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panorama politico
El modelo o la vida
Por J. M. Pasquini Durán

t.gif (862 bytes) El auge delictivo en el área metropolitana gana espacio todos los días en la atención pública. Los ciudadanos, de cualquier condición económica o social, están siendo aterrorizados por la violencia irracional de jóvenes pistoleros que matan o golpean con sadismo, sin ninguna provocación de las víctimas. Agobiados por una serie de asaltos, en uno de los cuales fue muerto a balazos el policía de custodia y en otro una pareja de comensales fue golpeada sin misericordia, los propietarios de un conocido restaurante, ubicado en la zona más rica de la Capital, hoy cerrarán la empresa. Encuestas del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría revelaron que tres de cada diez habitantes de la Capital y Gran Buenos Aires fueron víctimas de asaltos, y los homicidios aumentaron en los barrios de emergencia. Son más los damnificados de clase media y baja, pero siete de cada diez no hacen la denuncia policial, porque la consideran un trámite inútil.

No son los únicos en bajar los brazos. Según el testimonio de Dolores Irigoyen, directora del restaurante que hoy baja las persianas, el secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan, le confesó la impotencia oficial: "No podemos hacer nada". Y agregó: "Con el nuevo Código de Convivencia Urbana, tenemos las manos atadas". No hay que ser muy lince para descubrir la chicana electoralista en la respuesta, pero hay otra conclusión posible más estremecedora: ¿quieren sacar ventaja del miedo a la inseguridad en el distrito más hostil al menemismo? En una comunidad donde un sector, acorralado por la desesperanza, baja sus reservas morales hasta la irracionalidad, y otro sector, angustiado por el miedo a perder bienes y vidas, empieza a reclamar seguridad a cualquier costo, la confrontación entre ambos puede abrir una brecha para que cuelen las osadías que el sentido común de la democracia, en situación normal, rechazaría de plano, como la perpetuidad en el poder.

La recuperación de la imagen de Menem en la opinión pública podría reponer su candidatura "en un contexto de crisis", es decir, en términos más directos, la única chance que le queda al Presidente es que "esa crisis lo busque como solución". Estas son conclusiones del encuestador Julio Aurelio, el favorito del oficialismo para estos menesteres, el mismo que anticipó en octubre del año pasado, cuando ya no había remedio, la victoria de Fernández Meijide sobre Chiche Duhalde. Aurelio habla de crisis "económica", pero es cosa de ser un poco más atrevido: ¿no surtiría un efecto parecido una espasmódica crisis de inseguridad colectiva? A veces, conviene mirar la suerte de los vecinos para intuir la propia.

En enero de 1994, el candidato Luis Donaldo Colossio, llamado a suceder en la presidencia mexicana a Carlos Salinas de Gortari, fue asesinado por un sicario que le disparó dos balazos a quemarropa. Tiempo antes, un destacado periodista le había preguntado a la víctima su opinión sobre la familia presidencial y recibió otra pregunta por respuesta: "¿Has visto El Padrino?" En setiembre del mismo año, cayó también asesinado el secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, al parecer porque se proponía investigar la corrupción del gobierno que salía. "Es Shakespeare puro", comentó Octavio Paz al enterarse de la muerte de Diana Laura, viuda de Colossio, pocos meses después del asesinato de su marido. Había, en efecto, algo de tragedia shakespeareana en el destino de Salinas: el hombre que quiso ser rey "llegado a la cima, creyéndose más inteligente que el resto de la humanidad, fue vencido por su propia soberbia" (E. Krauze, La presidencia imperial). En su momento de esplendor, Salinas fue citado por su colega Menem como un ejemplo a seguir.

Sería delirante suponer que la sucesión de asaltos y muertes ha sido planificada por una conjura de soberbios con ambiciones monárquicas. Sería como imaginar a Erman González complotando con Boris Yeltsin para sembrar inseguridad económica en los mercados con el propósito de colocar su reforma laboral. En cambio, es razonable, hasta de tradición, prever que las consecuencias de esos actos puedan ser aprovechadas en un sentido o en otro. Como dice el refrán: "A río revuelto, ganancia de pescadores". Esto debe ser lo que piensa Aurelio cuando habla de la crisis económica como restauradora de una candidatura imposible. Nadie ignora, por cierto, que el Presidente no impide que sus favorecedores sigan distribuyendo propaganda callejera que postula el tercer mandato. Los flamantes afiches con la leyenda "Menem 99" no están producidos por la convicción de una renuncia indeclinable.

Sobresalta por desmesurada la reacción presidencial a la sola mención de una probable decadencia de su poder absoluto, declive por lo demás muy natural en un mandatario que se acerca al final del período. Los descomedidos adjetivos aplicados a la persona de Fernández Meijide -–desde "infame" hasta "ignorante"-- parecen dictados por la ofensa personal más que por la competencia electoral. Asimismo, las suposiciones expuestas en su última carta abierta -–"Hoy son todos menemistas", "¿En verdad creen que los necesito?"-- podrían pertenecer a la idiosincrasia de algún personaje de las tragedias shakespeareanas. Sobre todo, estas actitudes provienen de la cabeza de un gobierno cuya mayor, tal vez única, chance de supervivencia consiste en aprovecharse de las crisis, porque lo más que puede ofrecer son nuevos sacrificios. Más recortes presupuestarios, más IVA, más tasas de interés, más precariedad laboral, más evasión. Más sopa, con cucharón para los ricos y tenedor para los pobres. Al mismo tiempo, los negocios turbios, por caso el contrabando de armas, siguen corroyendo como el orín los prestigios de figuras públicas que están sospechadas de gozar privilegios de impunidad. "La corrupción es una práctica intrínsecamente inmoral que afecta directamente a los más pobres y es uno de los hechos que más contribuye a la exclusión social", escribió el obispo Jorge Casaretto en una reciente y sustanciosa Carta Pastoral (El Desafío de la Exclusión).

