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REPORTAJE A LA PSICOANALISTA
INGLESA JULES MITCHELL SOBRE VIOLENCIA SEXUAL
Por Marcelo Justo, desde Londres Respecto de otros episodios traumáticos, la violación presenta un claro rasgo distintivo: el obsesivo autocuestionamiento al que se somete la víctima. La culpa revolotea en la repetición de una pregunta: ¿por qué le tocó a ella?, ¿por qué el violador la eligió? La víctima sospecha de sí misma y examina los hechos que precedieron a la violación en busca de una conducta equívoca o de una ropa provocativa que justificasen el ataque. Las corrientes más radicales del feminismo invirtieron la ecuación, transformando a la violación en el paradigma de la sexualidad masculina: "Todos los hombres son potenciales violadores". Ubicada en el cruce del feminismo y el psicoanálisis, de la clínica y el debate, autora de un extraño best-seller del mundo intelectual y político anglosajón de los 70, Psicoanálisis y feminismo, y profesora de la Universidad de Cambridge en temas de género, Jules Mitchell analizó la teoría y clínica de los casos de violación en una larga entrevista. --¿Qué está en juego en la violación? ¿Estamos hablando de sexo, de poder? --Tiene que ver con las dos cosas. La violación es el ejercicio del poder de una persona sobre el cuerpo de otra, pero si no hubiera sexo estaríamos hablando simplemente de violencia o agresión. Sin embargo, hay que aclarar que no es el sexo en su forma de amor, de Eros, sino como expresión de odio, de terror, de un terror cuya fuente es desconocida. --¿Una manifestación de la pulsión de muerte, entonces? --Está relacionada. Para darle un ejemplo, en las situaciones de guerra hay muchas más violaciones que en tiempos de paz. Cuando la gente asesina en una guerra, también viola. En estos casos es evidente que la violación se vale de la pulsión de muerte para dar respuesta a un miedo sin nombre, primordial, evocado por la guerra. Es como si a través del terror que se está por causar el violador quisiera regresar a un lugar seguro, la madre o lo que fuera: un lugar donde el trauma que expresa el acto de violación no ocurrió. --En las guerras la violación forma parte de un hecho colectivo, tribal, que sirve al ejército victorioso para reafirmar su superioridad, para alzarse con un trofeo. ¿No son éstas manifestaciones primordiales de poder? --El poder que se expresa en la guerra es terrorífico: es el poder de matar, de aniquilar. Es un poder absoluto que provoca un terror primario. En la violación se aterroriza a la víctima y, de esa manera, se evacúa ese terror primario. El violador se convierte en la manifestación casi pura de poder absoluto mientras que la víctima se transforma en la depositaria del terror primario: ella es el terror, el terror no existe en otra parte. Este paradigma se da a nivel colectivo con más frecuencia en algunas culturas y momentos históricos. No me sorprendería que las imágenes de violación tuvieran un fuerte peso en la Argentina dada la violencia de la historia reciente donde siempre había un terror latente, potencial. --¿No hay en la violación una presencia más clara del deseo sexual, que se manifiesta no sólo en actos sino en el campo de la fantasía? --La violación no está organizada como un deseo. En la fantasía se está jugando a dominar un terror ausente y desconocido: el único deseo presente es la escenificación del trauma. En el caso del violador le sirve para controlar el trauma fantaseando que se lo inflige a otro. En el caso de alguien que fantasea ser objeto de una violación, es un intento de controlar el terror por medio de una repetición compulsiva imaginaria. --Sin embargo la violación está presente en un amplio cuerpo de literatura erótica y pornográfica. ¿Cuáles son las fantasías sexuales subyacentes a estas imágenes? --Hay una fantasía masculina que se expresa en un mito de la violación: todas las mujeres quieren ser violadas. Según este mito toda mujer al menos una vez en su vida fantasea ser violada. Pero repito que en la mujer esta fantasía no es expresión de un deseo sino de una escena traumática. --¿Cómo es la clínica de las víctimas de violación? --Hay una primera etapa en la que se trata simplemente de sobrevivir al trauma. Siguiendo un modelo winnicottiano diría que en esta etapa es necesario contar con alguien que se identifique brevemente con lo que la persona ha vivido. Es un modo de devolverles su humanidad, porque precisamente han sido despojadas de eso, de su humanidad. Mediante esta identificación, sobre todo en un caso realmente grave y traumático de violación, se le devuelve una imagen especular de la experiencia y se elabora una estrategia de supervivencia. Muchas veces esta función la cumplen los "Rape Crisis Centers", unos centros de emergencia al que pueden recurrir las víctimas, o los policías, generalmente femeninos, entrenados para recibir las denuncias de las víctimas de violación. O un miembro de la familia o amigo. Lo ideal es que sea alguien capacitado para realizar esa función porque hay que manejar correctamente el tiempo y la profundidad de la identificación para que no haya desbordes en la relación terapéutica. --¿Qué pasa después? --Una segunda etapa es un intento de pasar de esta identificación a una comprensión especular, de manera que el paciente pueda ver lo que le pasó. Una tercera fase es un intento de jugar lingüísticamente con ideas y pensamientos, creando espacios transicionales y de juego, para facilitar una separación de las identificaciones que se forjaron en las dos fases previas. Es interesante observar una diferencia fundamental entre la víctima en sociedades civiles en tiempos de guerra y de paz. En casos de violaciones masivas y sistemáticas como lo ocurrido en Serbia la víctima no se pregunta por qué le tocó a ella, o si, de alguna manera, no lo habría provocado. La violencia de la experiencia traumática puede ser mucho más brutal pero el grado de culpa y autocuestionamiento posterior es prácticamente inexistente, y mediante la acción colectiva, a través de la formación de grupos con mujeres que experimentaron lo mismo, logran una cierta forma de elaboración política de lo ocurrido.
