la injusta distribución de los ingresos, ya que a la oposición sólo le falta jurar de rodillas ante el altar pagano de la Bolsa de Valores que respetarán la convertibilidad, las privatizaciones, la apertura de la economía y el equilibrio fiscal. Estos eran los supuestos pilares intocables del "modelo", pero como se ve tampoco alcanzan para satisfacer a sus partidarios. Quieren más, siempre más. El ideal de distribución del capitalismo salvaje es el que puso en práctica Hard Communication de Jorge Born, Rodolfo Galimberti y Jorge Rodríguez, los socios de Susana Giménez: 7 por ciento para los pobres y 93 por ciento para los ricos. Este criterio, sumado a la reconciliación Born-Galimberti en los términos que el menemismo quería para el país, son bases fértiles para la combinación de negocios fáciles, riquezas rápidas, evasión tributaria, política, farándula, juegos de azar con los dados cargados y mucha exhibición pública de vidas lujosas. Con estas características, el episodio podría anotarse como un emblema cultural de la era menemista. En la contracara, está la pobreza que indigna. Desagregando del presupuesto nacional los gastos previsionales, resulta que en salud el gobierno gasta cada año un poco menos: 2,77 por ciento sobre el PBI en 1995, 2,55 en 1996, 2,36 en 1997 y 1,64 este año, sin contar el recorte de 131 millones de pesos por el déficit fiscal. Con razón, hasta la representante del Banco Mundial, Myrna Alexander, reconoció el miércoles pasado que el gasto público de la Argentina es uno de los más bajos. "Pero esa masa de gente impresiona desagradablemente. Es sucia, vulgar, obrera", anotó en su diario Estanislao Zeballos a principios de siglo, según informa David Viñas, quien lo define como "ganadero, dandy y polígrafo" (De Sarmiento a Dios, Viajeros argentinos a USA). La pobreza es más antigua que esas anotaciones de Zeballos, pero lo terrible, cuando han pasado casi cien años desde sus despectivas cavilaciones, es comprobar que la máquina del tiempo nacional funciona en marcha atrás. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?
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