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Página/12 en EE.UU. Por Mónica Flores Correa desde Nueva York En los últimos dos días, los norteamericanos comenzaron a aceptar, casi con un sentimiento de fatalidad islámico, que el accionar terrorista contra ellos escalará en una proporción alarmante pero controlable --dicen unos--, o en el peor de los casos --señalan otros--, en una magnitud letal realmente devastadora y extraordinaria. Admitida la situación de "guerra", tanto por la secretaria de Estado, Madeleine Albright, como por el fundamentalista Osama bin Laden, los estadounidenses saben que ahora no es una especulación hipotética, "si habrá un acto terrorista", si no es una cuestión de tiempo: "cuándo se producirá el próximo golpe terrorista". Mientras esta comprensión se hacía carne en la opinión pública y las medidas de seguridad se incrementaban en todo el país y en las representaciones diplomáticas y propiedades norteamericanas en el extranjero, la Administración Clinton dio a entender, sin elaborar demasiado, que continuará con los ataques a sitios terroristas. "Es preferible seguir golpeando que esperar que nos ataquen nuevamente. Hasta este último incidente, nuestra política fue responder si nos atacaban y después no seguir con otras acciones, pero creo que hay una decisión de cambiar esa metodología por una contraofensiva sostenida", dijo el militar retirado James Terry Scott, especialista en temas de defensa de la Universidad de Harvard. Hay consenso en el gobierno, en la oposición republicana y entre los expertos en antiterrorismo que la estrategia de contraofensiva provocará "un número mayor de ataques por parte de los fundamentalistas en suelo norteamericano y en el extranjero, pero a largo plazo se logrará el objetivo de desactivar las células", según dicen. El consultor en temas de seguridad y terrorismo Jeff Beatty lo sintetizó así: "La situación empeorará antes de que mejore, pero después mejorará decididamente". Y Lawrence Eagleburger, ex subsecretario de Estado, pronosticó que "en el futuro cercano, esta guerra será muy penosa, pero si tomamos los pasos adecuados, prevaleceremos y el terrorismo, si no destruido --algo que no creo que ocurra--, por lo menos será debidamente contenido". Si bien ésta es una guerra nada convencional, no deja de plantear interrogantes y problemas diplomáticos. Afganistán y Sudán, en cuyos territorios golpearon los Tomahawks, expresaron todo tipo de protestas, repudio e indignación. Boris Yeltsin, en medio de la crisis rusa, se hizo tiempo para condenar duramente el operativo. Se escucharon, además, voces críticas que sostuvieron que Estados Unidos debería haber consultado al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para llevar a cabo la embestida. Como respuesta por esta falta de consulta internacional e incluso nacional --ya que el Congreso no fue advertido--, el gobierno explicó que "era crucial mantener en secreto el operativo". Si los seguidores de bin Laden resultaban alertados, hubieran desmantelado el sitio afgano y se habrían desbandado. "¿Una coalición con países aliados para luchar en esta guerra? Podría ser...", dijo no muy convencido el ex secretario de Estado Alexander Haig y luego aclaró: "Sería interesante que hubiese una coalición de personalidades esclarecidas para ocuparse de este tema, pero a veces las acciones unilaterales son esenciales. También sería de desear que existiera una coalición del tipo que formó el presidente George Bush en la Guerra del Golfo, pero este factor, que exista el apoyo de países aliados, no puede neutralizar nuestro accionar cuando consideramos que éste es necesario. En el caso de las embajadas (en Kenia y Tanzania) fue, por ejemplo, un ataque directo a nosotros". Aunque son escasos, hay algunos expertos que critican esta especie de declaración de "guerra total" enunciada por la Administración. Ivan Eland, director de los estudios de defensa del CATO Institute, un think tank conservador, sostiene que EE.UU. se equivoca al inmiscuirse en conflictos que no están relacionados con sus intereses directos. "Esta política muchas veces moralista nos ha creado enemigos y hostilidades terribles", afirmó, y sostuvo también que las consecuencias podían ser abominables. "Si se ataca una ciudad y hay medio millón de muertos o un millón, ¿podremos seguir diciendo que esta política es la adecuada?". En la mente de muchos, las palabras de Osama bin Laden, "la guerra aún no ha empezado", retumban como en una pesadilla en la que la destrucción de ciudades --¿con qué tipo de arma? ¿nuclear, química, biológica?