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LA BUSQUEDA DE LA PAREJA A LA QUE LE ROBARON UN HIJO EN 1995
Un nacimiento convertido en engaño

A Stella Maris Ceratti le dijeron que su hijo había muerto antes de nacer, pero un examen de ADN comprobó que el cuerpo que le entregaron no era su bebé. A tres años del cambio, una médica acaba de ser detenida. Otros cuatro profesionales están procesados. Pero nada se sabe de su verdadero hijo.

Movimiento: Stella quiso saber por qué sentía moverse al bebé si estaba muerto. “Vos confundís el movimiento fetal por las contracciones”, disuadió entonces el médico.

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Durante dos años, Juan Carlos y Stella Maris llevaron flores a una tumba donde creían que estaba su hijo.
Pero luego los exámenes de ADN confirmaron las sospechas de él: el bebé que les entregaron no tenía relación con ellos.


Por Alejandra Dandan

t.gif (67 bytes) “Dos años llevé flores a una tumba pensando que podía ser mi hijo.” Stella Maris Ceratti tuvo a su hijo un 2 de mayo en el ‘95. En el octavo mes algunas dificultades apresuraron la internación en la Clínica Unión de Transporte Automotor de Vicente López. Después de tres días en la guardia con diagnóstico auspicioso, le hicieron la última ecografía. El médico Carlos Cid le dio el resultado: “Gorda, tu bebé está muerto”, dijo. Indujeron un parto normal. A las 17.25, cuatro médicos y una obstetra asistían un nacimiento silencioso. A ella le dijeron que era varón, y le mostraron un cuerpo a Juan Carlos Moreno, su esposo. “Ese bebé estaba podrido”, dice ahora Juan a Página/12. No sólo eso: el cadáver no era hijo de ellos. Dos años después, un primer análisis de ADN lo confirmaba. Cuatro médicos y una obstetra fueron procesados en la causa por “supresión de identidad” que lleva adelante el juez penal Federico Ecke. Este miércoles fue detenida la cuarta médica, Susana Becerra. La clínica cerró tres días después de iniciada la causa. El caso muestra idénticas características al de Micaela Sepúlveda, investigado por Página/12 en Bahía Blanca.
Algunas pérdidas fueron el primer síntoma extraño en el vientre de Stella. Su panza había cumplido el octavo mes. La maternidad de la UTA recibió a la parturienta, entonces de 35 años, en la sala de guardia. Estaba a punto de afrontar el cuarto parto. Los dos últimos los había tenido en la misma clínica que ahora encadenaría su vida a una pesadilla agónica. “Me dijeron que convenía permanecer internada –cuenta Stella a Página/12– porque faltaban al menos 15 días para que el bebé estuviera bien para nacer.” Era 29 de abril. En la rotación de médicos de guardia la mujer estuvo atendida por su médica de cabecera, Susana Luciano. Más tarde, Luciano declararía en la causa para probar la evolución favorable del bebé.
“Ese bebé está muerto”
A las 8 de la mañana del 2 de mayo se produjo el último cambio de guardia. Asumía entonces el equipo integrado por Cid, un médico de apellido Torres Torres, Jorge Paricia y Susana Becerra. También la obstetra Norma Sosa y la ecógrafa Adriana Pérez Brianier. Dos años después todos, excepto Becerra, quedarían procesados por “sustracción de identidad”. En sus declaraciones ninguno logró recordar a la enfermera que, horas mas tarde, asistiría el parto.
–“Qué gorda que estás. ¿Cuánto te falta?”, saludó Cid a la parturienta.
–Me dijeron que dos semanas. A ver si tiene que nacer y lo están reteniendo.
–Voy a pedir otra ecografía.
Era el control número 15 que hacían en esa panza con 35 semanas de gestación. El resultado no tardó en llegar: “Ese bebé está muerto desde hace al menos 48 horas”. La sentencia era impensada. Stella se revolcó en una crisis, desesperada. En medio del delirio pidió explicaciones. Quiso saber por qué todavía sentía moverse al bebé. “Vos confundís el movimiento fetal por las contracciones”, disuadió entonces Cid. La mujer creyó. “¿Cómo iba a desconfiar de los médicos?”, repite Stella aquella lógica que hoy aparece tortuosamente ingenua. Susana Becerra ordenó el cambio de habitación. Nadie la acompañó. Quedó sola. Becerra volvió a visitarla. Esta vez exigió: “Dame todos los estudios que vos tenías”. Stella lo hizo y nunca pudo recuperar esos papeles. “Los tiene que pedir un juez, no ustedes”, respondieron en la Clínica cuando los Moreno exigieron días más tarde la historia clínica y los análisis de su hijo.