Por Estela S. de Gurman * Plantear una clínica de la adolescencia centrada en las tan mentadas patologías "de actualidad", como tiende a decirse, "patologías de borde", adicciones, anorexia, etcétera, es una suerte de trampa que intenta fijar lo que precisamente se nos escapa. Toda nosología congela e impide el movimiento de la interrogación. Determinadas expresiones patológicas en la adolescencia pueden pensarse como modos de tratar con esa vivencia de suspensión temporal que no es sino otro modo de decir de la angustia, como marca en el orillo de una subjetividad conmovida. Respecto de lo actual que suele acompañar ciertas patologías, creo que debe rescatárselo en el sentido más freudiano: el de las neurosis actuales, procesos que operan en un orden diferente al de las psiconeurosis, como si allí se ubicara un déficit de procesamiento subjetivo, como restos que quedaran por fuera del orden del lenguaje y de la historia. El factor cuantitativo de la eclosión pulsional propia de la pubertad debe ser tomado en cuenta pero no es suficiente. No sólo se trata de una economía marcada por un plus, un más, sino aquello otro que implica un menos: un menos en la posibilidad de registro simbólico, catalizador o transformador de las cargas energéticas. La pura descarga sin mediación imposibilita la cualificación que hace a la instauración de lo psíquico. A partir de esta idea de la proximidad de ciertas expresiones patológicas en la adolescencia con el fenómeno de las neurosis actuales, cae de suyo que el abordaje clínico se aproxima a algo a construirse, más que a algo a develarse. Se trataría de crear marcas, de fundar una historicidad en un cuerpo devenido órgano o pura acción, más que de levantar represiones como en las neurosis. Vuelvo a tomar como eje la angustia. Se ha dicho que la angustia es certeza, pero también: certeza de nada. Se trata de saber qué se hace con esa nada o, mejor dicho, qué se hace para no saber de esa nada. Se pueden hacer síntomas al modo de las neurosis, pero también pueden ocurrir cosas, por ejemplo: ser arrojado (el sujeto) por esa angustia fuera del marco fantasmático en que se sostiene como tal (fantasías, ensueños diurnos, sueños, síntomas). El sujeto cae y pasa a ser una pura nada. Aquí podrían incluirse actuaciones violentas, situaciones delictivas, compulsiones, u otras que den cuenta de un proceso de desubjetivización en marcha. Si, por otra parte, el tiempo adolescente implica momentos de fragmentación y despersonalización al mismo tiempo que la búsqueda de un espejo o de un ideal en el cual reconocerse unificado, las condiciones actuales de fragmentación cultural, de ruptura de lazos y coordenadas sociales que operen como dique, tienden a exacerbar ciertas formas de patología en desmedro de las neurosis clásicas. Ciertos adolescentes actúan (en adicciones, por ejemplo) como para dar una razón efectiva a la vivencia psíquica de desrealización que ya está instalada en ellos. Podríamos preguntarnos si no se trata del exceso de una realidad desrealizante, que actúa al modo de un factor traumático y los lleva a intentar modificaciones sobre el propio organismo, ante la imposibilidad de una lucha desigual con un mundo que ha devenido demasiado complejo. La tarea de desasimiento parental debe tramitarse ahora en una situación de perturbación y oscurecimiento de las coordenadas generacionales. Ya sea porque se producen cortes históricos (como los intentos de no dejar huellas de toda una generación, durante la ultima dictadura militar, con efectos aún imposibles de evaluar a nivel de cada sujeto en particular), ya sea porque los lugares correspondientes a cada generación se alteran, se subvierten, perdiéndose los referentes parentales necesarios, produciéndose sutiles formas de ruptura en los lazos de pertenencia. Si estructuralmente es necesaria cierta condición de violencia para impedir quedar atrapado en la trampa incestuosa, al ser imposibilitada su vehiculización se convierte en violencia irracional, que actúa fuera de cauce. Aquello que debería jugarse en un orden simbólico, que enlazara los fantasmas propios de una reestructuración psíquica, se desplaza a actuaciones en lo real cuyo saldo es, no ya de vacilación fantasmática, sino la caída en el vacío. * Miembro de Agrupo, Institución Psicoanalítica.
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