Para colmo, la globalización de la crisis financiera echa sal sobre las heridas abiertas. El Gobierno tiene que recaudar fortunas para los acreedores, pero, al mismo tiempo, tiene que endeudarse más para sostener un esquema económico que excita al ávido, ahoga al prudente y abandona al necesitado. "Un gobernante responsable se lo piensa dos veces antes de subir los impuestos. Tanto Clinton como Blair han hecho punto de honor el control del gasto público [pero] ¿se puede evitar, por ejemplo, la desmoralización de los enseñantes si no sólo se mantienen congeladas sus remuneraciones, sino que a la vez se les somete a un continuo escrutinio crítico? ¿Pueden asumir nuevas formas de educación y de organización de la enseñanza sin que se incrementen los recursos públicos a su disposición? Los laboristas británicos parecen creer que no, y ya anunciaron un abrumador programa de inversiones en paralelo a la reforma del sistema", escribió hace un mes en El País (Los impuestos y la moral colectiva) el socialdemócrata español Ludolfo Paramio, profesor de investigación en el Instituto de Estudios Avanzados de España.

Aunque el Gobierno no lo acepta, el costo laboral ya no puede aguantar mucho más como variable de ajuste. El ministro Erman González volvió a reconocer esta semana que ese costo nacional es el más bajo en estos suburbios australes de Occidente, ni qué hablar en comparación con los países ricos. Una quinta parte de los hogares de Capital y Gran Buenos Aires malvive con ingresos de alrededor de cuatrocientos pesos mensuales, mientras el costo mínimo de la canasta familiar supera los mil pesos mensuales. Es tan fuerte el desequilibrio en la distribución de prosperidad que provoca indignación y abona la violencia rencorosa. No es la miseria la que entra por las narices de esos chicos y muchachas que salen de cacería urbana con una pistola en la cintura, ni es la droga la que anula su entendimiento: es la falta de esperanzas la que ciega su ira. La forzada convivencia, en el mismo territorio, de personas con extrema abundancia y otras con extrema carencia "puede crear una cultura de mutua desconfianza, posible generadora de resentimientos y agresiones", apunta monseñor Casaretto en otro tramo del texto citado.

¿Qué disciplinará más la voluntad de los gobernantes en el futuro: esta cruda realidad de mayorías o el poder acumulado por los más prósperos? Por lo pronto, no hay una sola interpretación de las consecuencias posibles de la crisis. Así como en el menemismo vuelan las especulaciones sobre un golpe de fortuna a último momento, en la Alianza crece la confianza en el triunfo como un fatalismo de la historia. Hay quienes piensan, ahora, que si se sentaran a esperar, sin hacer nada, igual los votantes vendrían a ofrendar confianza, porque creen que la bronca popular contra el gobierno actual es irreversible y que Eduardo Duhalde no podrá desembarazarse de su antigua sociedad con Menem, aunque sea porque éste no se lo permitirá. Dentro de la Alianza hay, por lo menos, otras dos versiones complementarias para ese futuro: la que apuesta a la novedad de Fernández Meijide y la que se inclina ante la reputación de De la Rúa.

Los partidarios de "la Señora" creen que contarán con votos del alfonsinismo que no soportan al jefe de Gobierno de la Ciudad, con los que harán la diferencia entre su inorganicidad y el aparato radical. Suponen, además, que el desgaste en el gobierno -–agravado por los casos de corrupción y las malas compañías--, en lugar de desanimar a los independientes los precipitará a las urnas de la interna, por temor a que el aparato se imponga al carisma. La contrapartida obvia de los competidores es la atribución a la cuota maquiavélica del Frepaso por los sucesivos destapes escandalosos. La tendencia "fernandiana" considera que los radicales son fieles al partido pero que, además, en esa opción los posibles votantes de Domingo Cavallo y otros conservadores acudirán a su lado para impedir que Graciela ocupe el primer lugar de la fórmula.

En ambos casos dan por cierto que el ganador de la interna será el futuro presidente nacional por la fuerza de las cosas. En ese optimismo no hay fisuras visibles, aunque tal vez esa sea la zona exclusiva de coincidencias determinantes, porque en todo el resto la coalición está funcionando como un sistema de trueques y compensaciones entre bloques autónomos, sin ningún avance notable en materia de programa y de la llamada "ingeniería institucional", sobrenombre actualizado de lo que antes se conocía como reparto de listas. Será cierto, entonces, que la duda es jactancia de intelectuales, según afirmó Aldo Rico, conocido extremista de la oportunidad.

 

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