En tanto, poco después del mediodía Juan llegaba a la Clínica. Los médicos habían decidido provocar el parto natural a pesar de la negativa de Stella. “Pedí que por favor hicieran cesárea –repite ahora la mujer–. No tenía fuerza para pujar. No podía mas.” Cientos de explicaciones secomplotaron para demostrarle a Stella que debían provocarse las contracciones. A las 17.25 fue el nacimiento. No hubo gritos ni llantos. “Pedí presenciar el parto. Me lo impidieron porque no había camisolín”, dice Juan.
Poco después a Juan Carlos le dieron el cuerpo de un bebé. “Era un monstruo. Ese bebé estaba podrido”, las palabras no le bastan para volver presente el horror. “Faltaban las vísceras del abdomen”, fue uno de los datos de los médicos. Aturdido, todavía su cabeza no lograba asociar cada signo con una maniobra armada. “Llevé el cuerpo a la morgue, lo vestí”. Juan cuenta que se encargó de los pasos que siguieron. Peleó con los médicos incluso el destino final del féretro: “Me insistían para que intervenga la cochería de la Obra Social y yo no quería”. En la morgue no había otro cuerpo, sólo su hijo. Juan no se separó del cuerpo. Hizo el traslado al cementerio y también lo enterró. El doctor Cid había preguntado antes si pensaban en una autopsia; Juan lo increpó: “¿Por qué, ustedes no saben de qué murió?”. Luego sabría que la sangre del bebé era grupo A positivo. Juan es B negativo; Stella, 0 negativo. El dato fue el primer síntoma del cambio.
Una investigación amenazada
Los cinco meses que siguieron intentaron recobrar la historia clínica. Preguntaron en la UTA por qué el bebé Moreno no llevaba puesta ninguna identificación. Quisieron saber por qué la última ecografía no tenía el nombre de Stella, sino el de otra parturienta. Y más: “Por qué todos los médicos que habían atendido a la mujer hasta esa guardia decían que la evolución era normal. Por qué los 15 exámenes no anticiparon que el bebé estaba mal y después, que estaba muerto”. Las respuestas fueron amenazas y el cierre de la Clínica: a los cinco meses, Juan hizo la denuncia en el juzgado 10 de San Isidro. Tres días después la Clínica de la UTA dejaba de existir. La causa quedó asentada con el número 43.702 por retención indebida de historia clínica. Después de varias reuniones con la dirección de la obra social, UTA denunció la pérdida de la historia. El presidente de la obra social del gremio, Roberto Fernández, dice ahora a este medio que no hace declaraciones hasta que la Justicia se expida.
Ecke comenzó a hacer las citaciones para tomar declaración cuando comenzaron las amenazas.
–“Díganle al juez que se deje de joder sino va a terminar como Cabezas”.
–Quién envía el mensaje –intentó saber alguien del juzgado.
–Díganle que a lo mejor el bebé no está más en el cajón.
En el ‘97 se ordenaba la primera prueba genética. Por las amenazas se montó una guardia en el cementerio hasta el día de la exhumación del cuerpo. Pero Stella y Juan seguían, literalmente, en peligro: en la puerta de su casa de Villa Bosch alguien prendió fuego el auto de los Moreno.
En agosto se conoció el resultado de la prueba de ADN: indicaba que no había nexo biológico entre el matrimonio y el cuerpo. El análisis posibilitó a la defensa pedir la detención de los médicos por sustracción de menor y asociación ilícita. La guardia del 2 de mayo del ‘95 fue indagada; todos quedaron detenidos, menos Becerra. Después de diez días de detención, los cinco fueron excarcelados. “Se los sobreseyó provisoriamente del delito de asociación ilícita. Ahora continúan procesados por supresión de identidad”, dijo a Página/12 la abogada Karina Fatano. Paralelamente, se inició una causa por falso testimonio contra Becerra, por dos testimonios contradictorios. Según la defensa, Becerra sería partícipe necesaria en la sustracción. Hace una semana la Justicia impuso el secreto de sumario sobre la causa, medida dispuesta en el ‘97 cuando fueron las primeras detenciones. El miércoles fue detenida Susana Becerra. La misma mujer que hace poco menos de un año quedaba libre por falta de mérito y sin saberlo provocaba el primer infarto de Juan. Ahora,Becerra deberá responder ante la Justicia todos esos porqué que un día del ‘93 rechazó contestarles a Juan y Stella.