-- o de una parte muy sustantiva de sus poblaciones, aparece como la amenaza más escalofriante de lo que podría ser esa guerra en pleno apogeo. No en el universo de las pesadillas sino en el campo de la dura realidad, la CIA y el FBI se contradijeron. La CIA dijo que tenía información de que el terrorismo islámico preparaba más ataques pero, por lo menos públicamente, no notificó dónde. El FBI dijo que no sabía de ningún acto en preparación, pero incrementó significativamente las medidas de seguridad nacionales. El Departamento de Estado y los organismos de seguridad enviaron comunicados al exterior ordenando extremar la protección de los ciudadanos estadounidenses. "Todos conocemos cómo funciona el terrorismo. Puede atacar en una escuela, un subterráneo, empresas, hombres de negocios", recordó sombríamente otro experto, Harvey Kushner, en una entrevista televisiva. En Nueva York, donde la gente no olvida el ataque a las torres gemelas de 1993 y los sucesivos complots terroristas descubiertos y desmantelados, la vigilancia policial se duplicó, la alcaldía fue protegida con barricadas y se incrementó la guardia policial y de inteligencia en la oficina de la misión diplomática estadounidense en la ONU. La Federal Aviation Administration ordenó fortalecer las medidas de seguridad nacionalmente. Tanto en Nueva York como en los aeropuertos, perros entrenados para detectar explosivos participaron disciplinadamente en el estado de alerta nacional. "Desde que estuve en la función pública que vengo diciendo que el terrorismo es el mayor y más permanente desafío para la seguridad. Y esto no ha cambiado. El presidente Bush habló de un nuevo orden mundial cuando terminó la Guerra Fría. Yo no coincido, para mí es el mismo mundo, viejo y sucio", dijo Haig. Quizá en esto el general tenga razón. Es la misma sucia violencia y el mismo viejo temor.
CLINTON PROHIBIO EL COMERCIO CON OSAMA BIN
LADEN Luego de los bombardeos norteamericanos contra supuestas bases terroristas en Afganistán y Sudán, el presidente Bill Clinton prohibió ayer cualquier transacción financiera con Osama bin Laden, el millonario saudita acusado de financiar los atentados terroristas contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania. Según el diario paquistaní The News, uno de los campos de entrenamiento terrorista quedó "totalmente destruido" y Bin Laden, que volvió a amenazar a Estados Unidos, se salvó por haber pospuesto una cena que tenía prevista. Ayer murió el militar italiano que viajaba en un vehículo de la ONU en Kabul atacado anteayer. Los talibanes anunciaron el arresto de uno de los asesinos del oficial. "Se necesita mucho dinero para construir la red que Bin Laden tiene. Haremos lo mejor de nuestra parte para que él tenga menos (dinero)", dijo Clinton, quien anunció que "nuestros esfuerzos contra el terrorismo no pueden terminar, y no terminarán, con estos ataques" y que "debemos estar preparados para una larga batalla". El millonario saudita volvió a responder con amenazas. "Díganle a los estadounidenses que no le tenemos miedo a sus bombardeos, a sus amenazas ni a sus actos de agresión. Ya sufrimos y sobrevivimos los bombardeos soviéticos durante 10 años en Afganistán y estamos preparados para más sacrificios", dijo Ayman al Zawahiri, aliado egipcio de Bin Laden, citado por The News. Los países árabes y las organizaciones terroristas musulmanas continuaron condenando los ataques y jurando venganza. Después de las amenazas del Hezbollah, Jihad Islámica y Hamas, el mayor grupo violento en Egipto, Gamaa Islamiya, exhortó a los musulmanes a responder a Estados Unidos "en un idioma que comprenda". Gamaa Islamiya es responsable de la matanza de 58 turistas en noviembre del año pasado en Luxor. Según informes de prensa, la organización trabajó con el Frente Islámico de Guerra Santa contra Judíos y Cristianos, recientemente creado por Bin Laden, pero se retiró de éste luego de los atentados en Kenia y Tanzania. En Sudán se produjo ayer la mayor de las concentraciones de protesta (10.000 personas) desde el bombardeo norteamericano, presidida por el presidente Omar el Béchir. Al igual que Bin Laden, el Béchir también apeló al nacionalismo y al sacrificio: finalizó su discurso refiriéndose a la lucha contra las tropas coloniales británicas durante el siglo pasado y, más precisamente, a la batalla de Kereri, donde murieron 180.000 sudaneses. "Estamos listos para otro sacrificio como ése para defender nuestra integridad", dijo el presidente.
