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Duhalde es un revolucionario postizo, un político que cambiaría su discurso en seguida si las encuestas le informaran que hablar pestes del "modelo" le costaba el apoyo de "la gente", pero el que la mayoría sepa que lo único que le interesa es la Casa Rosada no lo hace menos dañino. Una causa fundamental del drama social argentino consiste en que durante décadas virtualmente todos los políticos del país han bramado contra la desigualdad sin tener la más mínima intención de hacer nada a fin de reducirla. Tal vez éste no sería el caso si fuera posible "nivelar hacia arriba", para emplear una fórmula muy querida por los hipócritas, pero por desgracia no lo es. El producto per cápita argentino apenas alcanza la tercera parte del
atribuido a Francia, país en el que la excesiva concentración de la riqueza es
considerada escandalosa pero que en comparación con la Argentina es bastante equitativo.
Esto supone que para que la Argentina tuviera un perfil de ingresos similar, todos, tanto
pobres como ricos, tendrían forzosamente que percibir aproximadamente el setenta por
ciento menos que sus equivalentes galos. Desde luego, si un gobierno procurara
primermundizar así la distribución de la renta serían estremecedores los aullidos de
legisladores, intendentes, empresarios, profesionales, estrellas televisivas, rentistas y
otros que serían despojados de casi todos sus bienes. Pero no tienen por qué
preocuparse: ni Duhalde ni ningún otro está pensando en "repartir la pobreza",
porque, a menos que un eventual gobierno sí esté dispuesto a hacerlo, las quejas por la
desigualdad nunca serán más que palabrerío vacío. |