La hora del charro-fashion Ha vendido casi cien mil discos en la Argentina, el sábado llenó un Luna Park de fanáticas y en su país se lo considera el sucesor del megaexitoso Luis Miguel, ahora que canta, ante todo, baladas. |
Alejandro Fernández antes y después: tras los pasos de su enorme padre o tras los pasos de Luis Miguel
Sombra terrible de Luis Miguel, voy a invocarte para qué... Alejandro Fernández lo sabe y no puede parar de invocarla. Y quizá no sepa del todo el para qué pero --se sabe-- no es fácil desentenderse de la sombra terrible del mexicano romántico número uno sobre todo si se es mexicano y romántico y con ganas de ser número uno. Consciente (en la conferencia de prensa con alusiones veladas) o inconscientemente (con sus constantes ¡sigue! entre canción y canción durante el recital ofrecido el sábado en el Luna Park así como la casi paranoica justificación de su repertorio grabado en discos anteriores al platino local de Me estoy enamorando), Fernández sabe que no la tiene fácil con su presente, su futuro inmediato y --por si esto fuera poco-- con su pasado ancestral. Cuando al final de la noche, luego de dos horas de catarsis mariachi/baladística, la privilegiada voz del cantante se despidió del Luna con aquello de "Mi historia ya la saben / Soy el hijo de un gran hombre / El mejor padre del mundo / El es el número uno / De esta hermosa y gran nación", Fernández no hacía más que ubicarse en --y a la vez reclamar lo que se pueda de una dinastía de cantantes charros que se inicia con la fineza lírica de Jorge Negrete, se continúa con el espíritu popular de Pedro Infante y, hasta su llegada, desembocaba para morir sin solución de continuidad en la figura bandida, mujeriega y bon-vivant de su padre Vicente Fernández, el "gran hombre" y "gran garañón" al que alude la canción "El Potrillo". Potrillo al que hoy resulta involuntariamente fascinante contemplar --en vivo y en directo-- en un devaneo decididamente esquizofrénico que, por momentos, lo hace oscilar entre una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. El dilema --el misterio del asunto-- es discernir quién es "el bueno" y quién es "el malo" de la ecuación: ¿el cantante tradicional que --luego de una ardua trayectoria en palenques y escenarios pequeños-- devolvió a los primeros puestos y posicionó por primera vez en las FM pop y rockeras de su país a la ranchera gracias al megahit "Como quien pierde una estrella"; o el soft-singer estefanizado (producido por Emilio "Miami" Estefan, claro) quien con Me estoy enamorando superó al tercer Romance de Luismi en su propio territorio? Todo parece indicar que --a caballo entre aquí y allá-- Fernández no lo tiene del todo claro o lo tiene demasiado claro. La idea --la estrategia-- tal vez resida en la construcción de una cuarta versión de cantante: el charro-fashion con look latin-lover perfecto para este fin de milenio devorador de etnias y de estilos que ya dio cuenta de otros ritmos y de otras latitudes y que ahora bien puede ver en lo mexican una nueva variante de lo exótico importable. Una versión ligera de comida mexicana teniendo en cuenta que, para los de afuera, lo de adentro puede saberles muy picante. Todo hace pensar que a su público no le importa demasiado. La noche fría afuera y caliente adentro, en el Luna Park, el mexicano acompañado por banda mariachi y banda FM se paseó con gracia, soltura, picardía y brío por un repertorio inconmensurable (se sabe que los conciertos típicos de esta especialidad pueden durar hasta cuatro horas como si nada, y cualquier combo mariachi que se precie de tal debe manejar con pericia un repertorio que alcance los dos días sin pausa, por las dudas, porque nunca se sabe) donde convivieron grandes éxitos compuestos a la medida y virtuales himnos nacionales mexicanos sin por eso dejar de lado las consabidas versiones bolerizadas de "A mi manera" o "El día que me quieras" cuidadosa y generosamente regadas con sorbos de tequila que el intérprete fue sumando hasta alcanzar una expresión decididamente rampante, cabalgadora y mefistofélica. Ya se dijo: el público --las mujeres del público-- ajenos a todo y más que
agradecido por la recia estampa, los dobles sentidos verbales y las insinuaciones físicas
del cantante. Así, la última media hora del recital contó con el atractivo extra de la
charromanía en acción plasmada en disciplina casi deportiva: lanzamiento de ropa
interior femenina sobre el escenario y carrera para trepar, esquivar al desbordado
personal de seguridad y robo de beso frenético a un Fernández quien no entendía muy
bien lo que ocurría pero era más que evidente que la estaba pasando tan bien o mejor que
las espectadoras. Así, cuando con un telón corriéndose, chicas aullantes y el eco casi
en la distancia de un "El potrillo ya se va..." quedaron claro dos cosas:
la primera --la ¿menos? importante-- es que las "yeguas" lo siguen a muerte; la
segunda --la más interesante-- es para qué lado va a galopar el potrillo en cuestión.
Alejandro Fernández tiene todo para ser el pura raza en un prado donde hasta hace poco
pastaba él solo o ser un número uno más en un corral donde abundan los padrillos
domesticados por el látigo despiadado y las riendas firmes de una discográfica
multinacional. Tal vez --acaso sin saberlo-- a eso se refiere el hombre cuando hoy canta
eso de "Sé, te cansarás de las mentiras y tú volverás". A ver qué
pasa. |