WASHINGTON APOYO Y AYUDO AL TERRORISTA CONTRA
LOS SOVIETICOS EN AFGANISTAN
The Guardian de Gran Bretaña Osama bin Laden, el exilado millonario saudita acusado por Washington de ser el cerebro maestro detrás de los atentados contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania e implicado en una serie de ataques terroristas anteriores en Medio Oriente, fue una vez exaltado por la CIA como un "combatiente de la libertad". La CIA lo cortejaba por su rol como combatiente, financista y reclutador de las guerrillas mujaidines que combatieron al Ejército soviético que ocupaba Afganistán durante los 80. La CIA le suministraba armas, así como el MI6, que le entregaba material antiaéreo. Su campamento en Khost, en el noreste de Afganistán --uno de los blancos del ataque misilístico norteamericano de esta semana-- fue construido con ayuda de la CIA. Estados Unidos respaldaba a bin Laden sobre la base del principio de que el enemigo de tu enemigo es tu amigo. Presumiblemente, él hizo un cálculo similar. Una vez que los ocupantes soviéticos de Afganistán fueron derrotados, bin Laden se volvió contra Estados Unidos, viéndolo también como un enemigo del Islam. Mientras se encontraba en Afganistán bajo la protección de los ultraislamistas talibanes --cuyos líderes también estaban equipados con armas suministradas por Occidente y Pakistán--, miles de sus combatientes mediorientales de la guerra antisoviética regresaron a sus hogares en Egipto, Argelia, Yemen, Sudán, Arabia Saudita y otros lugares --una especie de diáspora de militantes islámicos en estados donde los trabajos eran escasos y los gobiernos, autocráticos--. Bin Laden, que está en sus 40, heredó una fortuna estimada en 300 millones de dólares de su difunto padre, un magnate saudita de la industria de la construcción. Un ex asociado de bin Laden, Khaled Fuawaz, fue citado en el último número de Reader's Digest recordando que a comienzos de la guerra afgana bin Laden ofreció los servicios de la firma de su familia para destruir las nuevas carreteras que atravesaban las montañas. Y cuando no podía encontrar gente dispuesta a manejar bajo el fuego de los helicópteros rusos, era él mismo quien manejaba las topadoras. Inicialmente, Arabia Saudita alentó el respaldo de bin Laden a los mujaidines afganos. Pero él pronto hizo claro que su objetivo era expulsar de Medio Oriente a Occidente, y a Estados Unidos en particular. Se dice que, después de la invasión de Kuwait por Irak en 1990, se reunió con el ministro de Defensa saudita, el príncipe Sultán, y le ofreció su ayuda para derrotar a Bagdad a condición de que Estados Unidos no estuviera involucrado. "Bin Laden desplegó mapas frente al Príncipe Sultán --relató al Reader's Digest un funcionario saudita no identificado--. "Tenía todo tipo de planes para derrotar a los iraquíes sin ayuda norteamericana. El Príncipe Sultán le preguntó qué planeaba hacer con los tanques, la Fuerza Aérea y las armas químicas y biológicas de Irak. Bin Laden replicó: 'Los derrotaremos con nuestra fe'". Desde entonces, bin Laden y sus seguidores han estado involucrados en una serie de ataques terroristas, según la inteligencia occidental. Estos incluyen los atentados con bombas a un centro de entrenamiento de la Guardia Nacional saudita en Ryad en 1995 y a una base militar cerca de Dhahran un año después, en que murieron 19 norteamericanos. Bin Laden describió el ataque de Dhahran como "una clase elogiable de terrorismo", aunque negó su responsabilidad. Se ha vinculado a bin Laden con Ramzi Yousef, cabeza maestra detrás del atentado de 1993 contra las torres gemelas de Nueva York, y sus seguidores han sido vinculados con la masacre de turistas en Luxor, Egipto, en noviembre pasado. En 1994, después de criticar a la familia real, bin Laden fue despojado de su ciudadanía saudita, y su familia lo expulsó de su seno. Tuvo que irse a Sudán. Bajo la amenaza de sanciones norteamericanas, Sudán lo expulsó en 1996, y bin Laden volvió a Afganistán. De acuerdo con The Washington Post, bin Laden ha pasado los últimos 15 meses viviendo unos 300 kilómetros al sur del lugar de los ataques norteamericanos del jueves, usando como base un complejo fortificado e intensamente vigilado en la cima de una colina en las afueras de la ciudad de Kandahar. En febrero, un nuevo grupo patrocinado por bin Laden --el Frente Islámico Internacional para la Guerra Santa contra Judíos y Cruzados-- emitió una declaración. "Nosotros --con la ayuda de Dios-- llamamos a cada musulmán que crea en Dios y quiera ser recompensado a cumplir con la orden de Dios de matar a los norteamericanos y sacarles su dinero donde y cuando sean encontrado. Este dictat estaba firmado por líderes militantes islámicos en Egipto, Pakistán y Bangladesh. El martes, el periódico árabe al Hayat, con base en Londres, recibió otra declaración del grupo comprometiéndose a nuevas "operaciones de lucha santa" y advirtiendo que "los golpes contra EE.UU. van a seguir desde todas partes". Y desde el bombardeo norteamericano del jueves, esto se ha redoblado.
