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En Rusia, mientras tanto, tiene lugar una sobrecogedora catástrofe humana, velada para el mundo capitalista por la primacía dada a noticias como el porcentaje de devaluación del rublo o la moratoria unilateral. Los administradores occidentales de fondos (esos que llevan nombres tan hollywoodenses como Lexington Troika Dialog Rusia y otros por el estilo) están furiosos con Moscú porque no les aclara cuándo y cómo piensa honrar bonos de deuda como los GKO. Pero al mismo tiempo se sabe que ahora mismo unos quince millones de rusos (uno de cada diez) se están muriendo de hambre. Que la producción, respecto de cuando imperaba el aborrecido régimen comunista, cayó entre 50 y 83 por ciento. Que la mayoría de los bienes de consumo son importados y deben comprarse a precio dólar. Que, en una palabra, la preconizada transición soviética hacia la economía de mercado es, en realidad, un retroceso a la Edad Media. El predominio de la economía de trueque y el rebrote de enfermedades epidémicas erradicadas lo demuestran. Qué curioso: Japón y Rusia eran, hasta hace poco, junto a Estados Unidos y tal vez Alemania, las mayores potencias mundiales. A uno y otra se les señala que su salvación está en someterse al modelo occidental de capitalismo. La misma fórmula que deben aplicar países que, como la Argentina, emergen desde el subsuelo de la economía mundial, hasta que todo el globo responda a un mismo diagrama de organización económica, social y cultural en torno del mercado. Como ocurre en toda migración masiva, el camino queda sembrado de derrotados. Pero hay algo todavía peor: ni siquiera se sabe hacia dónde se marcha realmente. Aunque todo esto parezca exageradamente dramático, queda algo por
agregar. Si el rumbo de Rusia y de tantos otros países en deriva no lleva a ninguna
parte, el mundo mismo corre peligro. Esta es la nueva gran amenaza tras el fin de la
Guerra Fría. |