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Quién le teme a la crisis?



Por Susana Viau


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t.gif (67 bytes) El jueves 19 de junio del '97 fue un jueves trágico para Tailandia: el baht se desplomó un 20 por ciento. El alud arrastró el peso filipino y golpeó la rupia indonesia. Empezaban a cumplirse los pronósticos funestos de quienes desconfiaban de la solidez de un despegue basado en operaciones de bolsa y especulación inmobiliaria. El dinero huyó, se desaceleró el crecimiento. La crisis asiática, el mal de los cachorros de tigre, había comenzado. Sin embargo, Dios aprieta pero no ahorca: una luz se abrió en medio del desastre y reventó un casillero poco estimado en los informes técnicos. Mientras los mercados caían, a espaldas de las consultoras y los grupos inversores, en Tailandia, Indonesia y Filipinas se disparó el negocio del sexo, hasta entonces una de las muchas alternativas de la economía informal.

La cifra es alucinante: allí, hoy, el 14 por ciento de Producto Bruto Interno es resultado del comercio que se teje en prostíbulos, esquinas oscuras, barriadas miserables, inmediaciones de hoteles de lujo y conserjerías de hoteles de lujo. De alta rentabilidad y mano de obra intensiva, el negocio no abastece sólo el consumo interno. También se exporta. De dos maneras: ofreciendo la prestación fuera de las fronteras o bien trasladando a las muchachas al extranjero. Para hablar con propiedad, exportación de bienes de capital.

La demanda exige, sobre todo, mercancía adolescente. Cuanto más pequeñas mejor, porque ellas, además de hacer verdad las fantasías prohibidas, disminuyen los riesgos de contagio de HIV. Y las vírgenes... ¡ah! Las vírgenes no tienen precio. El oficio más viejo del mundo acaba siendo la nueva estrella de la economía, quizás porque como recordó hace poco Roberto "Mano de Piedra" Durán, "viejo es el viento y sigue soplando".

Se trata, sin duda, de un triunfo de lo que los sociólogos llaman estrategias de supervivencia y los economistas interpretan como flexibilidad, capacidad de adaptación a las nuevas realidades. Aseguran --lo han dicho en un reciente debate de week-end-- que en tres o, a lo sumo, cuatro décadas la producción industrial quedará reducida a un 10 por ciento. El siglo que acecha en el umbral será de los servicios. Y está muy bien, sólo que hasta ahora nadie nos había dicho con claridad qué tipo de servicios tendrían que brindar quienes nacen, crecen y mueren en las regiones antes llamadas periféricas y que con delicadeza y buen gusto han sido rebautizadas economías emergentes. La respuesta viene del este.

Los expertos coinciden en que, para no quedar desalojados de la historia (y del progreso), la clave es una sabia síntesis de conocimiento y creatividad. Aquí, como de costumbre, se sigue dilapidando el potencial, confinando al personal a zonas rojas, clausurando saunas, matando la gallina de los huevos de oro. Habrá que despabilar antes de que sea tarde. Si el entrenamiento empieza ya, un poquito de trote cada día por estas calles de Dios, es probable que el porvenir no nos pesque con los calzones bajos y sigamos estando entre los diez mejores países de la tierra. Formando parte del divertido, retozón y sugerente universo de geishas exitosas que, acaso, algún día, nos den el alegrón de hacer cierto lo que los ácratas pintarrajeaban en el Metro de Madrid: "Putas al poder, que los hijos ya están".

 

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