AFGANISTAN Y SUDAN Por Angeles Espinosa Sudán, un país torturado por la guerra y la hambruna, tiene el dudoso honor de figurar desde 1993 en la "lista negra" de países que, según Estados Unidos, "sostienen, toleran o están mezclados con el terrorismo internacional". Afganistán no está incluido en esa lista, pero en los últimos años viene siendo objeto de una mención expresa por "la utilización de campos militares para el entrenamiento de terroristas internacionales" (informe del Departamento de Estado de 1995). Según esas advertencias periódicas, el gobierno de Washington viene observando una tendencia "al incremento de los atentados relacionados con la llamada defensa del Islam y por motivos religiosos en general". Es así como Afganistán y Sudán se han convertido en países bajo sospecha. Nada se dice sin embargo en esos informes de las causas que han arrinconado a Kabul y Sudán a la periferia más remota de la comunidad internacional. El fin de la Guerra Fría rompió los esquemas. Estados Unidos dejó de tener el mismo interés en los enemigos de sus enemigos, pero tal vez ya era demasiado tarde para "desactivar" a aquellos islamistas a los que se había animado a oponerse al régimen de Nayib, el último presidente comunista de Afganistán. Nayib había prescindido del sufijo Alá (Dios) en su nombre (Nayibulá), lo que los afganos interpretaron como renuncia a la tradición islámica de la que provenía. Cuando en 1996 los talibanes tomaron Kabul y ejecutaron a Nayib, la oposición afgana hacía ya cuatro años que se había fragmentado. Los diferentes grupos que se habían unido en la Jihad (guerra santa) contra la URSS quedaron divididos a lo largo de líneas étnicas y, a menudo, de mero interés particular de los respectivos "señores de la guerra" que capitaneaban cada una de las facciones. Sólo los talibanes, reunidos en torno a un clérigo llamado Omar y desconocido en Occidente, mantuvieron la cohesión y fueron capaces de aprovechar el descontento popular hacia los excesos de los otros grupos para abrirse el camino hacia la conquista del poder. No importaba que se los acusara de ser un instrumento de Pakistán, su fama de honestidad les garantizaba una recepción de liberadores en los pueblos y ciudades a los que llegaban. Su primera acción espectacular se produjo en el otoño de 1994 cuando tomaron la antigua capital real de Kandahar. Un año después cayó Herat y, en otro más, la capital, Kabul, les abrió las puertas a la conquista total del país, que están a punto de conseguir a sangre y fuego. No cabe duda de que han impuesto el orden y desarmado a las milicias, pero todo ello ha tenido un precio (confinamiento de las mujeres, prohibición del cine, la música o la televisión, etc.). Su radicalismo y su amparo a movimientos extremistas de otros países han suscitado no sólo la preocupación de EE.UU., sino también de sus vecinos, con Irán a la cabeza. Herederos de la tradición ultraortodoxa de la escuela de Deobandi, estos jóvenes monjes soldados --talibán es el plural de talib, una palabra de origen árabe que significa estudiante-- salieron de las escuelas de teología obsesionados con la idea de purificar el Islam de cualquier influencia extranjera.
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