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Vladimir Panov, un vendedor de zapatos de Barnaul, no lejos de la frontera de Rusia con China, contempló a su mujer embarazada y trató de juntar sus últimos vestigios de optimismo. Si el clima sigue mejorando, probablemente lograremos pasar el invierno. Había sido un viaje largo y probablemente inútil. Las posibilidades de revender con ventaja en Barnaul los zapatos que Panov compró en Moscú son escasas. Su hija de seis años, que empieza la escuela el mes que viene, necesita ropa nueva y libros de texto. La frustración de Panov se acentuaba a medida que esperaba el vuelo que lo llevaría de vuelta a casa. Esto es totalmente en vano. Los precios están subiendo, así que yo tengo que subir mis precios, pero si hago eso nadie va a comprarme nada. Creo que voy a cambiar y dedicarme al pan. La gente siempre necesita pan. Su esposa sonrió como disculpándose. Esperamos al bebé para octubre, dijo. La posibilidad de recuperar los 288 dólares de los pasajes de ida y vuelta a Moscú se desvanecían hora tras hora a medida que el rublo continuaba su caída. Pero el matrimonio al menos pudo encontrar asientos libres en la sala de espera, a menudo atestada, de la estación central de tránsito de Moscú. En tiempos normales, comerciantes de toda Rusia invaden la capital todos los días. Pero la crisis del rublo no los deja. Hasta que los precios se estabilicen, mejor aferrarse a los bienes que comprar y vender. Los estándares de vida en la provincias son mucho más bajos que en Moscú y San Petersburgo. Los que han sobrevivido los últimos 10 años de desorden han tenido que improvisar, cultivando de manera intensiva sus jardines, trocando productos entre familiares y amigos y si tienen dinero viajando a Moscú para volver con bienes para la venta. Como lo descubrieron tres hombres esta semana y para su desazón ni siquiera los asaltos a bancos son un escape confiable de la pobreza. Después de violentar la entrada al Banco Vimpel en Moscú, el martes por la noche, hallaron sólo 13.000 rublos. Para el momento en que lograron cambiarlos por dólares, ya valían la mitad. Con una moneda en declive terminal, las perspectivas de los ladrones de bancos no son buenas. Pero el exilio voluntario en las provincias también está resultando una opción precaria. Las lluvias de este verano en varias regiones han devastado los terrenos de cultivo de papa del que vive gran parte de las masas desposeídas de Rusia. Así, las reservas almacenadas no van a alcanzar para todo el invierno. En pueblitos que se encuentran a sólo 160 kilómetros al norte de Moscú, donde las fábricas y las granjas han cerrado, la gente no muestra ningún interés por la profunda crisis política del país. Los aparatos de TV que funcionan son pocos y hay preocupaciones más apremiantes. Como las papas. Los pobres rusos de las provincias aún no han sufrido directamente los efectos de la devaluación porque no tienen ahorros y no comprar comida importada. Pero su turno les va a llegar, a medida que la inflación envuelva el conjunto de la economía. Hasta la crisis del rublo, los millones que no dependen de salarios ni jubilaciones al menos pudieron esperar los reembolsos de sus actividades comerciales. Pero ahora, incluso si el dinero llega, va a valer la mitad, o nada. Alexandr Lebed, uno de los favoritos para suceder al presidente Boris Yeltsin, ha limitado oficialmente al 10 por ciento los aumentos de precios en Krasnoyarsk, la provincia siberiana que gobierna. Es posible que haya que implementar controles de precios en el resto de Rusia si se quiere prevenir un estallido social. Necesitamos un golpe de Estado dijo Panov. Algo tiene que cambiar, porque esto no es supervivencia.
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