 


 

UN BEBE SE PUEDE VENDER HASTA EN 50 MIL DOLARES SI ES RUBIO
Los secretos del negocio más perverso

Por Cristian Alarcón

t.gif (862 bytes) ¿Cómo se decide que tal o cual recién nacido será cambiado en la nursery de un sanatorio por el cuerpo muerto de un bebé NN? ¿Cómo es la macabra elección de la familia a la que se le robará el hijo? El modus operandi de las mafias encargadas del tráfico de niños llega a increíbles estratagemas a la hora de hacerse del botín. El rédito que significa una criatura sana y de piel clara en el exterior, hasta cincuenta mil dólares en el mercado europeo, moviliza todo tipo de voluntades. En los dos casos investigados por la Justicia en Bahía Blanca y Vicente López parece distinguirse la mano desesperada del mercader que debe ultimar un negocio. “Muchos chicos son vendidos por adelantado. Eso significa que a tal fecha se debe cumplir con la pareja que compró, o con los intermediarios. Si por un motivo no obtienen al bebé que esperaban, consiguen un cadáver. Buscan a una familia que, piensan, nunca pedirá un análisis”, explica Beatriz Rojkés de Alperovich, presidenta de la Fundación PIBE (Prevención, Investigación, Búsqueda y Estudio contra la desaparición de niños).
Dentro de la red que una banda dedicada al negocio de los niños establece en los hospitales públicos de zonas carenciadas donde son captadas potenciales madres vendedoras, hay clínicas con profesionales dispuestos al “cambiazo”, como le llaman en la jerga a la operación de sustracción. Gustavo Mura, periodista –autor del libro Pecado Capital, una investigación sobre el tráfico de chicos publicada por Editorial Sudamericana– describe lo que en principio se plantea como un absurdo. “Su hijo nació muerto o está muerto”, es casi lo único que se le dice a algunas familias –cuenta Mura–. En general especulan con la experiencia de las madres adolescentes y primerizas. Digamos que de alguna manera buscan a la menos riesgosa para la operación, aquella que carezca de recursos para quejarse o investigar”.
El camino tradicional de las mafias del tráfico de niños es el de la detección de madres en situaciones económicas y sociales extremas. “La complicidad de las verdaderas mamás de los chicos nos provoca graves dificultades para investigar la mayoría de los casos”, sostiene Rojkés. PIBE, la fundación que preside, es la única ONG dedicada a la problemática de los chicos robados. En los dos años de funcionamiento del grupo de especialistas que trabaja en PIBE fueron detectadas ocho mil denuncias de raptos, arrebatos, fugas o desapariciones de chicos. En total, 120 familias solicitaron la ayuda de la fundación, que logró resolver 50 casos.
En la mayoría de ellos se trataba de padres que habían raptado a los hijos del regazo de la ex pareja. En siete casos se trató de desapariciones que continúan. Es la historia del niño Duilio Fernández, quien desapareció a la orilla del río Salí en Tucumán, el primer día del año 1996. Un supuesto cadáver de Duilio fue hallado tres meses después con sus ropas, un kilómetro abajo del lugar de donde se lo habría llevado un hombre vestido de heladero. El análisis de ADN dio resultados negativos, Lo mismo ocurrió con restos óseos de otros tres chiquitos desaparecidos. Aunque había ropas o pertenencias, ciertos parecidos físicos, siempre se había realizado una simulación con un cadáver NN. El sistema tiene ese parecido con el “cambiazo de bebés”.
Las mafias del tráfico funcionan con independencia en diferentes zonas del interior del país. En el mercado provincial, según datos de la Fundación PIBE, la cotización de un chico morocho es de entre dos mil y cuatro mil pesos. En las oficinas centrales, con “agentes” en Buenos Aires, clínicas propias y posibilidades de obtener documentación con visos de legalidad, llegan a cobrar 10 mil pesos. Las organizaciones que exportan chicos, sacándolos directamente de las provincias, llegan a recibir entre 30 y 50 mil dólares por criaturas rubias de ojos claros.

 

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