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Postales de un tiempo de rabia y ganas

 

 

Por Sandra Russo


t.gif (67 bytes)  Llegué a La Urraca desde El Expreso Imaginario, de modo que --corría el '79 o el '80-- no me sorprendía demasiado el hecho de ver lectores apostados en los kioscos esperando que saliera Humor, acosando a los canillitas, sintiendo entre ellos y con los que hacían la revista una afinidad sin palabras. Con el Expreso había sucedido lo mismo, aunque sólo entre jóvenes. Humor llevó la complicidad con el lector al paroxismo, e inauguró además un tema de conversación (lo que no es poco) entre padres e hijos, entre hermanos, entre vecinos o compañeros de oficina o facultad.

Era aquella una época en la que se hablaba poco y mal y de casi nada. Años con corsets en el cerebro y Falcon verdes en la calle. El Expreso eligió hablar de rock y ecología para desamordazarse y todo el mundo entendió lo que había que entender: ey, estamos acá, no nos tragamos el sapo, esto está todo podrido. Humor dijo todo con su nombre: en la Urraca, entonces cuatro o cinco habitaciones en un viejo edificio de la calle Piedras, se empezó a cocinar, entre partidos de ping pong y tableros de dibujo, un fenómeno periodístico que iba a marcar a fuego no sólo la historia de este oficio sino un modo de comunión entre hacedores de revistas y lectores.

Humor estaba llena de claves y pistas para que los miembros del club opositor a la dictadura se regocijaran. Primero fueron sutiles y después más frontales. El regocijo también fue cambiando de forma: hubo un tiempo en el que la media sonrisa de alguien leyendo Humor en el colectivo era suficiente para saber de él todo lo necesario: no era cana ni servicio.

Un sector de la revista tenía cabezales chistosos pero para nada inocentes. Recuerdo uno: "¿La coima es subversiva?". Ahora no dice mucho, pero entonces decía tanto... También me viene a la cabeza un chiste, e ignoro por qué justo recuerdo ése: el dibujo de un edificio, la vista de todas sus ventanas. En todos los departamentos, las familias miraban programas de entretenimientos, menos en uno. En ése miraban ballet. En la vereda estacionaba un Falcon y de él bajaban cuatro policías. Uno sabía perfectamente qué departamento estaban por allanar.

Haciendo o leyendo Humor quedó el registro de todos nosotros cuando empezamos a confortarnos después de tanto asco y tanta rabia. Que hayamos encontrado en la risa la manera de expresar la bronca fue un signo de creatividad colectiva sorprendente en este país de garúa melancólica. Humor nos dio el pie para mostrar ese talento. Por eso, la posibilidad de que debamos decirle adiós no tiene nada de gracia.

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